El último capricho de las élites del Foro de Davos es planear la fisonomía de nuestras ciudades en consonancia con la Agenda 2030. Pretenden que los elementos esenciales como supermercados, centros médicos, escuelas o espacios recreativos estén fácilmente disponibles dentro de una misma ciudad y se pueda llegar a ellos en pocos minutos a pie o en bicicleta. De este modo, los ciudadanos podrán vivir su vida exclusivamente dentro del barrio y no tendrán que desplazarse a otras partes de la ciudad en coche con el fin de no contaminar. A este fenómeno global lo han denominado Ciudades de 15 minutos.

A priori puede sonar idílico pero no deja de ser una propuesta orwelliana cuyo trasfondo no es otro que coartar la libertad de movimiento de los ciudadanos con la excusa del delirio climático. La idea fue impulsada por Carlos Moreno, un científico colombiano que fue miembro de un grupo guerrillero de extrema izquierda en la década de 1970 y que actualmente ocupa un puesto como profesor en la Universidad Panteón-Sorbona de París. Moreno promovió por primera vez su concepto de la ville du quart d’heure en 2016, pero ganó atención internacional cuando la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, lo adoptó como parte de su campaña de reelección en 2020.

La pandemia demostró ser una poderosa prueba de cómo una fantasía desquiciada como impulsar la ciudad de 15 minutos podría funcionar en la práctica y llevó a organismos como ONU Hábitat, el Foro Económico Mundial, la Red Climática de Ciudades Globales C40 y la Federación de Gobiernos Locales Unidos a defender la causa. Sin embargo, todo es parte de un gran esquema global de opresión totalitaria. Este plan distópico representa el primer paso hacia una sociedad inevitable de los Juegos del Hambre, en la que a los residentes no se les permitirá salir de sus áreas prescritas. Es el comienzo de una pendiente resbaladiza para vivir en una prisión al aire libre.

Hay muchas buenas razones para cuestionar la lógica de la ciudad de 15 minutos: ¿Podría conducir a una mayor segregación social? Teniendo en cuenta que su ideal se basa en un conjunto de controles y límites impuestos sobre los ciudadanos al más puro estilo medieval, se acabaría restableciendo el feudalismo. Tenemos como ejemplo la ciudad de Oxford, en Reino Unido, donde la medida ya se ha impuesto. Lo que hace recordar que en el siglo XI, cuando se fundó la Universidad de Oxford, un hombre no podía simplemente viajar a otro lugar sin el permiso de sus amos y señores. Ahora, los mandatarios del siglo XXI de la ciudad inglesa quieren volver a introducir estos controles con el pretexto de reducir la contaminación.

Estos ingenieros sociales creen que es terrible que las personas disfruten de la flexibilidad, la comodidad y la eficiencia del transporte privado asequible. A pesar del cambio forzoso a los vehículos eléctricos y la eliminación de los humos y las emisiones de carbono, los planificadores ecológicos aún quieren prohibir el automóvil.

El propósito declarado de reducir la congestión en el centro de las ciudades esconde un autoritarismo alarmante. La ciudad de 15 minutos apunta a un remake radical, no de la ciudad, sino de la vida cotidiana. En lo que podríamos llamar neofeudalismo, los planificadores urbanos ven a los ciudadanos como peones para moverse dentro de las ciudades. Buscan reducir las opciones disponibles para los residentes empeorando sus vidas, no mejorándolas.

La ciudad de 15 minutos no es simplemente antiautomóvil, sino que se hace eco de los controles sociales y los límites de la China comunista. Esto podría estar bien para los ricos, pero para los trabajadores comunes, que ya luchan para llegar a fin de mes sólo hará que la vida sea más limitada y más costosa. También es perniciosa para los negocios, los empleados y los clientes. La medida limitará el grupo de talentos y, posteriormente, el potencial de ganancias de los empleados. Con la competencia restringida, el servicio se volverá marginal mientras los precios suben.

Es curioso que mientras nuestros amos se empeñan en eliminar las fronteras con los países vecinos, pretenden levantar muros para no dejarnos salir de nuestras ciudades. O nos revelamos contra esta atrocidad o las élites perversas terminarán adoptando medidas totalitarias extremas para una emergencia que sólo existe en las mentes de los tiktokeros de salón.