Asomado al balcón de San Pedro, discreto, y sentado en su sillón habitual, el Papa Francisco pronunció ayer las palabras más relevantes de todo su pontificado. A Francisco le gusta sorprendernos y por eso el pasado día de Navidad, entre peticiones de paz y saludos afectuosos a cristianos perseguidos por todo el planeta, el Santo Padre esbozó la línea maestra de su pontificado.
Hace ya tiempo escribí, no recuerdo muy bien cuándo, que Francisco ha sido el perfecto continuador del Magisterio de Benedicto XVI como éste lo fue, a su vez, de la herencia recibida de San Juan Pablo II. El pontífice polaco clausuró con su característica viveza el segundo milenio, poniendo un marchamo originalísimo a la historia de la Iglesia. Benedicto XVI, con un pie en cada siglo, supo interpretar los signos de los tiempos y abrió la Iglesia al porvenir durante sus años en la sede petrina. Y Francisco está siendo —Dios nos lo conserve— el pontífice de una nueva era.
Podemos decir, en fin, que Juan Pablo II explicó al mundo que «no hay justicia sin libertad». Benedicto XVI señaló, en esta línea, que «no hay libertad sin verdad». Y el Papa Francisco nos repite cada vez que puede que «no hay verdad sin caridad». El tríptico es providencial.
Bien, pues ayer el Papa Francisco, y de ahí mi entusiasmo, pronunció en el balcón del Vaticano las palabras más relevantes de todo su pontificado. Entre alusiones a la fraternidad, dijo: «Hermanas y hermanos, no tengan miedo. La Puerta está abierta, la puerta está abierta de par en par. No es necesario tocar a la puerta. Está abierta».
En casa pasó desapercibido porque los uniformes de la Guardia Suiza nos entusiasman desde hace años, con sus colores despiertos y sus morriones artísticos. Pero el Papa Francisco estaba clausurando 46 años de la historia de la Iglesia. Precisamente en 1978, cuando el cardenal Wojtyla se asomó a ese mismo balcón como pontífice recién elegido, pronunció: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!».
Una finísima línea teológica quedó ayer trazada, en la Navidad de 2024, entre el Magisterio de Juan Pablo II y el de Francisco. Durante décadas el papa polaco exhortó a la Iglesia a abrir las puertas de par en par a Cristo. Ayer el Santo Padre repitió la exhortación —«¡No tengáis miedo!»— con una diferencia: la Puerta ya está abierta de par en par.
La Buena Nueva de la que hablamos los cristianos es esta, no hay mucho más misterio. Los esfuerzos que durante décadas ha hecho la Iglesia por abrir las puertas se han visto felizmente colmados. El Papa Francisco lo cree y yo lo creo con él. Ahora, por fin, el reto no está en abrirlas sino en atravesar esas jambas, abiertas de par en par para el mundo entero. Para «todos, todos, todos».
Qué don y qué tarea. Qué profundo misterio. El testamento espiritual del Papa Francisco es desde ayer este mismo: una «Iglesia en salida» por fin va a poder ser una «Iglesia en entrada». ¡Feliz Navidad!