Peor para la RAE

«España es un país en el que tener éxito o ganar un premio importante genera envidia y cabreo»

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EL asiento «o» de la Real Academia continuará vacío. Ni Luis Alberto de Cuenca, sobre todo, ni Luis Fernández-Galiano Ruiz obtuvieron la mayoría necesaria para sentarse en él, y el poeta asume de nuevo un rechazo que arrastra desde 2004, reeditado hace ahora una semana: «España es un país en el que tener éxito o ganar un premio importante genera envidia y cabreo», afirma resignado y ácido.

La votación fue quirúrgica: trece papeletas en blanco bastaron para que el reciente Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana quedara tres sufragios por debajo de la mayoría cualificada que exige la institución. «Tuve más votos que el otro candidato, pero la aritmética de la Academia es caprichosa», reconoce.

A su juicio —y al de cualquiera—, dos factores han torpedeado su candidatura: la notoriedad mediática que ha acmpañado a su posible ingreso y su pasado político como secretario de Estado de Cultura en el último Gobierno de José María Aznar. «No está politizada al cien por cien, pero lo suficiente como para que no haya entrado yo», zanja sobre la RAE.

Luis Alberto de Cuenca se dio a conocer en los ochenta, cuando la estética posmoderna y la movida madrileña reclamaban un lenguaje poético más pop y menos solemne. Luego conciliaba versos con artículos de investigación filológica en el CSIC y, más tarde, con la política institucional. Esa trayectoria híbrida, entre lo culto, lo popular y lo político, entre el estudio y la gestión pública, explica tanto la simpatía de los lectores como el recelo que detecta entre algunos académicos.

Su frustrada candidatura de 2004, respaldada entre otros por el entonces vicedirector de la casa, Gregorio Salvador, quedó como precedente amargo. Veintiún años después, el olor a cuita política so pretexto académico es todavía más pestilente. Ser el poeta español vivo más relevante resulta imperdonable para algunos, en especial para quienes se abrogan esa condición a cargo del Presupuesto público.

La RAE acumula críticas por sus criterios de renovación y los equilibrios internos entre las artes y la academía. De Cuenca, figura prolífica y mediática, representa el ala más permeable a la cultura pop. Su derrota refuerza la imagen de un foro receloso de quienes cruzan la barrera entre la erudición clásica y la fama pública, sobre todo cuando lo hacen en la dirección menos rentable en términos políticos.

La pérdida de tiempo compite con la de respeto entre unos señores que manosean trayectorias y obras, mientras dañan únicamente sus propias biografías. Luis Alberto de Cuenca no ocupará el «o», pero ya es parte del club aún más selecto de quienes no estuvieron por ser mejores que casi todos los que les rechazaron: «Desde pequeñito quise ser académico, pero ahora, ya de mayor, me divierte todo lo que se ha generado».

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