El sistema sociopolítico de Occidente está muerto. Cada día vemos desmoronarse ante nuestros ojos las instituciones políticas, económicas y sociales de un mundo que a marchas forzadas va dejando de parecerse a aquél en el que nacimos. El modelo, pensado para dos generaciones, tiene sus días contados.
En adelante, dos opciones: una nueva manera de esclavitud o un sistema más benéfico para el hombre. Es nuestro deber plantearnos si queremos ser los últimos de esto, defender sus bondades —más pasadas que presentes, en absoluto futuras—, su viabilidad y las buenas intenciones de quienes lo diseñaron, en un intento vano de alargarlo. O los primeros de lo que viene, llamar a las cosas por su nombre, ayudar a derribar un sistema imposible y construir algo nuevo con la dignidad como medida.
Es un deber y un compromiso con la Verdad. Las personas, medios de comunicación o partidos políticos que a estas alturas todavía proponen reformas y cambios estéticos, de manera consciente o inconsciente, engañan a quienes les escuchan y entorpecen el tránsito hacia un nuevo modelo, casi siempre por su propio beneficio. Tenemos una responsabilidad histórica.