El asesinato (no fallecimiento, como dicen algunos medios) de dos Guardias Civiles en Barbate debería preocuparnos más de lo que parece: puede dejar de ser un caso aislado y abrir la veda a un escenario peligroso para nuestra democracia. Lo acontecido en la costa gaditana pone de manifiesto que vivimos en una sociedad profundamente frívola, víctima de una distorsión de la realidad que le impide separar lo que sucede en la ficción del mundo real.
Estoy viendo una serie, que tanto al empezar como al terminar te advierte de que todo lo que ha ocurrido durante los cuarenta minutos de capítulo no es una historia real sino una narración ficticia; al verlo pienso en quienes necesitan ese tipo de mensajes para concienciarse de que lo que sucede en los largometrajes es mero fingimiento de plató. Si una productora tiene que recurrir a dichas acciones seguramente sea porque la confusión se dé de forma habitual. Se han roto las barreras que separan la irrealidad de lo verídico como si algunos viviesen con unas gafas de realidad virtual incorporadas en los ojos. La consideración de lo que ocurre en las producciones como lo verdadero ha generado el preocupante fenómeno de mitificar a macabros personajes como a Pablo Escobar, que en la serie Narcos es barnizado con una pátina de Robin Hood, de héroe; hasta los colombianos se levantaron en tromba indignados para hacer el trabajo inverso e intentar desmitificar su figura. Esta atracción de algunos guionistas a deconstruir la historia de villanos explica, quizá, que en el momento en el que asesinaron a los guardias civiles los viandantes que estaban siguiendo la persecución jaleaban a los verdugos como si fueran héroes. El relativismo moral se ha adueñado de nuestra sociedad, hemos perdido el rotulador que marca nuestras líneas rojas; que luego no nos extrañe que en el País Vasco los jóvenes voten en masa a Bildu. El mundo en el que vivimos es cada días más hostil, el otro día me paraba por la calle un Youtuber que estaba haciendo un vídeo enfocado a animar a la gente huraña y solitaria para que saliera a la calle, y al preguntarme que qué le diría a la gente para que abandonaran el nido me dieron ganas de decirle que cada día estoy mejor en mi casa.
Más allá del análisis antropológico y moral, me resulta alarmante el hecho de que unos delincuentes con medios más sofisticados que los guardias civiles consigan darles caza. Lo ocurrido puede abrir un peligroso precedente, un efecto llamada ante la debilidad que demuestran nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad. Cuando un Estado pierde el monopolio de la fuerza, su sistema falla y no cabe esperar otra cosa sino el caos; Ecuador se ha convertido en un Estado fallido cuando los narcos no han tenido recelos en asesinar a sangre fría a los policías. Josema Vallejo y Samuel Vazquez detallan en su libro Don’t fuck the police: un modelo policial que protege al poder y no a los ciudadanos, los errores de un sistema que cada día es percibido como menos seguro para la ciudadanía. Las democracias occidentales, obsesionadas con los derechos de los inhumanos han dejado que el sentimentalismo ponga en peligro la vida de todos; hablan de las garantías de los presos sin caer en la cuenta de que desde el primer momento que un individuo es privado de libertad tiene menos derechos que el resto. Espero no darles la idea de dejar a todos los delincuentes en la calle…
Estamos ante un aviso a navegantes de que como no pongamos remedio y la escala de violencia e impunidad aumente vamos camino de convertirnos en un Estado fallido.