«Estaré por aquí», un adiós fordiano

Irse es aceptar la ley secreta del tiempo: nada dura y no somos dueños de lo que amamos

|

Llevo algunas semanas pensando que el héroe fordiano nunca llega para quedarse. Llega, hace lo que tiene que hacer, y cuando todo vuelve a la calma —siempre vuelve, aunque no quede intacto— se marcha sin mirar atrás. John Ford filmó esa idea con la serenidad de quien entendía que hay derrotas más nobles que ciertas victorias. En sus películas, la soledad no es condena, es destino.

Ethan Edwards se aleja al final de Centauros del desierto, enmarcado por una puerta que se cierra y lo excluye del calor del hogar. Tom Doniphon en El hombre que mató a Liberty Valance se sacrifica en silencio, renunciando a amor y gloria porque sabía que el futuro no era suyo. Wyatt Earp, en Pasión de los fuertes, se despide sin más palabras que un gesto, porque la vida ya está en otra parte. Ford siempre filmó ese momento en el que alguien entiende que su sitio estuvo aquí, pero ya no. Y que lo justo es marcharse.

Es un gesto profundamente americano y, al mismo tiempo, universal. Quedarse cuando ya no hay razones es un autoengaño que pesa como plomo. Irse, en cambio, es aceptar la ley secreta del tiempo: que nada dura y que no somos dueños de lo que amamos. El héroe fordiano sabe que, una vez cumplida su misión, insistir sería impostura. Se despide sin discursos, sin épica. Apenas una silueta contra el horizonte.

Lo fordiano está en entender que la vida son lugares de paso. Que uno no posee ni el territorio ni a las personas, que lo máximo que se puede aspirar es a dejar una huella breve, pero reconocible, en quienes se cruzaron contigo. Que la verdadera épica no se mide en duelos, sino en la naturalidad con la que aceptas que tu tiempo ya ha terminado.

Quizá ahí reside la extraña ternura de sus héroes. Porque en el fondo no son tipos duros que se van porque quieren, sino hombres vulnerables que saben que quedarse sería traicionarse. La valentía consiste en marcharse sin esperar a que alguien te lo pida. Y hacerlo con la dignidad de quien no necesita medallas ni despedidas.

Y ahí está la belleza. Porque quien se va no lo hace para desaparecer del todo. El «estaré por aquí» que Ford dejaba en sus planos abiertos, en esos cielos inabarcables de Monument Valley, no es promesa ni amenaza: es certeza de memoria. Estuvieron y estarán mientras los recordemos caminando hacia ninguna parte.

Quizá por eso volvemos siempre a Ford. Porque necesitamos que alguien nos enseñe, una y otra vez, que a veces hay que soltar incluso lo que más queremos. Que marcharse no es rendirse, sino reconocer que la historia continúa aunque uno ya no figure en el reparto.

Basta con abrir la puerta, cruzar el umbral y desaparecer en el polvo del camino mientras los demás se quedan pensando «estará por aquí, siempre».

Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.