En la obra clásica De Pavía a Rocroi (Desperta Ferro, 2017) el diplomático y escritor Julio Albi de la Cuesta recogió, con gran habilidad, las palabras del archiduque Alberto a Felipe III que decían que «importa para todo que aquí haya un golpe de infantería española, sin la cual no se puede tener ningún buen suceso». Puesta en contexto, la cita encierra el espíritu de lo que fueron los tercios: unidades de infantería colmadas de victorias, de hazañas, con una supremacía difícil de emular, que pervivieron a lo largo del tiempo, pues personajes como el mariscal Montgomery no dudaba en elogiarlos, y de las geografías.

Uno de los primeros historiadores que ahondó en su origen y estudio fue René Quatrefages, autor de obras como Los tercios españoles (1567-1577) (Fundación Universitaria Española, 1578) o Los tercios (Ministerio de Defensa, 2015). Como bien indicó, la denominación de tercios fue acuñada en la Orden de Génova de 1536, utilizándose para definir a «cada una de las tres agrupaciones de tropas existentes, nombrándose expresamente las de Nápoles y Sicilia; Lombardía y Málaga y mencionando, sin más detalles, que cada una debe contar con compañías de trescientos hombres». Dicha ordenanza es la que se considera como el arranque de la moderna organización de la infantería española, agrupada en tercios.

Sin embargo, los tercios del siglo XVI fueron depositarios de una importante tradición de la infantería española y con presencia en suelo europeo antes de la obtención del césar Carlos de las coronas de sus abuelos. El «ancestro» más inmediato del brazo armado del Siglo de Oro fue el ejército expedicionario mandado a Italia en 1495 y comandado por el Gran Capitán y que demostró la capacidad de los Reyes Católicos de sentar las bases «de la organización de esa administración militar que permitió a España crear, enviar y mantener ejércitos y armadas en los cuatro confines del mundo cristiano a lo largo de muchos decenios». Es en esos compases cuando se dotó a los lanceros de las emblemáticas picas que Velázquez retratara con tanta maestría y que, junto con el diestro manejo de los arcabuces, serían la seña de la identidad de los tercios.

Ese bagaje, fama y experiencia en combate causó que Carlos I no dudase en incorporar a tan famosa infantería a sus campañas europeas. Ahí es donde sucede una de las más legendarias de sus victorias: la batalla de Pavía. El joven césar celebró su 25 cumpleaños con una contundente victoria sobre uno de sus principales enemigos: Francisco I de Francia. Es más, este enfrentamiento dejó una anécdota para nada usual pues, el rey de la Casa de los Valois acabó siendo capturado y hecho prisionero por el ejército de Carlos I.

Contextualizar el significado de Pavía implica mencionar que en ese momento los soldados de Carlos I venían de vencer a los franceses en las batallas de Bicoca y Sesia. Sin embargo, fueron derrotados en Milán y, cuando se dirigían en retirada a la ciudad de Pavía, el ejército de Francisco I les persiguió y hostigó. En aquella plaza, las huestes francesas asediaron a las tropas de Carlos I, comandadas por Antonio de Leiva. Los soldados imperiales aguantaron las embestidas del ejército de Francisco I hasta que llegó en socorro de los sitiados Francisco Fernando de Ávalos y Cardona, el marqués de Pescara con 13.000 lansquenetes alemanes y 6.000 curtidos infantes españoles.

Con ambos bandos equilibrados en fuerzas, en torno a 30.000 soldados en cada lado, comenzó la batalla de Pavía. Poco antes del amanecer del 24 de febrero, el general del emperador cargó contra las tropas de Francisco I con todos sus hombres: españoles, alemanes, italianos, borgoñones y albaneses, tal y como indica Álex Claramunt en Pavía 1525: el gran triunfo de la infantería española (Desperta Ferro, 2025).

El empuje del ejército de Carlos I fue tal que los asediantes pasaron a ser los sitiados, pues los franceses tuvieron que resguardarse en el castillo de Mirabello. Sin embargo, Pescara ordenó a sus lansquenetes arremeter contra la plaza con sus espadones, lanzas y picas mientras que los arcabuceros españoles hacían estragos entre los artilleros galos. Así, la plaza fue tomada y Francisco I, derribado de su caballo por un tiro de arcabuz, fue hecho preso por Carlos I, no siendo liberado hasta agosto de 1525.

Antes del mediodía del 24 de febrero, la infantería española había sido protagonista de nuevo de la culminación de una de las grandes hazañas militares de la historia a la par que el césar Carlos celebraba en Madrid su 25 aniversario. Ahí, los tercios españoles no habían recibido su nombre, pero si habían dejado su huella, formando parte de un pasado de glorias militares que medio milenio después sigue siendo rememorado con orgullo.