La última ocurrencia de Pedro Sánchez para que no hablemos de la imputación de todo el que le rodea puede acabar afectando a nuestro ciclo de la luz. Nada es intocable, siquiera el horario. Si además socava la identidad de España, doble beneficio para quien trabaja contra nuestro bien.
Más allá del turismo y el factor económico como argumentos —razones de búmers y moderaditos—, a pesar de ellos porque no deberíamos ser un parque temático, la luz nos define, explica nuestra forma de vida. La claridad marca nuestra cultura tanto como nuestro clima. Vivir de día es deseable. Quien lo probó lo sabe.
La supresión del cambio horario puede ser razonable —no es una idea del Gobierno—, pero no debe servir para pervertir nuestra relación con la luz. La defensa del horario de verano no es una cuestión técnica ni de ahorro: es un reconocimiento de lo que somos. España no necesita ensombrecerse —más— para «parecerse a Europa». Es Europa la que precisa iluminarse para asemejarse a España.