Uno de los rasgos definitorios de los gobiernos socialistas es su inclinación a la mentira y a la manipulación semántica. Pocas cosas dominan con mayor soltura que la resignificación: una Ley de Memoria Democrática que tergiversa el pasado, o un proyecto arquitectónico para el Valle de los Caídos que propone una gran grieta central presentada, paradójicamente, como un gesto para «facilitar el encuentro». El conjunto monumental, símbolo de reconciliación y lugar de oración —tal como recuerda la comunidad benedictina—, quedará atravesado por una brecha de resonancias orwellianas y evidentemente masónicas.
Desde el Ministerio de Vivienda matizan que la ausencia de La Piedad y de parte del conjunto escultórico en la maqueta es sólo conceptual. Pero nada de esto debe tranquilizarnos: para el socialismo, el Valle sigue siendo una tarea pendiente. Y esta batalla espiritual pudo haberse evitado si la Comunidad de Madrid hubiera iniciado el expediente de Bien de Interés Cultural que impide alteraciones sin autorización estricta.


