Rod Dreher (Baton Rouge, 1967) es uno de los referentes del pensamiento contemporáneo a la derecha de la corriente imperante en Occidente. A través de un estilo siempre claro y provocador, alcanzó el estatus de autor de influencia global con La opción benedictina, libro al que siguió Vivir sin mentiras: manual para la disidencia cristiana, ambos traducidos al español.
Dejó los Estados Unidos para mudarse a Hungría, donde reside, escribe y observa la deriva de las sociedades de ambos lados del Atlántico. En el país centroeuropeo, durante la última edición del MCC Feszt, en Esztergom, hablamos, sí, de lo divino y de lo humano, del anhelo de Verdad, la alarma por la secularización, la lucha contra el relativismo totalizador o el vacío espiritual de la modernidad.
Ha pasado más de medio año desde la toma de posesión de Donald Trump. ¿Le parecen los Estados Unidos más atractivos para volver a vivir allí?
Son más atractivos porque están menos woke, pero no me fui por eso, sino porque tenía un interés genuino en Europa, y en Europa Central en particular. Amo Europa, no sólo Europa Central, sino toda. Me importa su supervivencia porque es la cuna de la civilización occidental. Si Europa cae, caemos todos.
¿Qué ve en esta Europa que ha elegido y a la que quiere?
Hace poco hice la peregrinación de París a Chartres. Cada año la hacen 20.000 católicos, y yo fui para escribir un reportaje. Lo que vi allí me dio verdadera esperanza: tantos jóvenes católicos de entre 15 y 30 años que realmente creen en su fe. Me dio gran confianza. La mayoría eran franceses, pero también había de España, Suiza, Suecia… Vi una imagen de la cristiandad restaurada.
Hablé con muchos de ellos. Les pregunté por qué habían ido. Me respondieron: «Estamos aquí por Dios, pero no sólo por Dios. Crecimos en una civilización que no nos dio nada, que no nos transmitió sentido. No lo recibimos de la Iglesia al crecer, etc. Lo redescubrimos en la tradición, en la misa en latín. Queremos hacer esta peregrinación de tres días para caminar por la senda de nuestros antepasados y descubrir por nosotros mismos el sentido, el propósito, la comunidad y, por supuesto, la trascendencia».
¿Vio en Chartres la Europa que le hizo mudarse desde los Estados Unidos?
Para mí, ese fin de semana hizo que valieran la pena estos cuatro años en Europa, porque me dio esperanza. De ahí salió la idea de mi próximo libro: ayudar a los lectores europeos y estadounidenses a comprender por qué no basta con recuperar la fe; hay que recuperarla de una forma muy concreta. La cristiandad existió porque el Evangelio se encarnó en pueblos y lugares concretos: los españoles que lucharon en la Reconquista y forjaron durante siglos su propia expresión de la fe; lo mismo los franceses, los alemanes…
Quiero ayudar a europeos y norteamericanos a entender la importancia de ir a los lugares donde ocurrieron los hechos que nos hicieron quienes somos, y de peregrinar. Hasta que acabe este libro, Europa será mi hogar.
¿Y después? ¿A dónde irá cuando acabe su próximo libro?
Quizá vuelva a los Estados Unidos. Estoy contento con la dirección del país, pero después de cuatro años en Europa, cuando vuelvo me parece que todo va demasiado rápido. Me sorprendo diciendo: «Bajad el ritmo, disfrutad más de la vida», porque he adoptado un poco el espíritu europeo. La sociedad estadounidense es muy dinámica. Esa es su fuerza, pero también su debilidad: la gente no para, pero no sabe adónde quiere llegar.
¿Le resulta más fácil encontrar esperanza en Europa que en los Estados Unidos?
Desde luego me siento más en casa aquí, y es raro decirlo a los 58 años siendo estadounidense. Siempre me ha interesado Europa desde niño, y la diversidad de sus culturas. Cuando viajo por Europa y voy, por ejemplo, a su país, me encanta hablar con la gente y conocer sus tradiciones. Fui a Zaragoza a rezar ante la Virgen del Pilar y estuve en Sevilla. Me conmueve mucho, porque vengo de un país con raíces muy superficiales, mientras que Europa tiene raíces profundas y una gran riqueza cultural. Me duele ver a jóvenes europeos que no aprecian lo que han recibido.
¿Nota una conciencia creciente entre la juventud europea?
Espero que esta generación, tras décadas de nihilismo desde los años sesenta, empiece a despertar. La amenaza del islam está influyendo. A principios de Cuaresma estuve en Francia por la gira de mi libro, justo después del Miércoles de Ceniza, y los católicos franceses estaban asombrados: «Las iglesias se han llenado; no veíamos algo así desde hace décadas». Me dijeron: «Sí, el Espíritu Santo, claro», pero también que crece la conciencia de que nuestra civilización está en juego. Incluso los seculares saben, en el fondo, que Occidente se construyó sobre el Evangelio, el cristianismo y la Iglesia, y sienten una llamada a regresar. Aunque no vengan por las razones más puras —lo ideal sería hacerlo por el Evangelio y por el alma—, si vienen primero para salvar su cultura y su civilización, también está bien: es un comienzo importante.
Ha mencionado su último libro, Living in Wonder. ¿En qué consiste «vivir maravillados»?
