España afronta una compleja problemática migratoria que, lejos de tratarse de un fenómeno meramente humanitario o socioeconómico como venden los serviles medios cercanos al poder, es el pan nuestro de cada día al mismo tiempo que sigue evidenciando una instrumentalización por parte del Reino de Marruecos con fines estratégicos en los que no se da puntada sin hilo ni momento sin su racionada dosis de interesada y rebuscada tensión.
En los últimos años ha habido un elemento clave: el chantaje que sirve como arma a nuestros vecinos meridionales al mismo tiempo que ridiculiza al habitual «bueno» de la película: España. De ahí, del buenismo, se llega al sometimiento, a esa servidumbre y vergonzosa pleitesía a Mohamed VI con el beneplácito de un Estado, el nuestro, caricaturizado en cuestiones de Exteriores.
De la Unión Europea o la Eurocámara, podemos pasar palabra ya que sus amenazas a Marruecos (junio de 2021 o principios de 2022) por instrumentalizar a los inmigrantes como arma política han servido de nuevo «sujétame el cubata» del reino alauí en esa continua porfía encaminada a llenar sus arcas y las de sus nacionales con los caudales públicos del otro «bueno» de la historia: Europa. La consecuencia, es la frustrante existencia del tonto útil, España-Europa, en versión dual que, a merced de los intereses de Rabat, mueve sus maniatados hilos olvidando cerrar el grifo y su inagotable chorro de millones de euros en exclusivas ayudas y prebendas dentro y fuera de nuestras fronteras.
En las últimas semanas hemos presenciado nuevos «brotes» —nada de verde salvo reminiscencias de la Marcha del mismo color de noviembre de 1975— surgidos de manera alarmante en localidades españolas como Alcalá de Henares, Sabadell, Aranda de Duero, Tenerife o Torre Pacheco y, visto lo visto, se atisban como la infinita punta de un iceberg o una peligrosa y larga mecha que va mucho más allá de la opacidad en la gestión de los flujos migratorios.
Sustitución de la población
Si nos atenemos al término políticamente correcto, estos movimientos no hacen más que cebar al caballo de Troya que pasea —cuando no cabalga veloz o feroz— por poblaciones hispanas con un tercio de magrebíes, otras que han quintuplicado a sus ancestros de primera generación, cuya adaptación e intenciones difieren de las de los recién llegados, en tiempo récord u otras que reciben la itinerancia de estos inmigrantes —normalmente hombres de edad adulta y laboral—, carentes de control y seguimiento desde que, de manera irregular, arriban a las Canarias, entran por Ceuta, Melilla o desembarcan en cualquier otra costa española en la que lo más normal a estas alturas es contemplar la vergonzosa pasividad y vista gorda de nuestros agentes fronterizos.
La normalización en la permisividad del procedimiento es la tónica habitual en un insultante ejercicio práctico de rendición geopolítica en el que el sentido común, abochornado, parece haber emprendido la travesía opuesta ante la autorizada invasión en las orillas de las playas. Y estos incesantes y ajetreados tránsitos ni siquiera suponen una amenaza actual, sino que reflejan una preocupante realidad de la guerra híbrida emprendida por Marruecos.
Ya están dentro en una cifra que supera el millón de habitantes, aunque menos de un tercio cotice a la Seguridad Social dando una idea de que unos 700.000 marroquíes no contribuyen a ese manido mantra de que vienen a España para pagar las pensiones de una población, la nuestra, tan envejecida como las de numerosos países europeos. Paradójicamente, los seres de luz brillan por su ausencia.
Las cifras de 2024 ahí están: según el Ministerio del Interior hubo aumentos tan significativos como un 469% o un 308,3% más en la entrada de inmigrantes ilegales llegados por vía marítima a, en concreto, las Islas Canarias o al resto de España, respectivamente. Por otro medio, el terrestre, en esa misma estadística aparece un desbordante 312,8% más en las llegadas irregulares por tierra a Ceuta y Melilla. Los porcentajes hasta marzo de 2024 son demoledores. Y si traducimos en personas cada uno de ellos, tendremos una avalancha de ilegalidad que, por mar, va desde los 10.215 inmigrantes ilegales de las Canarias a los 10.877 de la península o, por vía terrestre, los 563 de nuestras ciudades autónomas.
Todo suma respecto a los datos de 2023 y no se cuenta lo de las pateras diarias de nuestra retina y días más cercanos; es decir, los del pasado verano 2024 o los ya más de 19.000 inmigrantes ilegales en lo que va de 2025 hasta el punto de que no nos falta el plato diario de cayucos, pateras, rescates, etc. para el peligroso empacho de inseguridad e ilegalidad que se está gestando en tantos y tantos ámbitos.
Guerra híbrida
Sufrimos una guerra híbrida pura y dura que no se sustenta en ataques de drones o proyectiles, tampoco en lanzamiento de misiles o derribos de aeronaves, sino en la utilización de seres humanos como munición y arma arrojadiza de acuerdo a consignas religiosas y, en la práctica, a entidades y mezquitas cuyos gestores e imanes ejercen la vigilancia de la colonia marroquí para que no se salga del redil tras su irrupción en la península Ibérica.
Ellos son la mano que mece la cuna del presente con pistas a seguir en su resistencia cultural, desinterés laboral, de integración o reinserción, desoyendo consejos útiles de los que en su entorno familiar les precedieron para convivir felizmente en la localidad que les acogió. Hoy rebeldía y disidencia se estilan mucho más entre los jóvenes, como el discurso bien aprendido de sus nuevos gurús.
Todo está bajo su control, como el seguimiento a posibles desmanes o tendencias que pudieran resultar contrarias o un hándicap para el cada vez más sólido asentamiento de una comunidad con alarmante inmunidad, trato de favor y, si hace falta, un sumiso ejercicio práctico de laxitud de unas leyes que castigan y actúan con otra vara cuando es el español el que se sitúa en el ojo del huracán. Las protestas de Ferraz son un ejemplo.
No les hace falta más. Tal vez, apretar la tuerca del victimismo al grado superlativo para que medios sumisos tergiversen el relato que engendre la historia a conveniencia del poder, esa que prosiga con apoyos y ofrecimientos varios a ese «buen samaritano» que es Marruecos. No en vano, es capaz de prescindir de medios militares convencionales y abrir o cerrar la frontera a su unilateral antojo.
Aunque no se quiera ver o haya intereses ideológicos y de nicho de votos electorales en un futuro, los vecinos del sur ya se han acostumbrado a lanzar la piedra sin esconder la mano para generar caos sociopolítico y mediático dentro de una polarizada sociedad española a la que no le faltan continuos ingredientes de corrupción política o disgustos propiciados por absurdas propuestas legislativas, escándalos políticos, cupos en la financiación autonómica o pérdida de arraigo e identidad ante el pujante poder de territorios nacionales guiados por la traición y malversación de caudales públicos.