Esto no es un artículo, sino un reto. Quede claro que no sustituye a la sana costumbre de formular propósitos para el año nuevo, sino que la complementa. Se trata de mirar hacia atrás para coger impulso, de rescatar lo pasado y hacer con ello una lista de motivos para la gratitud. Será, por su propia naturaleza, algo provisional e inconcluso, sólo un tanteo más, porque estamos in via. Aunque, por más polvo que seamos, «somos polvo con nostalgia de gloria», como ha explicado Erik Varden. Intentemos concretar algo sencillo que, sin ser la gloria, acaso nos permita vislumbrarla y desearla más.

Miguel d’Ors escribió, con una ironía fina, Cosas que no soporto en un poema («Que suceda en Lisboa. / Que se proponga ser original […] Que sea mío»). Aquí, más prosaicos, nos contentaremos con un repertorio que no será de manías, sino de aquello que nos mantiene a flote, a salvo de cualquier forma de amargura. Empezaré yo con una retahíla de algunas de las cosas que me soportan. El lector audaz tendrá las suyas. Quizá coincidamos en alguna. Puede ser el principio de una amistad.

En el desayuno, la cara de mis hijos, mitad sábana y mitad tostada. La guitarra de Drexler. Esas golondrinas que nos visitan y que, siendo siempre distintas, parecen todos los días las mismas. El silencio de la higuera y del laurel. Una exageración de mi madre, maestra de la hipérbole. La sensación de un revés liftado. Saber que los cuatro hermanos nos queremos. Cualquier movimiento de G., sobre todo si es leve. Algo de los Beatles o de Clapton, una vez más. Esa ardilla que el otro día se me quedó mirando mientras yo iba a tirar la basura y ella a conquistar un árbol. Pedirle a E. que baile conmigo un bolero y que ella diga que sí. Una canción popular de mi suegra, que se las sabe todas. El libro nuevo que me está esperando. La memoria del coro universitario; la desmemoria de mis errores y desvaríos. Mi hija L. que tararea algo por casa porque está contenta. Escribir a mano, rellenar la pluma, mancharse de tinta y lamentar una vez más mi torpeza. Dua Lipa que le guiña el ojo derecho a uno de sus bailarines en la última canción del concierto en el Royal Albert Hall. Acordarme de las cuitas de un amigo y tratar de hacerlas mías, doliéndome cuanto haga falta. El olor a hierba recién cortada que de sopetón me devuelve la infancia. Todo lo de J., que es de traca. En el trabajo, una briza de justicia. Las llamadas de G. y de C., y notar que el cansancio no mella sus ilusiones. Planchar camisas el domingo por la tarde mientras veo una película en Filmin. Servirle a mi suegro un whisky. Reconocer, entre todos los ruidos del mundo, la voz de mi padre. Sentir —apenas una brisa— que soy hijo de Dios, y que eso me sostiene.

Alfonso Paredes
Abogado en ejercicio. Casado y padre de cinco hijos. Máster en matrimonio y familia (Universidad de Navarra). Autor de 'El señor Marbury' (Homo Legens, 2020) y de 'Sonata en yo menor' (Monóculo, 2022).