Ya es Navidad en El Corte Inglés y también en Madrid, que desde hace días tiene cubiertos los huecos de cielo de cables y cachivaches. Entiendo que, siendo el beneficio económico el criterio que rige las decisiones de las empresas, se aproveche el calendario para incrementar el número de ventas, imponiendo su Adviento de Consumo (marcado en los últimos años por el Black Friday). Pero es que los ayuntamientos también están por la labor. Desconozco si concurren razones técnicas o logísticas para hacerlo, pero en el caso de mi pueblo, por ejemplo (tirando a mediano), nada justifica el contraste entre las prisas institucionales por ostentar las galas y la serenidad de las casas, que normalmente esperan hasta el Adviento o el puente de la Inmaculada para colocar el árbol y el Belén.

Sucede como con la obligatoriedad del uso de la mascarilla en el transporte público y la irritante presencia de los carteles y señales pandémicos: es la violencia de la simulación; la voluntad de no representar lo real. Ahí están colocados, lo mismo en los comercios que en los edificios públicos, los letreros del pánico, las distancias de seguridad, las fronteras de plástico, las líneas en los bancos, los carriles y las flechas en el suelo, tipo Ikea, como una plaga adhesiva, sin que nadie lo denuncie. La realidad es que desde hace meses casi todos vivimos como si el virus no existiera. No hay pandemia y sí hay pandemia.

Y ahora no es Navidad y ya es Navidad. Esta anticipación inoportuna también esconde todo un esfuerzo, un autoconvencimiento colectivo por demostrar que algo acontece en este tiempo. La gente quiere Navidad y, si todavía no tiene ganas, debe tenerlas. Con todo, a mí me sigue pareciendo un milagro que, año tras año, las familias se junten al menos por el compromiso de que hay que hacerlo.

No creo que la «ilusión» se fundamente en una impostura como de Love Actually, porque no es más que una actitud estética e incapaz, de religión sin Dios. Creo que tiene que ver con la esperanza de la que hablaba Hughes el otro día: «Algo extraordinario y salvífico sucederá. Esa es la forma de pensar nuestra y es la alegría que nos constituye y nos acompaña». ¿No es acaso ésta nuestra tradición y nuestra experiencia? El impulso vital para seguir aquella señal, aquel signo, el camino de la estrella de Belén, que «se detuvo en el lugar donde estaba el Niño».