Hace unos días J y yo pasamos a saludar a M en su despacho. Al «¿qué tal?», «muy bien, ¿y tú?» le siguió un breve anecdotario del fin de semana, que había coincidido con el cumpleaños de su hermano. Tipo con suerte, fueron muchos los regalos: camisas, zapatos, una raqueta nueva, un par de jerséis de lana y una escapada, con Parador incluido, a canjear con su mujer en el próximo puente.
M confesó que los que incluyen un plan eran sus regalos favoritos. Bidireccionalmente: sus favoritos para regalar y sus favoritos para recibir. J compartía opinión. Regalar momentos juntos —con amigos, familia o pareja—, contextos de tregua que se han ideado con esfuerzo y tanto más cariño. Aunque, por lo que tienen de duraderos, de permanentes, yo expresé mi preferencia por los regalos materiales.
J añadió que, al pensar en un regalo, siempre lo hace teniendo a la otra persona en mente: lo que ella es, y cómo. Qué verdad tan grande y sencilla. Aunque lo pueda parecer, esto no tiene nada de evidente. Si al regalar buscamos significar un acto de amor, corporeizar un «te quiero», entonces el regalo es la celebración tangible de la vida del otro. Al regalar decimos, sin decirlo: «¡Qué bueno es que existas!».
Por eso J tenía razón, el regalo afirma la existencia del otro y persigue intensificarla. «Te quiero y quiero que, con mi regalo, tú seas más tú». Porque qué alegría, «¡el mundo es mejor porque estás en él, tal como tú eres! El regalo es un acento en ese tú eres».
Al mismo tiempo, M añadía que el «regalante» siempre pone algo de sí en el obsequio, que todo regalo lleva siempre un poco de quien lo entrega. Como si una parte ínfima de cada uno quedara también envuelta y esperando a ser abierta, indisolublemente unida al objeto regalado. Aunque invisible y muda, el verbo «regalar» incorpora un pronombre reflexivo: uno siempre (se)regala, mínimamente, cuando el regalo es sincero.
El tiempo, empeño y afecto empleados en un regalo terminan siendo una y la misma cosa con éste. Se produce una accesión, donde no se distingue el regalo del amor que lo precede. Quien regala, entonces, es parte de aquel todo que termina entre papeles estampados, coronado por un lazo. La antesala de una sonrisa ilusionada. Regalar(se) es buscar al otro y encontrarlo.