Hace algunas semanas leí un artículo musical en la Cadena Ser en el que el autor reflexionaba sobre la música de antes y la relación que tienen los jóvenes con los artistas clásicos de nuestro país. El articulista se preguntaba por qué cantantes míticos de nuestra música no enganchan a los jóvenes. Concretamente, en el texto se mencionaban dos nombres: Julio Iglesias e Isabel Pantoja. A colación del mencionado artículo, pensé en escribir algunas reflexiones sobre la música, ese arte que nos acompaña en nuestro día a día y que llena la vida de muchas personas.

En primer lugar, sería poco honesto decir que los dos artistas mencionados son los más escuchados entre los jóvenes españoles. Pero que ambos no sean los más escuchados entre la juventud española no les quita el más mínimo mérito. Simplemente, como muchas veces ocurre en la vida, la calidad no es reconocida ni premiada.

Hay que recordar, a modo de reconocimiento, que el primero es el intérprete que más discos ha vendido en la historia de España, con más de 300 millones de copias y canciones versionadas hasta en 17 idiomas; por su parte, la tonadillera, además de haber vendido también millones de discos, ha llenado y sigue llenando estadios, y puede presumir de haber mantenido viva la canción española, siendo la última gran estrella de un género que representa la raíz más profunda de la cultura española y que se extiende ya a lo largo de dos siglos.

Ambos han regalado algunos temas que son imborrables para la sociedad española. Hey o Marinero de Luces son temas que han quedado grabados para siempre en la memoria colectiva de los españoles, que siguen recordándose 40 años después de ser estrenados y que probablemente continúen siendo recordados dentro de otros 40 años, mientras que con poco de suerte en cinco años nos habremos olvidado de la Motomami.

Dejando a un lado mi admiración personal por ambos artistas, me gustaría aprovechar el artículo mencionado para destacar la decadencia de la música española en las últimas dos décadas. En primer lugar, no creo que haya que recordar el famoso dicho popular según el cual «para gustos, los colores». Evidentemente todo el mundo es libre de tener el gusto musical que le plaza y escuchar la música que prefiera. Pero, honestamente, creo que las canciones actuales son a la música lo que los grafitis a la pintura clásica.

No tenemos que irnos demasiado lejos en el tiempo para comprobar la decadencia de la música española. A mediados de enero, Shakira lanzó una canción cuyo principal mensaje era lanzar dardos envenenados a su exmarido. El single fue una verdadera revolución: en un día alcanzó la cifra de 40 millones de reproducciones en algunas plataformas digitales. No hubo red social o medio de comunicación en el que no se hablara del nuevo estreno de la colombiana. Creo que no estaría faltando a la verdad si digo que la canción se elevó casi a la categoría de debate nacional —como si España no tuviese problemas más importantes—.

Pero el caso de la colombiana no es un hecho aislado, evidentemente. Es la tónica general. Hoy, por encima del talento, se premia la superficialidad más absoluta. Lo chabacano. Todo se reduce al marketing. Mucho marketing. Desde los estertores de la mediocre y decadente industria discográfica nos han demostrado que unas uñas largas y unos disfraces propios del payaso de micolor son suficientes para alcanzar el estrellato, aunque la persona en cuestión cante menos que un grillo aplastado.

Por desgracia, es cierto que entre la inmensa mayoría de los jóvenes triunfan canciones chabacanas, ordinarias, de mal gusto y, en muchas ocasiones, humillantes para las mujeres, pues las reduce a trozos de carne a merced siempre del disfrute de algún macho alfa.

Viendo que este tipo de géneros han tenido un enorme éxito en los últimos años y en la actualidad, a uno le invade un inmenso sentimiento de nostalgia. En mi caso, curiosamente, nostalgia de una época que no viví. Si se hace el sencillo ejercicio de mirar al pasado, se puede comprobar que este viejo país de cantares llamado España ha dado enormes artistas. Y no me refiero únicamente a la copla y al flamenco, los dos géneros musicales de España por antonomasia; de los diversos rincones de la geografía española han salido voces tan increíbles y dispares como las de Nino Bravo o Montserrat Caballé.

Todos ellos, representantes de géneros distintos, tenían la cualidad de transmitir una de las cosas más bellas de la vida: verdad. Ya no surgen cantantes así. Artistas que llegan, de una forma u otra, a lo más profundo de uno mismo. De esos que te traspasan cuando cantan. Que te hacen sentir. Que te ponen los vellos de punta. Que provocan que te levantes a aplaudir cuando acaba cada actuación. Nuestros artistas clásicos nos han regalado canciones con las que uno puede llegar a enamorarse, que nos han hecho llorar o nos han trasladado a épocas pasadas. Por desgracia, todo eso quedó atrás.

Teniendo en cuenta que la música es una fiel compañera para muchos seres humanos, y que nos acompaña en los peores y en los buenos momentos, tristemente se puede afirmar que la música que triunfa hoy es fiel reflejo de la decadente sociedad actual, donde los principios brillan por su ausencia. Definitivamente, todo tiempo pasado fue mejor. También en el terreno musical.