Durante la década de los 70, en Alemania un tipo escribió una carta al periódico de su ciudad en la que contaba que había leído el nombre de una banda terrorista, Baader-Meinhof, y ahora no podía dejar de verlo por todas partes. Tras publicarla, muchos escribieron al periódico para decir que también a ellos les pasaba lo mismo. Tanto fue así que esa sensación de coincidencia frecuente vino a denominarse como el fenómeno Baader-Meinhof.
El otro día escuchaba en un pódcast que cada vez se están abriendo más negocios de audífonos, lo cual parece muy lógico: la población está envejeciendo. Bueno, pues desde que lo escuché los veo por todos lados. En el trayecto de quince minutos que llevo meses haciendo para ir a trabajar resulta que hay dos. Rápidamente quedó descartada la opción de que hubieran aparecido de un día para otro, así que debe ser un tema del fenómeno Baader-Meinhof.
La explicación científica es sencilla: tu cerebro incorpora un conocimiento nuevo y empieza a alardear, a decirte «mira cómo relaciono este nuevo concepto con lo que tienes a tu alrededor». Es algo así. Además, nuestro cerebro se centra esta novedad, y la rastrea como un sabueso. Sin embargo, parece que este fenómeno no se puede dar sin que alguien nos descubra esa novedad por primera vez. O nos topemos con ella por casualidad.
Es cierto que, en ocasiones, la rutina nos puede hacer sentir como Bill Murray en El día de la marmota, viviendo en bucle el mismo día. Sin embargo, no debemos dejarnos llevar sin más por la monotonía. Hay que estar atento, ir al detalle. Una manera de hacer bien esto sería poseer el don que tiene el protagonista de Una cuestión de tiempo, que gracias a poder viajar al pasado empieza a vivir dos veces cada día. La primera vez lo hace porque le toca, pero la segunda porque quiere. Y al volver al mismo día otra vez, se esfuerza por encontrar todas las cosas que se le pasaron por alto el día anterior. Como nosotros no podemos viajar en el tiempo, debemos creer de verdad que cada jornada es única y nos corresponde a cada uno de nosotros descubrirlo.
Resulta casi agobiante saber que, sin ser conscientes de ello, todos los días pasamos por delante de muchas cosas invisibles para nosotros. Y sólo cuando por fin alguien nos las revela, dejan de estar ocultas. Y entonces vemos algo más. ¿Podéis imaginar cuántas cosas nos estaremos perdiendo ahora sólo porque no las podemos ver? O, mejor dicho, sólo porque no estamos mirando bien.
Por otro lado, como todos hemos leído alguna vez en El Principito, lo esencial es invisible a los ojos. Es decir, lo esencial está ahí. Como las tiendas de audífonos. Solo necesitamos que alguien nos lo descubra. Quizá ser felices sea más fácil de lo que pensamos. Por si acaso, intentemos rodearnos de personas que estén atentas a la realidad y nos puedan enseñar lo que ésta esconde. De lo contrario, estaremos confiando nuestra suerte a la remota posibilidad de encontrar el sentido de la vida escrito en las páginas de un periódico local.