Lewis Capaldi es un joven cantante escocés. A mí me sonaba, de oírla por ahí, Someone You Loved, pero nada más. Una canción más y un cantante más. Eso pensaba hasta que mis hijas me pusieron tras la pista de algo extraordinario. Sucedió en uno de sus conciertos, en el de Glastonbury, en 2023. Como casi todo, puede verse en YouTube. Merece la pena.
Capaldi empieza su canción más famosa y, de repente, sufre un episodio extraño. Meses antes, al cantante le habían diagnosticado el síndrome de Tourette, un trastorno que ocasiona movimientos repetitivos y difíciles de controlar. En ese momento, Capaldi, hecho un mar de tics, sabe que no puede seguir cantando. Pero no abandona el escenario. Se queda allí mientras la canción avanza con esta letra: I’m going under, and this time, I fear there’s no one to save me: me estoy hundiendo, y esta vez me temo que no habrá nadie que me salve. ¿Una premonición? ¿El aviso del hundimiento inminente?
En absoluto. El público reacciona de inmediato y con decisión. No hay un solo instante de duda o de silencio. La canción no se detiene: show must go on. Todos cantan por él, que se acerca al frente del escenario y, entre unos espasmos que ni quiere ni puede ocultar, agradece que la canción prosiga. Muestra el micrófono, ofreciéndoselo al público. Aquí la letra encaja a la perfección: I fall into your arms. I’ll be safe in your sound ’til I come back around. Capaldi cae en los brazos del público. Sabe que, hasta que vuelva en sí, estará a salvo en esas voces.
Es un día de sol radiante. La cámara enfoca a varias chicas entregadas a una música que, pase lo que pase, debe proseguir. Cae la tarde. También lo dice la canción: the day bleeds into nightfall. Pero el día no se desangra. Como por ensalmo, la canción deja de ser triste y se convierte en un himno, en una versión actual del We’ll never surrender. El público agita banderas de victoria.
Ante cosas así, uno debe sentir una emoción honda. Porque a ver quién es el listo que no necesita que le salven, quién es el esféricamente perfecto que no tiene una vida sin tics o un corazón sin espasmos, quién hay que no desee un Séptimo de Caballería que venga a rescatarle cuando la cosa se pone fea, quién es tan necio que no anhela otros brazos en los que descansar, quién tiene el cuajo de creer que jamás se le quebrará una estrofa o que no tendrá dudas en el estribillo, quién podrá olvidar el coro inmenso que a uno le sostiene y del que forma parte, quién querrá prescindir de las notas ajenas, quién se rendirá cuando los demás mantienen el tono, quién persistirá en la tristeza del verso solitario cuando enfrente la alegría se desate y nos devuelva la melodía en las cuerdas vocales de otros.