Una semana después de la investidura de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos han caído caretas, resurgido tópicos y doblado rodillas. La derechona liberal europea teme la injerencia tecnócrata yankee, como si hubiesen defendido algún tipo de soberanía durante los últimos cincuenta años; los conservadores atlantistas se frotan las manos frente al giro en la agenda geopolítica occidental y la izquierda, ante el arrinconamiento sufrido, trata de pegar sus últimos coletazos de wokismo.
Hoy estamos mejor que ayer, de eso no cabe duda, pero Trump no es la contrarrevolución. Trump no es contrarrevolucionario porque para querer acabar con el incendio hay que apagarlo, no contenerlo. No estamos ante una parada, sino en una deceleración. Tanto es así que los resultados del postmodernismo no van a desaparecer. El aborto, la ideología de género, la sustitución étnica y el desvanecimiento de la identidad occidental serán regulados, aislados en pequeños diques hasta que vuelva a interesar agitar el avispero.
Lo woke ha llegado demasiado lejos en poco tiempo, creando un descontento social y una crisis financiera que ha incitado al capital que lo ha promovido a dar unos pasos hacia atrás para poder avanzar en un nuevo orden socioeconómico que se ajuste a la futura lucha contra China.
Los grandes medios de comunicación, perfectos mercenarios al servicio de unos y otros, ahora han decidido que ya se puede decir que el emperador está desnudo cuando hace unos meses tachaban de nazi o loco a cualquiera que sugiriese lo contrario. Hace dos días el ABC empezó a sustituir el término «joven» por el de «persona de raza negra de origen africano» a la hora de referirse a un supuesto delincuente. La inmigración no cualificada ya no representa una línea roja porque una serie de estados se han dado cuenta de que, aparte de insegura, es deficitaria. Razón por la cual países como Canadá, Suecia o Finlandia empiezan a restringirla.
Europa hace tiempo que muere y el que piense que va a ser el Tío Sam el que nos done un riñón para seguir viviendo está muy equivocado, precisamente porque ha sido él mismo el que nos ha dado la sangre suficiente para seguir viviendo pero la toxina justa para no hacerle sombra.
No se trata de ser aguafiestas, aunque la lucha sigue. Con la esperable paz en Ucrania y la exigua, pero aún latente, base industrial del viejo continente hay una oportunidad única de rearme para ser menos vasallos y más hombres.
La única posibilidad de salvación no se encuentra en una UE sobrereguladora, sino en una unión verdaderamente conservadora continentalista que no le prive a Rusia de su europeidad y que sepa ser un valioso equilibrio entre el choque del bloque asiático y el gigante americano.