Aventureros de cheslón: ‘Yauyos’

Cada página nos hace detenernos ante un río que murmura secretos antiguos, una piedra que parece haber escuchado siglos o un viento que se lleva y trae historias de montañas lejanas

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Hay quienes cruzan océanos, escalan cumbres y se pierden en selvas para sentir que viven algo extraordinario. Y hay otros que preferimos hacerlo desde un buen chaise longue, con un libro entre las manos y la certeza de que el alma también viaja cuando el cuerpo descansa. Nos gusta llamarnos aventureros de cheslón: no buscamos la adrenalina ni el exotismo, sino la emoción tranquila de descubrir mundos desde la lectura. Estos artículos, encabezados bajo esta sección, están pensados para quienes saben que una buena frase puede ser más vertiginosa que un precipicio, y que a veces basta con pasar de página para encontrarse con lo desconocido. Aquí caben los viajes que se hacen sin billete, los paisajes que sólo existen en la imaginación y las aventuras que se viven sin moverse. Bienvenidos: la travesía empieza en el sofá.

Yauyos, de Samuel Valero y editado por Rialp, es un libro para quienes preferimos cruzar los Andes sin quitarnos las zapatillas: leer desde la tranquilidad del hogar, café a un lado, una manta en las piernas y la certeza de que el alma también viaja cuando el cuerpo descansa. Es un libro para aventureros de cheslón, porque no exige, ni desafía, ni levanta la voz; nos invita a mirar con calma, a detenernos y a escuchar lo que la montaña tiene que decir más allá del murmullo humano. Valero, con una prosa serena que parece susurrar, nos recuerda que la literatura no necesita ser vertiginosa para conmover, y que hay caminos que sólo se recorren cuando uno se sienta y deja que el paisaje entre en su pensamiento.

YauyosYauyos es una provincia peruana que, junto con Huarochirí, está escondida entre montañas a más de 4.000 metros de altitud. Allí, los ríos no bajan con prisa y el viento todavía parece antiguo. Valero, que la ha habitado y soñado, la convierte en un personaje vivo, cuya mirada, lejos de ser la del explorador al uso, es la de un peregrino que busca comprender un lugar donde estuvo ejerciendo su ministerio sacerdotal entre 1961 y 1971, cuando el papa encomendó erigir estos lugares como prelatura nullius para convertirlas al tiempo en diócesis como las demás.

Lo fascinante de Yauyos es que nos convierte en caminantes silenciosos de sus senderos. No hay mapas ni guías que nos obliguen a mirar hacia un destino concreto; cada página nos hace detenernos ante un río que murmura secretos antiguos, una piedra que parece haber escuchado siglos o un viento que se lleva y trae historias de montañas lejanas. La aventura no está en la conquista del paisaje, sino en aprender a habitarlo con los ojos y la imaginación, a reconocer la vida que palpita en cada rincón olvidado. Y, sobre todo, a ver a Dios en todos esos lugares.

Valero nos lleva de la mano por aldeas donde el tiempo parece medirse de otra manera. Los campesinos, los animales, los ríos y los elementos son compañeros de viaje que nos enseñan la paciencia y la contemplación. Cada encuentro, cada diálogo o silencio que el libro recoge, nos recuerda que la verdadera aventura no es la acumulación de kilómetros, sino la transformación interior que ocurre al abrirse a lo que nos rodea.

Y ocurre, también, al leer Yauyos que nos vemos obligados a dejar que el ritmo del libro marque nuestro propio paso. Los días, las noches y las caminatas se dilatan en nuestra imaginación; los paisajes se inscriben en nosotros sin necesidad de correr ni de prisas. Es una aventura que se vive desde dentro, un descubrimiento que no necesita brújula ni relojes. Y al cerrar el libro, uno comprende que ha recorrido montañas, valles y ríos, y al mismo tiempo ha aprendido a escuchar con la misma atención que Valero escucha, sin intentar poseer nada, solo comprendiendo y dejando que el mundo nos transforme.

Decía Chesterton que el viaje más grande es mirar las cosas por primera vez, incluso si uno no se ha movido del sillón. Yauyos logra eso: transportarnos sin desplazarnos. Es un libro que nos reconcilia con la lectura tranquila, con el arte de demorarse, con esa sensación olvidada de que el mundo es ancho y misterioso, aunque lo contemplemos desde un piso en Madrid o una habitación con ruido de tráfico.

Y sin embargo, Yauyos no es un libro escapista. No nos propone huir del mundo, sino regresar a él con otra mirada. Después de leerlo, uno comienza o recomienza a sospechar que lo sagrado puede encontrarse también en lo cotidiano, que la belleza no siempre exige kilómetros y puede tomar la humilde forma de una página.

Quizás por eso el libro conmueve sin alardes. No hay moralina ni mensaje; sólo una invitación a estar. En un tiempo que confunde el movimiento con el sentido, Yauyos propone lo contrario: que tal vez comprender sea detenerse, y admirar, y dejar que la tierra diga lo que el hombre no se atreve.

Cierro el libro, ahora terminado, y recuerdo lo que una vez me dijo un viejo amigo: que algunos lugares no existen hasta que alguien los escribe. Valero ha hecho eso con Yauyos: darle la palabra a un territorio que, al final, es también una forma del alma. Rialp acierta —no suele fallar— al publicarlo, porque este tipo de libros son raros, en el mejor sentido de la expresión: pues no sólo se leen, sino que se viven.

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