Marzo de 1741. La ciudad de Cartagena de Indias, en alerta y máxima tensión. Los británicos saquearon y destruyeron Portobelo dos años antes y desde entonces no paraban de llegar noticias desde Madrid, alertando de un inminente ataque sobre la plaza. Los encargados de su defensa eran el Virrey de Nueva Granada, Sebastián de Eslava, y el Teniente General de la Armada, Blas de Lezo.

Con las primeras luces del alba del día 13 se divisaron desde Punta Canoa las primeras velas inglesas. A medida que avanzaban las horas se veía con estupefacción la inmensidad de la flota que venía a hacerse con Cartagena. Los defensores se ponían en marcha. El día que esperaban había llegado.

La flota inglesa se presentó con una fuerza nunca vista: 186 navíos, 50 de ellos de guerra, y unos 30 000 hombres dispuestos a conquistar y arrasar la ciudad española en el Caribe. Ante esta potencia naval, sólo superada por la flota desplegada el “Día D” para el desembarco de tropas aliadas en Normandía en 1944, los españoles contaban con seis navíos de guerra y una fuerza aproximada de 3 000 hombres encargados de defender la plaza desde los distintos fuertes que la guarnecían. La diferencia no es nada más y nada menos que de 30 contra uno a favor de los ingleses.

Al mando de la escuadra británica se encontraba el Almirante Edward Vernon, mismo personaje que dos años antes saqueaba y destruía la ciudad de Portobelo, en la actual Panamá. Vernon, al ver la grandísima superioridad de su fuerza ante apenas seis navíos y un puñado de hombres parapetados en unas defensas casi ruinosas, intuía próxima la victoria, tanto es así que antes de lanzar el primer cañonazo mandó un navío de aviso a Londres para informar de su “triunfo” sobre el puerto más importante de la América española en ese momento. En la capital londinense comenzaron a acuñarse monedas conmemorativas referentes al triunfo aún no logrado. Pero Vernon con su prepotencia y arrogancia británica iban a topar con la gallardía y valentía de los españoles allí establecidos.

Cartagena de Indias se encuentra en un lugar estratégico, su puerto estaba situado en una bahía interior enmarcada dentro de una bahía mayor que se comunicaba al mar Caribe por dos entradas de mar, la Bocagrande y la Bocachica. Dichas conexiones al mar y la que daba paso donde se situaba la ciudad, estaban defendidas por fuertes y baterías de cañones. Así y con la flota inglesa asomando por la Bocachica, Blas de Lezo, encargado de la defensa de la ciudad, comenzó a organizar y preparar la batalla. Para defender la entrada de la bahía (entrada de Bocachica), Lezo mandó cuatro de sus seis naves: la Galicia (nave capitana), el San Carlos, el San Felipe y el África, a defenderla. Además, contaban con el apoyo del castillo de San Luis de Bocachica, comandado por el ingeniero militar Carlos Desnaux, situado en la orilla derecha de la entrada a la bahía.

El ataque comenzó y el bombardeo sobre las naves españolas y el castillo de San Luis fue incesante, pero, aun así, los cañones españoles fueron más certeros y consiguieron mantener a raya a los buques enemigos. El ataque por parte de los británicos era continuo, la batería de Chamba situada a pie de playa resistió un bombardeo durante seis horas seguidas hasta que finalmente los hombres que allí quedaban tuvieron que retirarse al castillo de San Luís de Bocachica. Los navíos comandados por Blas de Lezo no daban abasto defendiendo el fuerte hispano del feroz ataque enemigo consiguiendo desarbolar varias naves inglesas. Los hijos de la Gran Bretaña consiguen poner pie en la playa, desembarcando un gran contingente en Tierra Bomba (isla situada entre Bocachica y Bocagrande, lugar donde se establecía el castillo de San Luis). La estrategia de Lezo fue alargar el asedio el mayor tiempo posible para que la moral, las fuerzas y los suministros enemigos se fuesen agotando. Con los ingleses ya en la playa, Lezo seguía batallando con sus navíos intentando dar cobertura al fuerte defendido por Desnaux para que aguantara estoicamente la lluvia de bombas que caían sobre su posición.

Los “casacas rojas”, al mando del general Wentworth, establecieron una batería de morteros que bombardeó el castillo de San Luis durante 17 días seguidos sin descanso alguno, día y noche, arrojando sobre el fuerte alrededor de más de 3 000 bombas. Los hombres de Wentworth consiguieron abrir brecha y Blas de Lezo barrenó sus naves para impedir el paso hacia el interior de la bahía de los buques ingleses, y también, para que estos no los pudiesen reutilizar en contra de las fuerzas españolas. Lezo y Desnaux se retiraron exhaustos hacia la ciudad. La defensa continuaba, ya que el enemigo avanzaba terreno y no pensaba retroceder.

El Castillo de San Luis cayó, pero no a cualquier precio. Su defensa duró hasta que se derrumbó la última piedra. Carlos Desnaux no concibió la retirada hasta el último aliento, otra actuación hubiera sido una deshonra. Lezo le insistió en la retirada para poder reorganizar la defensa de la ciudad, pero en otro escenario, en el Castillo de San Felipe de Barajas, el mayor fuerte de toda la América hispana y en el que se resolvería este glorioso capítulo de nuestra historia.

Continuará…