László Krasznahorkai: Nobel húngaro con inspiración española

Parte de su literatura transcurre en nuestro país. En 'El último lobo', ambientado en Extremadura, reflexiona sobre la extinción y la culpa

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Hace justo un año, en Marrakech, László Krasznahorkai hablaba con una mezcla de serenidad y fatalismo sobre los premios literarios. Acababa de recibir el Formentor de las Letras y respondía con ironía y distancia a las preguntas sobre el Premio Nobel. «No podemos ser conscientes de cuándo nuestra obra llega a la Academia», decía entonces. Doce meses después, la Academia Sueca ha hablado y el escritor húngaro, de 71 años, recibe el galardón literario más importante del mundo.

Su reacción concuerda con su carácter esquivo con la fama, crítico con los halagos y siempre reacio a la idea de jerarquizar la literatura. En aquella conversación rechazaba que el Formentor fuese una antesala del Nobel: «Decirlo sería degradar el Formentor, que brilla por sí mismo». Aquella lucidez humilde resume bien a un autor que ha hecho de la espera y de la lentitud una forma de conocimiento.

Krasznahorkai pertenece a una estirpe de narradores que escriben desde la densidad y el misterio. Sus frases parecen no tener fin, se alargan como un pensamiento que se resiste a detenerse. En ellas caben el desastre y la redención, la ironía y la locura, la luz y lo sagrado. En palabras del jurado del Premio Formentor, sus personajes «se distinguen por su lánguida, recóndita y ensortijada personalidad», y su estilo «renueva la autoridad estética de la gran literatura».

Esa fidelidad a un ideal artístico, ajeno a la prisa, ha reunido en torno a él una comunidad de lectores devotos. Krasznahorkai no escribe para distraer, sino para provocar el vértigo de pensar. Y aunque se confiesa «no politólogo, sino artista», su mirada sobre el mundo tiene la hondura de una conciencia moral.

El último loboEspaña como inspiración

Pese a su distancia del ruido político, Krasznahorkai siente una viva curiosidad por el mundo. España ocupa un lugar especial en su obra: «España me maravilla, y eso lo digo con toda la honestidad». Parte de su literatura transcurre en nuestro país. En El último lobo, ambientado en Extremadura, reflexiona sobre la extinción y la culpa; en otros relatos, como uno situado en Barcelona, la mirada se posa sobre los iconos rusos y las huellas espirituales de la historia.

Su fascinación por lo español no es turística, sino simbólica: una búsqueda del límite, del borde donde lo humano y lo sagrado se rozan. En eso, como en su prosa hipnótica, hay ecos de los místicos y de la pintura negra de Goya.

«No puedes moverte por el mundo sin encontrar una guerra»

En la rueda de prensa posterior al Formentor, el autor evocó su novela Guerra y guerra, una de las más intensas meditaciones literarias sobre el conflicto. «No puedes moverte en el globo terráqueo sin encontrar alguna guerra», decía entonces. «Ningún libro es capaz de impedir lo que ocurre en Israel o en Ucrania. No puedo prometerles un futuro feliz».

Frente a esa desolación, el escritor sólo encuentra una patria: su lengua. «No sé si es la lengua húngara que vive en mí o soy yo quien vive en ella», confesaba. Es una forma de pertenencia más profunda que cualquier frontera.

Ajeno a los cineastas —«si una obra literaria es buena, no necesita adaptación»—, Krasznahorkai sigue escribiendo desde la soledad, con la obstinación de quien se sabe testigo del caos. Un año después de aquellas palabras en Marrakech, el Nobel no le redime, simplemente confirma lo que su literatura ya había demostrado.

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