Hace algo más de un año, en ese periodo de tiempo indefinido que Umbral llamaría «cuando entonces», me surgió la oportunidad de viajar lejos de España. Yo ante la duda tiendo a decir que sí, como los gallegos dicen depende. A mí me enseñaron en el colegio a decir no, o acaso quizás, a ponderar las disyuntivas bajo el in medio virtus aristotélico, a pensar antes de hablar y a rezar, incluso, antes que pensar. Claro que también me dijeron que el orden de los factores no altera el producto y yo debí quedarme con aquella lección, como podría haber memorizado la tabla del siete o la lista de preposiciones. Me ofrecieron, decía, viajar fuera de España y estudiar unos meses en el extranjero. Y dije que sí.

La espera ha durado algo más que un parto y aquí estoy, amigos de La Iberia, en las postrimerías de la expectación, a punto de embarcar rumbo al Oriente Medio. Me voy a vivir unos meses al Líbano y quería contarlo aquí, claro, que es lo más parecido a decirlo por el chat familiar o pregonarlo por el patio interior de una casona antigua. Lo próximo que escriba en La Iberia, en apenas dos semanas, lo haré desde Beirut —si Dios y Hezbollah me lo permiten—, y no quería irme sin al menos anunciarlo. Creo que algunos ya sabíais de mi empecinamiento y otros sencillamente os limitáis a imaginarlo. Y siendo ciertamente suficiente con eso, quería al menos agradecer vuestra compañía, que me llevó para allá.

Pienso ahora que debería introducir alguna idea original, una tesis novedosa o, al menos, revestir mi titubeo con la belleza con que lo hace Julito, con la elegancia de Enrique o con la bravura de Esperanza. Pero me veo demasiado torpe como para decir algo más que gracias y que me voy al Líbano medio año. Me veo limitado como para desarrollar algo más profundo. Por eso me limitaré a decir que voy a seguir agradeciendo, quincenalmente, y a modo de artículo, el hueco que Antonio me ha concedido generosamente. Que procuraré traeros con frecuencia historias sorprendentes o reflexiones de calado. Que intentaré estar a la altura. Que lo próximo que escriba en esta hueco no serán palabras torpes como las que ahora me salen. Lo intentaré. Claro que mientras procuro todo eso, mientras perfilo la aspereza de mis taras, renuevo el agradecimiento que merecéis. Y os mando un último abrazo desde España.