Diane Keaton: una actriz y mujer extraordinariamente normal

Su belleza natural fue algo que destacó hasta su ancianidad, sin necesidad de operaciones

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Si hace unas semanas nos dejaron Robert Redford y Claudia Cardinale, dos estrellas del séptimo arte clave para entender el cine de los 50 en adelante, ahora se nos va al paseo celestial de la fama Diane Keaton, la musa por excelencia del primer Allen.

La actriz norteamericana siempre me pareció el arquetipo de intérprete que arranca carcajadas:: en casi cualquiera de sus obras te provocaba una sonrisa de oreja a oreja o reías hasta que te doliera el estómago. Creo que mi primera película de ella fue una de esas “obras menores” del paródico Woody Allen de los 70. Esa época en la que el cómico oriundo de Brooklyn, construida ya su reputación de experto en hacer reír al público a mandíbula batiente, experimentó con películas de guiones tan excéntricos como Toma el dinero y corre (1969), Bananas (1971) y Sueños de un seductor (1972).

Precisamente en esta última el genio de las gafas de pasta negra coincidió en la gran pantalla por primera vez con el talento de Keaton. La trama es tronchante: Allen interpreta a un hombre recién separado de su pareja y sus amigos, entre ellos el personaje de Keaton (esposa de su mejor colega), le intentan reintroducir en el mercado de pretendientes. Lo que pasa es que poco a poco empieza a nacer en él el enamoramiento por Keaton. Y comienzan a suceder una serie de secuencias cómicas hilarantes. Para rizar el rizo, Allen tiene conversaciones imaginarias con Humphrey Bogart, el seductor que le enseña a ser un tipo atractivo y varonil para conquistar a Keaton. Tienen líneas divertidísimas.

No recuerdo si fue la primera película que vi de Diane Keaton. Probablemente fuera La última noche de Boris Grushenko (1975), una comedia histórica e histriónica de ficción con las guerras napoleónicas de fondo en tierras rusas. Aunque seguramente, los papeles por los que Diane Keaton va a pasar a la historia mundial del cine son su Kay Adams de la trilogía de El Padrino, especialmente escenas antológicas como el final de la primera parte, y su alter ego, Annie Hall (ella realmente se apellidaba así), con la que Woody Allen consiguió que todos amásemos a esta estupenda actriz y donde más de uno hemos disfrutado escuchando esos singulares debates y discusiones de pareja.

Para mí se marcha una de las actrices más icónicas de los años 70. Sin duda alguna, digna sucesora del estilo que marcó Katherine Hepburn: al igual que ella, marcó tendencia en la moda de esa década, siempre tuvo un sello muy personal y destacó por sus papeles cómicos con también algún destello de maestría en el drama histórico —Rojos (1981)—. Así, confirmó para la posteridad un modo libérrimo de estar en la industria. También en la forma de desplegar su feminidad: su belleza natural fue algo que destacó hasta su ancianidad, sin necesidad de operaciones dermoestéticas.

Siempre sonriente y alegre, ver a Diane Keaton un domingo por la tarde es garantía de acostarse contento porque empiezas el lunes recordando la comicidad que desplegaba en sus papeles. Woody Allen sabía esto y consiguió que todos nos enamoriscáramos de ella viéndola en la gran pantalla. A él le entraron ganas de invadir Polonia escuchando a Wagner en Misterioso asesinato en Manhattan (1993). A mí me entrarán ganas de invadir el videoclub para revisitar toda su filmografía cada vez que vea una de sus películas.

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