Julio, 2022: «Hay una expansión de los sublinajes que son más transmisibles». «Aumentan los hospitalizados por COVID en Galicia: 22 ingresos en un solo día». «¿Entró la octava ola de coronavirus?». «Identificada una nueva variante del COVID, Ómicron BA.2.75, con más capacidad para esquivar las vacunas». «Alerta tras la detección de Centaurus, la nueva subvariante BA 2.75 de Ómicron». Y así nos va.

Me temo que tengo malas noticias para mis amigos «negacionistas» allá donde estén. Los titulares lo dejan claro: esto no se ha acabado. El virus, como el cambio climático, es insaciable, no hay manera de acabar con él. Si creímos en algún momento que con datos y persistencia conseguiríamos abrir los ojos al resto del mundo y dejar el temita en un mal recuerdo del pasado, estuvimos equivocados. Siento ser una aguafiestas y si tengo que ser yo la primera en decirlo, asumiré ese riesgo: el uso de mascarillas y dosis de refuerzo sólo acabarán cuando haya escasez de materiales.

Es cierto que la historia ya no abre telediarios ni es el monotema en conversaciones al que nos tenían acostumbrados. Tampoco es el runrún constante en cada terraza ni la mayor preocupación de los ciudadanos como hasta hace bien poco, pero se ha instalado en el imaginario colectivo y está al servicio del que lo necesite cuando la situación lo requiera: ¿Que la inflación sube? Pues octava ola; ¿Que va a haber escasez y desabastecimiento de productos? Pues variante Centaurus que te cascan. Siempre que las cosas vayan mal, de la mano vendrá una novedad covidiana. Y señores, no pretendo que tiren la toalla, pero igual es el momento de asumirlo y tomarlo con filosofía. Los que salimos a la calle por la exigencia ilegal del greenpass nos hemos contentado con las migajas y la espada de Damocles pendiendo constantemente sobre nuestras cabezas esperando a que los mandamases decidan una nueva imposición aleatoria basada en fake news y rumores. Al final, lo mires por donde lo mires, la realidad es que han ganado ellos, como siempre. La gente sigue absorta, ensimismada, esclava de un sistema cruel donde todo un señor presidente del gobierno es capaz de decir que el confinamiento no existió o donde, sólo si perteneces a las élites, puedes viajar en AVE sin mascarilla.

La lógica nos decía que tarde o temprano esto se acabaría y que como en una buena película de abogados se sucederían las demandas contra políticos, medios de comunicación y demás extorsionadores. Los juicios, como los de Eichmann, estarían disponibles para ver en streaming en calidad 4k y todos y cada uno de los Trudeau diseminados por el mundo serían sentenciados a pasar un tiempo detrás de los barrotes por crímenes contra la humanidad. Y de verdad creo que todo esto podría haber ocurrido, pero entre nosotros hay gente que ya está buscando hueco en el brazo donde pincharse una nueva solución definitiva contra el virus que sólo será eficaz la semana que tarde en aparecer la variante Tamagotchi. Y así es imposible.

El diputado Steegmann abría la semana haciéndose eco de un artículo que «demuestra» que las vacunas han salvado vidas. Igual me equivoco, pero creo que las mismas farmacéuticas ya habían dicho que, eficaces, lo que se dice eficaces contra el COVID, no son. Y de sus efectos secundarios mejor ni hablamos. Lo gracioso es que el estudio hace malabarismos para probar lo que quieren; que es, que si sigues vivo después de haberte inoculado es porque la vacuna te ha salvado. Es la misma ciencia aplicada que me dice que el iPhone 12 que llevo siempre encima desde que lo compré, ha evitado que haya enfermado de gripe, cáncer, viruela del mono o sida.