El 12 de octubre también se conmemora la primera aparición mariana de la historia

La Virgen María, aún viva entonces, se apareció en el año 40 en Zaragoza al apóstol Santiago, que había llegado a la península para predicar el Evangelio

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La primera huella del cristianismo en España data del año 40, cuando el apóstol Santiago, que había llegado a la península para predicar el Evangelio, recibió una visita inesperada a orillas del Ebro. Desanimado por el escaso éxito de su misión, el discípulo de Cristo vio aparecer ante sí a la Virgen María, aún viva entonces, de pie sobre un pilar de jaspe y rodeada de ángeles.

La aparición mariana, reconocida por la Iglesia reconoce como la primera de la historia, marcó el inicio del culto a la Virgen en el mundo cristiano y dio origen a la actual basílica de Nuestra Señora del Pilar, uno de los grandes centros de peregrinación y devoción popular. La tradición recoge las palabras de la Virgen al apóstol: «He aquí, hijo Santiago, el lugar señalado y dedicado a mi honra, en el cual, por tu industria, en memoria mía, sea mi iglesia edificada». La Virgen le pidió que construyese una capilla en aquel punto y le prometió que, mientras el pilar permaneciera en pie, no faltará la fe en España.

Santiago y sus discípulos levantaron una pequeña iglesia en torno a la columna, consagrada como Santa María del Pilar. Era el germen de una presencia religiosa que, con el tiempo, se extendería por toda Hispania. La aparición no solo consolaba al apóstol; simbolizaba el comienzo de la cristianización de la península.

Del Pilar al Camino

El episodio del Ebro se relaciona con el otro gran eje espiritual del cristianismo hispano: el Camino de Santiago. El apóstol, tras su predicación en España y posterior martirio en Jerusalén, fue enterrado en Compostela. Así, las dos tradiciones, la aparición en Zaragoza y el sepulcro en Galicia, quedaron unidas como orígenes complementarios de una misma devoción.

Durante siglos, el Camino sirvió de ruta de peregrinación, intercambio y cultura. En él se consolidó la idea de una España que enlazaba el mensaje evangélico con su vocación universal. El pilar de Zaragoza, símbolo de permanencia, y la tumba del apóstol, meta de quienes buscan conversión, conforman las dos columnas espirituales de la fe hispánica.

Los documentos medievales y la tradición eclesiástica le otorgan un valor fundacional. La fe en el Pilar sobrevivió a invasiones y guerras, y fue retomada por la Iglesia visigoda y, siglos después, por la monarquía cristiana. Con la Reconquista y la expansión ultramarina, el culto mariano se hizo una de las principales expresiones culturales de la identidad española. En torno a la Virgen del Pilar se formó un sentimiento religioso y cívico que asociaba la fe con la continuidad histórica de España. Su promesa («estará el pilar en este lugar hasta el fin del mundo») pasó a interpretarse como metáfora de esa persistencia.

Hispanidad y fe

La basílica actual del Pilar, con su imponente perfil barroco y sus torres sobre el Ebro, se levantó sobre aquel primer oratorio. Cada 12 de octubre, día en que se conmemora la primera misa celebrada allí, la ciudad de Zaragoza acoge la Ofrenda de Flores, un acto multitudinario en el que miles de personas recorren el centro de la ciudad hasta depositar sus ramos ante la imagen.

Desde el siglo XVII, la Virgen del Pilar es patrona de Zaragoza y, posteriormente, también de la Guardia Civil, de Correos y de otros cuerpos civiles y militares. Su devoción trasciende lo religioso y se ha convertido en uno de los elementos más reconocibles del patrimonio espiritual español.

La expansión del cristianismo hispano en América llevó consigo la memoria del Pilar. En 1723, el papa Inocencio XIII declaró el 12 de octubre como fiesta de la Virgen del Pilar y la proclamó patrona de los pueblos iberoamericanos. No se trataba de un gesto político, sino de un reconocimiento a una herencia común: la fe mariana que, desde Zaragoza, había acompañado la evangelización del Nuevo Mundo. De ahí que el Pilar se asocie también al concepto de la Hispanidad, entendido no como dominio, sino como comunidad espiritual y cultural unida por una misma raíz.

Promesa cumplida

La Virgen del Pilar, símbolo de firmeza y consuelo, encarna la continuidad de esa tradición entre Europa y América, entre las antiguas Españas y las nuevas. Y la promesa de que mientras el pilar permaneciera en pie, no faltará la fe en esas tierras.

Durante la Guerra Civil, tres bombas lanzadas sobre la basílica no llegaron a explotar. Los proyectiles, conservados hoy en el templo, son recordados como signo de protección. Ese episodio refuerza la idea de permanencia que envuelve al Pilar: un símbolo de fe que sobrevive a las convulsiones de la historia.

Cada año, millones de peregrinos visitan el santuario, donde la pequeña columna de jaspe sigue siendo objeto de veneración. Para muchos, el Pilar representa el punto de encuentro entre historia y creencia; para otros, la metáfora de una fe que sostiene a los pueblos hispánicos más allá de las fronteras. En su mensaje al apóstol, la Virgen pidió levantar una iglesia. Con el tiempo, sobre aquel pilar se construyó algo mayor: una devoción compartida que ha unido durante siglos a las orillas del Atlántico desde las del Ebro.

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