Salud mental y resiliencia

Odio los términos salud mental y resiliencia. Pero, desde luego, si tuviera que quedarme con uno sería con el segundo. Aunque la palabra en sí misma me suene cursi y refitolera, alberga un significado que considero digno de admirar que es la capacidad de sobreponerse ante la adversidad.

Mientras tanto, un nada desdeñable sector de la población esgrime cada vez con mayor y sonrojante frecuencia la salud mental para justificar rendirse ante cualquier circunstancia. ¿Estás cansado y no quieres hacer algo? No lo hagas, ante todo, importa tu «salud mental». ¿Vienen mal dadas y algo que parecía que iba a ser fácil resulta que no lo es tanto? Tira la toalla cuanto antes, sobre cualquier otra cosa, cuida tu «salud mental». Y así, sucesivamente.

Leía pasmada hace unos días que un programa de televisión ha retirado un episodio porque una concursante había decidido abandonar por hastío, pereza, falta de motivación o las razones que fueran, y un miembro del jurado, en lugar de darle una palmadita en la espalda y ofrecerle un pañuelo, le señalo la puerta. «¡Oh, Dios mío, qué vil ataque a la salud mental de la concursante!», clamaron.

No quiero menospreciar las enfermedades mentales que, por supuesto, existen. Pero si ahora todo es salud mental, nada lo será. Vamos camino de construir una sociedad en la que lo éticamente admirable sea rendirse, ser débil —que todos lo somos, pero antes se admiraba al que sabía sobreponerse, al que luchaba, no sin esfuerzo, contra esa debilidad característica del ser humano— y no internarlo, no vaya a ser que haya que librar batallas demasiado arduas que dañen nuestra «salud mental».

Fomentemos bienes superiores, el esfuerzo, el mérito, y a quien pese a todos los obstáculos, no deja de intentarlo. Y no me refiero con esto que haya que linchar al que no lo consigue, faltaría más. Ni renunciar, nunca, a la compasión. Pero, ¿no tendrá la sociedad que aspirar a bienes superiores, a la máxima excelencia? Lo normal, después, será quedarse a medio camino, pero, lo que es seguro, es que si no se apunta a lo más alto, ahí sí que, sin ningún atisbo de dudas, no llegaremos.