Entre 2013 y 2025, Chile ha sido escenario de una ola sostenida de violencia contra lugares de culto: 296 iglesias han sido atacadas o incendiadas en poco más de una década. La cifra, inédita en la historia del país, revela un fenómeno profundo y persistente que ha pasado casi inadvertido en el debate público, pese a producirse en una nación que aún se declara mayoritariamente católica y donde el cristianismo ha modelado gran parte de la vida social y cultural.
Los ataques comenzaron a registrarse con mayor frecuencia en los años posteriores al estallido social de octubre de 2019, cuando las protestas protagonizadas por grupos de izquierdas derivaron en la quema de templos históricos, entre ellos la Parroquia de la Asunción y la Iglesia de la Veracruz, ambas en el centro de Santiago. Sin embargo, los registros recogen incidentes desde mucho antes, con templos rurales destruidos en la Macrozona Sur, particularmente en las regiones de La Araucanía y el Biobío, donde parroquias y capillas fueron víctimas de atentados vinculados a reivindicaciones políticas y conflictos territoriales.
El patrón es diverso: ataques con bombas incendiarias, incendios intencionados, saqueos, profanaciones de imágenes religiosas o pintadas con consignas políticas. En algunos casos, las comunidades han logrado reconstruir sus templos gracias a donaciones y voluntariado; en otros, los edificios permanecen en ruinas o cerrados. Detrás de cada incendio hay una pérdida patrimonial, espiritual y social: muchas de esas iglesias eran el centro de la vida comunitaria y guardaban archivos, obras de arte y objetos de culto de valor histórico.
Reacción tímida
El hecho de que casi 300 templos hayan sido destruidos o dañados sin una respuesta pública contundente ha despertado inquietud en sectores académicos y religiosos. «Resulta asombroso el silencio que rodea este fenómeno», señala el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, quien compara la falta de reacción con la movilización social que generó en Francia el incendio de Notre Dame en 2019. En Chile, apunta, «no ha existido un esfuerzo equivalente por restaurar los templos ni por reconocer lo que su pérdida significa en términos culturales y simbólicos».
También organizaciones religiosas han alertado de esta indiferencia. Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN Chile) ha colaborado en la restauración de parroquias devastadas por el fuego, especialmente en zonas rurales. «No hemos permanecido al margen de este drama», subraya su directora, Magdalena Lira, quien destaca que la reconstrucción ha sido posible «gracias a la generosidad de benefactores que comprendieron que al levantar una iglesia se recupera también un espacio de encuentro y fe para la comunidad».
Ardieron en Silencio
El fenómeno ha sido documentado con rigor en la investigación periodística y audiovisual Ardieron en Silencio: una década de ataques a iglesias en Chile, producida por El Líbero y estrenada este martes. El trabajo, fruto de meses de recopilación de datos y testimonios, reúne por primera vez los casi trescientos casos y ofrece un relato visual del impacto que ha dejado esta década de violencia contra los templos chilenos.
El documental se presentó el 29 de septiembre en el templo de la Veracruz, en Santiago, incendiado durante las protestas de 2019. Su director, Eduardo Sepúlveda, y la editora audiovisual, Pía Orellana, advirtieron que la intención no es provocar disfrute, sino reflexión: «Ojalá este documental despierte la urgencia por volver a levantar los templos y por reconstruir el imperio de la libertad: la libertad religiosa, de culto, de reunión y de expresión. Todo eso se amenaza cuando se quema una iglesia». Como su propio título indica, Ardieron en Silencio busca romper el mutismo que acompañó estos ataques y devolver a la memoria colectiva una herida que Chile aún no ha cerrado.