Ser autónomo en España es un ejercicio de heroicidad cotidiana. No hay mayor prueba de resistencia que levantarse cada mañana sabiendo que el sistema está diseñado para que todos los trabajadores se sometan al Estado o a las grandes empresas encamadas con el sector público. La intención es que el esfuerzo y el talento no redunden en bienestar y prosperidad. Las cuotas, los impuestos, las inspecciones y la burocracia funcionan como una maquinaria diseñada no para proteger, sino para empujar al trabajador a pertenecer al engranaje de la dependencia.
Mientras el Estado reparte subvenciones a quien no produce y multiplica cargos públicos con sueldos desorbitados, el autónomo paga por el privilegio de trabajar. Es un reducto de libertad económica menguante entre los nacionales en un Occidente, con España como paradigma, que castiga la independencia y premia la sumisión. Quienes resisten, con dignidad, sin red, pagando facturas, creando empleo, sostienen un país que les desprecia. En España, ser autónomo es un acto de rebeldía moral, un gesto de valentía cotidiano.