África, conocida como el continente de la esperanza, destaca por su abundancia de recursos y su creciente población a pesar de las adversidades que enfrenta. Sin embargo, esta prosperidad no ha pasado desapercibida por las organizaciones terroristas. Desde principios de este siglo, el continente ha estado sometido al terror causado por la expansión de filiales de Al-Qaeda y el Dáesh. Este terrorismo yihadista ha privado a muchos países africanos de sus libertades, incluyendo la libertad religiosa, que afecta gravemente al 42% del continente.

Nigeria, en particular, sufre una persecución feroz contra los cristianos, exacerbada por profundas divisiones políticas, económicas y sociales basadas en diferencias étnicas. El país está dividido entre un norte empobrecido, predominantemente musulmán, y un sur próspero, de mayoría cristiana. Esta fragmentación ha sido aprovechada por grupos terroristas como Boko Haram, conocido mundialmente por el secuestro de 276 alumnas en Chibok en 2014. Desde su aparición en 2002, Boko Haram ha encontrado el campo de cultivo perfecto para su proliferación en el norte del país debido a la fragilidad política, la ineficacia de las fuerzas de seguridad y la inestabilidad social causada por las confrontaciones étnicas. Como resultado, Nigeria está siendo devastada por la persecución religiosa a manos del extremismo yihadista, siendo el sexto país con menor libertad religiosa y el más violento contra los cristianos, de acuerdo con ACN. De cada ocho víctimas del terrorismo en Nigeria, siete son cristianas, lo que resalta la brutal realidad que enfrenta este país.

La persecución religiosa en el país también ha dejado una profunda marca en su política y sociedad. En el norte del país, doce estados han implementado la sharía como parte de su sistema jurídico, estableciendo una policía religiosa para garantizar su cumplimiento. En otras regiones, aunque la persecución es menos oficial, los ataques a poblados e iglesias son casi diarios. Un informe de la ONG nigeriana Intersociety, publicado en 2021, estima que desde 2009, 43.000 cristianos han sido asesinados por grupos terroristas, 17.500 iglesias han sido atacadas, 2.000 escuelas destruidas y casi 10.000 personas desplazadas de sus hogares. Desde 2021, la violencia ha aumentado un 28%.

La persecución afecta de manera distinta a hombres y mujeres. Los hombres sufren secuestros, detenciones ilegales, torturas, reclutamientos forzados, marginación en la educación y el mercado laboral, y muerte. James John Maidugu sufrió esta persecución cuando se despertó una madrugada a rezar y atisbó un reflejo de luz en su ventana. Se asomó y vio como su poblado completo estaba en llamas; Boko Haram había quemado todas las casas, incluyendo la de sus familiares y amigos, todas menos la suya. James afirma que su sufrimiento le acercó más al Señor, y si le tiene a Él, lo tiene todo.

Mujeres como Janada Marcus o Rebeca se enfrentan a otro tipo de persecución. Las mujeres sufren agresiones físicas y sexuales, secuestros, matrimonios forzados, esclavitud sexual y muerte. Janada presenció la decapitación de su padre, que se negó a tener relaciones íntimas con ella, ordenadas por un miembro de Boko Haram. Otra mujer llamada Rebeca fue secuestrada junto a sus dos hijos pequeños, negándose a mantener relaciones con los terroristas, que mataron al pequeño de los dos para forzarla. Poco más tarde fue violada por varios soldados del grupo y quedó embaraza, pero logró escapar y comenzó un largo proceso de sanación y aceptación del bebé.

Los religiosos en este país también corren riesgos significativos. Consagrarse a Cristo en Nigeria implica la posibilidad de ser secuestrado o asesinado. Toman precauciones, como no usar sotanas o no anunciar sus viajes, pero esto no garantiza su protección. Además, se han convertido en expertos en seguridad, ya que ellos son los que informan a las comunidades de los peligros si están próximos.

El último gran ataque se realizó en Navidad del año pasado. Mientras algunos volvíamos a casa a salvo tras la celebración de la misa, 300 cristianos nigerianos no tuvieron la misma suerte, y fueron brutalmente asesinados. Además, perdieron sus escuelas, cosechas y dispensarios médicos, que fueron arrasados.

Contra todo pronóstico, la fe en Nigeria sigue creciendo. En 2020, el país tenía el mayor número de seminaristas en África, con 6.555 jóvenes comprometidos. Estos jóvenes afirman que el dolor causado por la persecución los motiva aún más a seguir a Cristo, y se niegan a ser amedrentados por los terroristas.

Otros supervivientes han comentado que nunca abandonarán su fe, y que lucharán por protegerla y servir a Dios hasta el final, porque Él ha dado sentido a todo su sufrimiento. Se enfrentan al peligro con otra filosofía, y como dijo Monseñor Oliver Doeme, obispo de Maiduguri, «ganaremos esta guerra de rodillas».

Ésta es la fe de los cristianos perseguidos; verdaderos mártires que no renuncian a su fe en Cristo, aunque les cueste la vida. Su valentía y devoción son un poderoso testimonio de esperanza en medio de la adversidad.