Mi madre se crió en San Sebastián cuando ETA mataba. Los pistoleros de la banda terrorista andaban sueltos por las calles de todo el País Vasco, y pronto bajaron del Goyerri para matar también en Zaragoza, Sevilla o Valencia. Cuando ETA mataba algunas familias miraban debajo del coche antes de ir al trabajo y jugar en las calles de Donosti se llegó a convertir en un acto de temeridad. A mi amigo Chapu Apaolaza casi le pilla una bala en la esquina de Legazpi con el Boulevard.
Cada catorce de agosto, víspera de la Asunción, cientos de fieles se juntan en la iglesia de Santa María, que custodia a Nuestra Señora del Coro, patrona de la ciudad. No en vano durante meses el Orfeón donostiarra ensaya la Salve de Refice, acaso la partitura mariana más bonita que yo jamás haya escuchado, o el Agur, Jesusen ama. Y el obispo, y el alcalde, y todos a cantan a pleno pulmón. La escena se repite cada año en San Sebastián como se repite la tomatina de Buñol o la Feria de Sevilla. La costumbre es también fuente de jurisprudencia.
Desde que soy niño recuerdo la víspera de la Asunción entre primos, tíos y otros donostiarras cantando la Salve pero no siempre fue así. En las sobremesas familiares —siempre han sido antemesas, de aperitivos muy largos y comidas breves— se nos contó, una y otra vez, la historia de aquellos años en los que ETA mataba e ir a la Salve era verdaderamente una expresión de fe. La puerta de Santa María estuvo rodeada durante años de abertzales para quienes rezar un catorce de agosto parecía irreverente. A pocos metros del templo volaron la cabeza de Goyo Ordóñez.
Fue entonces, aquellos años, cuando mi aitona descubrió la puerta de atrás de aquella iglesia de la Parte Vieja. Mi madre y toda la familia siguieron yendo pese a los pistoleros de ETA o HB o Bildu o llámelos usted como quiera. Se acostumbraron a verlos, con total impunidad, en su sede de la calle Urbieta y a veces me imagino que esa repugnante cercanía debió ser tranquilizadora. ¡No atentarían en su propia calle!
En casa guardamos con cariño un CD de aquellos años porque mientras suena la Salve de Refice, entre subidas y bajadas del Orfeón, se intuye el estruendo de las pelotas de goma. La oración interrumpida por los golpes y enfrentamientos de aquellos proetarras y la Ertzaintza. ETA añadió algunos compases a la melodía mariana y a base de escuchar la grabación yo ya he memorizado el sonido desafinado de su intolerancia.
Hoy Euskadi entera acude a las urnas para elegir su nuevo lehendakari y algunos están contentos con la victoria de ETA. Un reputado analista, de cuyo nombre no me quiero acordar, me dijo hace un par de días que él estaba encantado porque así se alcanzará cuanto antes la inmunidad. «Pillar la varicela de niño es estupendo, y mejor aún si la pillan todos los hermanos juntos». Yo le traté de explicar que Bildu no es precisamente la varicela porque no parece un virus al alcance de cualquier vacuna. Él no tiene familia en San Sebastián. Él nunca ha estado en la Salve. Él no sabe, claro, que pronto habrá que volver a salir de Santa María por la puerta de atrás.