Atardecer de la Hispanidad

Nunca consistió en que España dejase de ser España, sino en que su legado se extendiese al mundo entero y que las generaciones futuras la enriquecieran, no la reemplazasen

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Ya se han celebrado las misas mayores con ocasión de la solemnidad de Nuestra Señora del Pilar y ya hemos visto el desfile con el veloz paso de la Legión Española y el solemne de los Regulares, llegados desde África. Es la tarde del 12 de octubre en España. Debe de estar anocheciendo en las Filipinas, pero ya ha amanecido en América. En la Hispanidad sigue sin ponerse el sol.

Este día es el de la legítima celebración de la mayor empresa civilizatoria de todos los tiempos. Sólo el olvido —infligido a generaciones de jóvenes de forma deliberada— ha llevado al olvido de lo que España llevó a tres continentes: la fe católica, la herencia grecorromana, el humanismo… Recordaba Ramiro de Maeztu que «en el siglo XVII, en cambio, nos dábamos plena cuenta de la trascendencia de nuestra obra; no había entonces español educado que no tuviera conciencia de ser España la nueva Roma y el Israel cristiano». No hay Leyenda Negra que pueda extirpar ese legado.

Como no se podía extirparlo, había que volverlo odioso y eso dedicaron y dedican sus fuerzas los enemigos de España. García Morente identificó en Idea de la Hispanidad (1938), el libro que reúne sus conferencias en la Asociación de Amigos del Arte de Buenos Aires, dos símbolos del estilo español: La rendición de Breda (1634), de Velázquez, y El caballero de la mano al pecho (1578-1580), de El Greco. En efecto, para comprender la Hispanidad hay que volver la vista no sólo a la historia, sino al arte. El plan de destrucción, pues, se centró en agudizar el desconocimiento de las humanidades, que son la puerta de entrada a la Hispanidad misma. Durante más de dos siglos, se ha enseñado a los españoles, a los americanos y a otros pueblos de la Hispanidad que esa herencia había de repudiarse.

Han tenido que pasar más de dos siglos para que los pueblos, a ambos lados del Atlántico, se diesen cuenta de lo que subyacía a ese intento de desposesión hispana: la erradicación de la fe católica, el sometimiento a otros países, la deuda eterna y el empobrecimiento de territorio antaño prósperos. La solución no era reemplazar el español por el inglés ni sustituir la fe católica por el protestantismo ni abrazar el indigenismo. Al repudiar la Hispanidad, se repudiaban a sí mismos.

En España, la manipulación de la historia y las políticas de la culpa han tenido resultados devastadores: a la ignorancia se ha sumado el odio a España y a la Hispanidad. En esto último ha sido crucial el empleo de la Hispanidad como coartada para unas políticas migratorias destructoras de la nación y disolventes de la identidad. Se celebraba la herencia católica mientras se ocultaba que, después de dos siglos, el protestantismo y las sectas evangélicas han desfigurado el rostro de muchos pueblos hispanos. Se apelaba a la historia común soslayando que millones de españoles y americanos han aprendido en el colegio la Leyenda Negra y odian a España y lo que representa. Se hablaba de fraternidad mientras los barrios se degradaban, la vivienda se disparaba y la alienación se extendía por todas las ciudades españolas. La mayor traición a la Hispanidad es convertirla en el pretexto y la ocasión para acabar con España misma.

Resulta difícil, en efecto, hablar hoy de la Hispanidad a los jóvenes españoles que sufren la violencia de las bandas latinas, la degradación de los servicios públicos y la pérdida de la esperanza que el Estado de bienestar encarnaba. Se los culpa de hacer necesaria la inmigración «porque no tienen hijos» como si ellos hubiesen escogido vivir en una sociedad en que no bastan dos salarios para llegar a fin de mes y comprarse una casa sólo parece posible para los millonarios de la Golden visa. Esos jóvenes ven cómo los boliburgueses, los whitexicans y otros privilegiados americanos los miran por encima del hombro porque, según dicen, «a los españoles no les gusta trabajar» como escuché hace unos días en un local del centro de Madrid. Esos jóvenes españoles sienten que la Hispanidad se ha convertido en una coartada para traer a España la desigualdad de las sociedades americanas, la destrucción de la clase media y el desapego por la comunidad nacional, sustituida por la «ciudadanía del mundo» y el pasaporte español de conveniencia.

La Hispanidad es inconcebible sin España. Si queremos que aquélla sobreviva, debe sobrevivir ésta. Los jóvenes españoles están sufriendo un proceso atroz de alienación, desposesión y empobrecimiento que ya sufrió la generación de su padres —lean el Informe Petras— y que se ha acelerado en los últimos años. Las políticas migratorias han desempeñado, en ese proceso, un papel crucial y devastador. La Hispanidad nunca consistió en que España dejase de ser España, sino en que su legado se extendiese al mundo entero y que las generaciones futuras la enriquecieran, no la reemplazasen.

Este atardecer brinda la oportunidad de imaginar un renacer nacional que dé a la Hispanidad un nuevo impulso. Pido a Dios, con la intercesión de la Virgen del Pilar, que así sea.

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