El 7 de diciembre de 2010, en Estocolmo, Mario Vargas Llosa pronunció uno de los discursos más memorables de la historia reciente del Premio Nobel de Literatura. Bajo el título Elogio de la lectura y la ficción, el escritor hispanoperuano realizó una defensa apasionada del arte de contar historias, del poder transformador de la imaginación y de la literatura como instrumento de libertad. Aquel discurso no sólo fue una reflexión sobre su vida y su obra, sino también un manifiesto a favor de la cultura, la lengua española y la democracia.
Vargas Llosa, último autor en nuestra lengua en recibir el galardón, hizo un recorrido por su biografía personal, su formación intelectual y sus convicciones más profundas. Evocó a su madre, a sus maestros, a sus compañeros escritores, y sobre todo, a la ficción como ese lugar donde todo es posible, ante un auditorio repleto de miembros de la Academia Sueca, escritores, diplomáticos y periodistas.
«Aprendí a leer a los cinco años, en la clase de la señorita Mercedes, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba», recordó al inicio del discurso. «Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Nada después ha sido tan decisivo como ese descubrimiento». A partir de esa confesión, el discurso se desplegó como una declaración de amor a la literatura, a los libros, a los autores que lo formaron, desde Flaubert hasta Faulkner, y a las múltiples vidas que le permitió vivir la ficción.
El español
Vargas Llosa subrayó, además, su compromiso con el español. «La lengua en la que escribo (el español) ha sido mi patria más fiel», afirmó. La reivindicación del idioma fue uno de los ejes silenciosos pero persistentes del discurso. No se trató sólo de un vehículo expresivo, sino de una tradición cultural, de una forma de estar en el mundo. El autor destacó el poder del español para abarcar registros múltiples, para reinventarse con cada generación de escritores y para tender puentes entre países distantes pero hermanados por una misma lengua.
El español, como lengua de su imaginación y su razón, fue para Vargas Llosa una patria tan íntima como vasta. En su discurso, dejó entrever que la defensa de la literatura era también una defensa del idioma que la hace posible. «El español ha sido generoso conmigo», insinuó. «Me ha permitido nombrar el mundo y reinventarlo». Esa declaración, entre líneas, elevó el idioma no sólo como herramienta, sino como legado común que une a millones de lectores.
Literatura y libertad
Para Vargas Llosa, la literatura no era un adorno de la civilización, sino una necesidad vital. «Sin las ficciones, sin la literatura, no habría historia, ni humanidad, ni civilización tal como la conocemos», afirmó. La ficción fue en su vida una forma de resistencia contra la barbarie, un antídoto contra el dogmatismo y una escuela de empatía. Leer novelas, cuentos, teatro o poesía es, en su visión, ensanchar los límites de la experiencia humana y afinar la sensibilidad moral.
El discurso fue también político en su sentido más noble. El autor denunció la censura, el fanatismo, las dictaduras, la desigualdad, el racismo, la xenofobia. Y lo hizo sin estridencias, con una claridad y una serenidad que reforzaban la fuerza de sus ideas. «La literatura es fuego», recordó, retomando el título de un ensayo juvenil, para subrayar su convicción de que la palabra escrita es, y debe seguir siendo, una forma de combate.
Familia y patria
Dio las gracias a su esposa, Patricia Llosa, a quien dedicó el galardón con una frase que recorrió el mundo: «Ella ha hecho todo y todo lo ha hecho bien». La ovación que siguió fue espontánea y prolongada, reflejo de una audiencia conmovida.
El discurso también rindió homenaje a España, su segunda patria, que lo acogió, lo formó y lo reconoció. Agradeció la hospitalidad, la educación liberal y el respeto a la cultura que encontró en suelo español. Y por supuesto, celebró a Iberoamérica, con todos sus contrastes, sus heridas y sus esperanzas. «Escribo, leo, enseño, viajo, discuto, sueño, y todo eso es literatura para mí». Para Vargas Llosa, el acto de escribir y leer fue, desde el principio, una forma de vivir intensamente.
«La buena literatura no consuela, perturba», sostuvo, citando a George Steiner. En esa perturbación reside, según él, la capacidad transformadora de las palabras. Porque leer ficción no es escapar del mundo, sino entenderlo mejor, cuestionarlo, imaginar alternativas.
Aquel 7 de diciembre, Mario Vargas Llosa reafirmó ante el mundo la vigencia de la palabra como acto de libertad, en un alegato no sólo literario, sino también ético y lingüístico. «Mientras haya literatura, habrá libertad», concluyó. Su discurso, más que un agradecimiento, fue un acto de fe en la imaginación como forma de verdad, y en el español como instrumento para alcanzarla.