Por fin Morante

Morante ha echado el San Isidro de su vida con 27 años de alternativa y estaba de Dios que iba a salir a hombros

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En Las Ventas este domingo vimos historia, la Monumental proyectada por Joselito El Gallo cayó rendida a su mejor discípulo. José Antonio Morante de la Puebla salió a hombros por primera vez en Madrid. Le cortó una oreja tras un volapié perfecto al primero de la tarde y otra, con una estocada baja, al cuarto.

Morante ha echado el San Isidro de su vida con 27 años de alternativa y estaba de Dios que iba a salir a hombros. Empezó con una faena el día 28 a Seminarista, de Garcigrande, que marró con los aceros, pero las orejas son despojos cuando de este tipo de toreros se trata. Y el Domingo de Pentecostés comenzó la catarsis con la oreja a Sacristán.

Los toreros son el último resquicio del héroe clásico. Gigantes ante la adversidad, compañeros de la muerte, protagonistas de epopeyas y artesanos de lo eterno que en ocasiones se elevan para bailar una templada danza entre lo humano y lo divino. Tomando elementos de los Gallos, de Belmonte, Manolete, Chicuelo, Bienvenida y Pepe Luis, Morante se hizo uno para ser otra pieza medular del arte del toreo. Se convirtió en un tótem pagano, un símbolo de resistencia ante lo vulgar, lírica entre alamares y guirnaldas. Fue procesionado por cientos, ovacionado por otros miles y salió por el umbral de la puerta que todo cambia, que todos sueñan y por la que él mismo ha sufrido tantos desvelos.

¿Qué lleva al mejor de todos los tiempos a llorar en Madrid? ¿Cómo un figurón con 27 años de alternativa sigue teniendo esa capacidad para sorprender y emocionar? Madrid ha sido su última piedra en el camino, esa medalla que nunca llegaba. Nos llevó a la locura porque está tocado por la varita, porque es alma sin cuerpo y porque lleva la historia y el tiempo en las muñecas.

Sus partidarios cortaron la calle Alcalá hasta que la policía dijo basta, pero eso no fue suficiente porque todavía hubo quienes le aguardaron en el hotel para aclamarlo; casi como obligado a dar una bendición urbi et orbi.

Por la espada, no fue la Puerta Grande perfecta. Pero el toreo es emoción, no escuadra y cartabón. Después de todo, Morante dijo unas palabras que pueden sonar a despedida. Antes lo anotó Heidegger: «Somos los invitados de la vida», y todos los invitados se van.

Quizá nos despidamos del «artista vivo más interesante del mundo», tal y como lo describió el genial Andrés Calamaro, pero a pesar de el gran vacío que puede dejarnos, sin José Antonio siempre tendremos a Morante. Su obra transciende a su figura, su legado impreso en miles de corazones y sus capotazos ahí quedan, como el susurro de un viento en otoño que nos promete primavera.

Los taurinos somos esos galos que se niegan a rendirse ante la cruel modernidad porque nuestro arte es insensible a sus cánones, nuestra moral superior y nuestra estética eterna. En definitiva, su salida a hombros fue un homenaje a una trayectoria, a un maestro de maestros, a una pasión que desborda. Gracias, José Antonio porque tu entrega es alegría; tu arrebato, delirio; tu sonrisa, la de todos. Si es que después de ti, naide.

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