Desde inicios de 2021, circula en redes sociales y páginas web un video titulado Ocho predicciones para el mundo en 2030, en el que se pueden ver los pronósticos que tiene el Foro Económico Mundial para finales de la presente década. «En 2030 no tendrás nada y serás feliz. Cualquier cosa que quieras alquilar, te la llevará un dron a casa» y «comerás menos carne». «No será un alimento básico para el bien del medioambiente y tu salud», son las dos declaraciones que, por lo menos, deberían causar alerta. Y es que, en contra de la creencia popular, no estamos frente a una «teoría de la conspiración», sino a una agenda que ya se puso en operación en varios países. Veamos.

Ahora mismo, en varias partes del mundo, de manera simultánea, el movimiento vegano empieza a generar caos. Restaurantes, supermercados y criaderos ―especialmente, de vacas, cerdos, corderos y aves― son los blancos de los furibundos activistas. Las consignas son «acabar con la esclavitud animal», «todas las vidas importan», «no es comida, es un ser vivo» y, aunque usted no lo crea, «terminar con el heteropatriarcado especista».

Si bien esas frases huecas hacen poco eco en la gente adulta, el verdadero objetivo es adoctrinar a las futuras generaciones. Ya que el veganismo, muy al estilo de Mao tse tung, pretende imponer una revolución cultural desde el estómago.

Para los humanos la comida es más que la simple ingesta de nutrientes. Es una tradición. Alrededor de la comida hay recuerdos de familiares pasados o de nuestras raíces en caso de haber migrado. La gastronomía es parte de nuestra identidad personal. Por ejemplo, los argentinos y bolivianos usamos la parrillada para reunirnos con amigos y familia. Por su parte, los italianos tienen las pastas, los japoneses el sushi, los mexicanos los tacos y los peruanos el ceviche. En resumen, la cocina es cultura.

Por si acaso, no estoy afirmando que las culturas deben ser cerradas y aisladas de todo contacto, cosa imposible. Sin embargo, un intercambio voluntario de conocimientos y tradiciones es totalmente distinto a un proyecto de ingeniería social. No hay que confundir Pérez con peras.

Es ahí donde radica el peligro del veganismo, pues pretende que toda la humanidad, sin distinción de ningún tipo, adquiera nuevos hábitos alimenticios. No es casualidad que Bill Gates, gran amigo de los tiranos chinos, quiera imponer la carne sintética y busque que los gobiernos del mundo regulen y prohíban el consumo de carne animal.

En su libro, Como evitar un desastre climático, el magnate asegura que el ciudadano promedio va a tener que olvidarse ―quiera o no― de consumir un bife chorizo argentino o una picaña brasileña.

El multimillonario ―apodado como El rey del cultivo, por ser el mayor propietario de tierras en los Estados Unidos― continúa su guerra contra la ganadería. No la hace por el bien de la Pachamama, sino por el engorde de su bolsillo. Por esta razón, compañías de proteínas vegetales como Impossible Foods y Beyond Meat, en las que Bill Gates ha depositado buena parte de su fortuna, trabajan ya a gran escala para introducir su producto en el mercado. El empresario espera que la extinción de la ganadería llegue pronto, así como otros cambios en el consumo de energía.

Gates es el que suelta los billetes para que los activistas verdes, Greta Thunberg, por ejemplo, viajen alrededor del planeta promoviendo el ambientalismo en universidades y gobiernos. También es de los que impulsan que las naciones sudamericanas caigan rehenes del Foro de Sao Paulo. La razón es sencilla: nuestros países tienen alto potencial agrícola. Pero si son gobernados por pandillas ese potencial queda reducido a cero.

No obstante, por giros de la vida, lo que hace unos años atrás parecía una carrera en bajada, hoy se encuentra con una fuerte resistencia en Holanda (uno de los países más defendidos por los progresistas). Las protestas de los agricultores holandeses contra el gobierno empezaron como una pequeña manifestación frente a la casa de la ministra de Medio Ambiente. Empero ahora alcanzan a todo el país.

Los manifestantes han sido reprimidos por la policía en múltiples ocasiones, pero hasta el momento la protesta se mantiene firme. Una reciente encuesta de la consultora I&O Research, publicó que el 45% de la población apoya las protestas, el 29% se mantiene neutral y el 26% las rechaza.

El 2020 ya permitimos que, bajo el pretexto del virus, nos arrebaten un pedazo de nuestra libertad. No dejemos que el clima sea la excusa para acabar de convertirnos en esclavos. La libertad es el bien supremo.