Cuando hablan de la precariedad juvenil miro Instagram y se me pasa. Es llamativo observar cómo la generación que aparentemente vive peor que sus padres lleva un tren vital superior que el de sus progenitores. Viajes, fiestas desenfrenadas, comilonas en restaurantes con cierto caché. No hay día en el que mi timeline no me regalé fotografías bucólicas sacadas en lugares paradisíacos o barrocos. Marrakech, Estambul, Praga… El multiculturalismo en toda su extensión se palpa en unas redes sociales que son el escaparate de la quinta más pobre desde nuestros abuelos pero que más «disfruta de la vida».

Cuando se dice eso de «no tendrás nada y serás feliz» creo que se refieren a cosas como ésta. No tenemos dinero para habitar un hogar sin compartir piso con tres desconocidos, pero podamos dar la vuelta al mundo. Ya si eso formamos una familia cuando tengamos cuarenta y se nos haya pasado el arroz, como dicen las abuelas al ver a los que todavía no tienen pareja a los treinta. Nos sobran experiencias y nos falta lo más importante, lo que prevalece: vivir auténticamente. Con esto no estoy diciendo que sea obligatorio emparejarse o ponerse a tener hijos como si no hubiese un mañana, sólo expreso mi asombro ante la aparente precariedad cuando mi generación vive tan bien. No sé, pero creo, como diría Laporta, que no estamos tan mal, al menos eso es lo que reflejan la realidad 2.0 de las redes (a)sociales. Que, si me voy a Noruega, luego a Dublín, después a París… Parecen estrellas del Rock en una gira internacional sin el glamur de las grandes noches.

A lo mejor es que viven por encima de sus posibilidades, o quizá no. Más bien al sistema le interesa que vivan en una burbuja nómada en la que se desmelenen, disfruten la vida y no reflexionen. Empiezo a ver ciertas similitudes entre el ocio explorador de hoy en día con el pan y circo de la antigua Roma. En realidad, sí están mal, viven peor que la generación de sus padres, pero no les importa porque son unos dandis. Estamos atrapados por el cortoplacismo de experimentar. Recorren el mundo gracias a las aerolíneas low cost que les brinda la oportunidad de hacer viajes que nuestros padres solo podían hacer en su luna de miel.

Pobres pero cosmopolitas. Comparto piso, pero puedo fanfarronear en las comidas de mis viajes. Indianos modernos sin oro en las alforjas. Esta forma de sobrevivir a base de subirse a un avión es una manera de anestesiar a la ciudadanía. La situación que vivimos los jóvenes está para que salgamos a la calle y montemos un 15-M de verdad, sin coletas y sin gente que venga de Venezuela. Mientras no termine el espejismo de un estado de bienestar de cartón piedra no despertaremos del letargo. El individualismo alimentado por el capitalismo atroz engorda el narcisismo cegando el espíritu. Muchos de los que no se emancipan es porque prefieren destinar los recursos económicos a las juergas cosmopolitas. Cumplir el sueño vital es tener Netflix y poder irse de vez en cuando a algún rincón perdido del mundo en el que olvidarse de que no tenemos nada permanente en nuestras vidas. Ya verán cuando se enteren de que todo líquido se termina evaporando.