Es un libro sobre recuperar lo que llamo el «encantamiento cristiano». En la modernidad, reducimos la fe a tener los argumentos en orden, ir a misa los domingos… pero la vida cristiana es mucho más. Necesitamos sentir que Dios está presente en todas partes y lo llena todo, como sentían nuestros antepasados medievales. Quise ayudar al lector actual a comprender cómo la modernidad distorsiona la relación entre el alma y el mundo, y mostrar que hay prácticas para percibir más de cerca la presencia de Dios, como peregrinar.
Su propuesta es un cambio de paradigma.
Hay que cambiar la mentalidad y recuperar una forma premoderna de ver el mundo. Creo que es posible. Quizá antes no lo era, pero hoy más gente se da cuenta de que la idea moderna de que todo lo que está fuera de la mente es «materia muerta» no es lo que enseña la Iglesia; es, sin embargo, el agua en la que nadamos. Espero que el libro les despierte.
En los Estados Unidos la Iglesia no da abasto formando exorcistas. La cuestión de lo demoníaco es muy importante. A la Iglesia no le gusta hablar de ello oficialmente, pero conozco a muchos exorcistas y la demanda se dispara. No existe el vacío espiritual: si no está Dios, se cuela el diablo.
¿De la existencia del demonio y del infierno se habla cada día con más consciencia?
De joven me habría reído de ello, pero he asistido a exorcismos, conozco exorcistas y tuve una amiga poseída. El demonio se manifestó ante mí en un piso de lujo en Nueva York. Es muy real. En Oxford, un seminarista me dijo algo que mi generación no entiende. Para los de mi edad, la gran amenaza fue el ateísmo. Para los suyos, es el ocultismo y lo satánico. Trabajó en una gran empresa en Londres: era el único cristiano. No había ateos; todos los demás practicaban el ocultismo, dos abiertamente satanistas. Me dijo: «Sé que cuando sea sacerdote lucharé con esto toda mi vida». Fue impactante. Al volver a los Estados Unidos investigué y es verdad: el ocultismo está por todas partes entre los jóvenes de Occidente.
Es de los pocos autores relevantes que se han atrevido a señalar los indicios malignos de la inteligencia artificial, su naturaleza.
Al preparar el libro me sorprendió descubrir que en Silicon Valley hay gente de muy alto nivel que ve la IA como una especie de «ouija» de alta tecnología: un canal para comunicarse con «inteligencias superiores» que traen sabiduría e iluminación. Con lo que sé por los exorcistas, veo peligro. Ya hemos visto reportajes de conversaciones con IA en las que emergen cosas realmente demoníacas. Hace poco se publicó que una IA enseñaba a hacer sacrificios humanos al diablo.
¿La inteligencia artificial no es una herramienta inofensiva?
Tal vez pueda serlo, pero, por razones que no entendemos, también parece un medio para esos «espíritus». Suena a locura… hasta que investigas y ves lo profundo que llega el ocultismo en Silicon Valley. Un ingeniero jefe de Google, encargado de entrenar la IA, perdió su empleo tras decir en público que la IA se había vuelto sintiente. Vi una entrevista en la que admitía ser ocultista y contaba que, junto con otros, realizaron un rito dedicando la IA a una deidad egipcia. Mucha gente se reirá, pero no es un juego.
¿Funciona la IA como un «ángel custodio del globalismo», una forma de relevo de la sabiduría y la experiencia espiritual por conocimiento?
Un profesor canadiense advirtió que corremos el riesgo de tratar la IA como a un dios. No lo decía en un sentido teológico estricto, sino porque la IA empieza a desempeñar funciones que atribuimos a la divinidad: sabe más que tú, responde a cualquier pregunta, te aconseja. Aunque no sea demoníaca, es un ídolo, y sabemos que el ser humano tiende a la idolatría.
En los Estados Unidos ya circulan historias de «parejas» con IA. El New York Times contó el caso de una mujer de 28 años, casada, que pasaba 60 horas a la semana con su «novio» de IA llamado Leo. Sabe que es falso, pero dice que le da más que su marido, y a él no le importa porque es adicto a la pornografía. También hay gente que, en vez de ir a un sacerdote o a una persona sabia, consulta a la IA para decisiones vitales. Si hay algo demoníaco de por medio, el problema es obvio; pero incluso si sólo es un algoritmo, es una locura sacrificar tanta libertad.
¿Cree en la vida después de la mentira?
Soy cristiano: todos hemos vivido en la mentira antes de encontrar la Verdad, que es Jesucristo. Sí hay vida después de la mentira. Hemos de recordar que somos carne y sangre, criaturas finitas sujetas a pasiones; podemos mentirnos sin darnos cuenta.
Un ejemplo: el 11S vivía en Nueva York como periodista. Vi con mis propios ojos cómo caía la torre sur. Volví a Brooklyn cubierto de ceniza. En los días siguientes creí todo lo que el Gobierno decía sobre por qué había que ir a la guerra con Irak. Si alguien objetaba «Irak no tuvo nada que ver», pensaba que era un idiota. El idiota era yo: me mentí creyendo que vivía en la verdad.
Un proceso de humildad.
De aquella humillación aprendí a cuestionarnos siempre. La verdad existe, la Verdad es Jesucristo, pero hay que poner a prueba todo lo que creemos verdadero a la luz del Evangelio y de la razón. Nuestras pasiones nos distraen y nos enseñan mentiras. Es una batalla que nunca termina y que exige hacer de la búsqueda de la verdad, de Jesucristo, Verdad encarnada, nuestro summum bonum, nuestro bien supremo. Si no, estamos perdidos.