Las razones del fracaso de Ursula von der Leyen al frente de la Comisión Europea

Su mandato pasará a la historia como el de la arrogancia tecnocrática. Un proyecto que prometía unidad y acabó hundiendo la confianza en Bruselas, sacrificando la soberanía, la agricultura y la libertad europeas

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Cuando Ursula von der Leyen asumió la presidencia de la Comisión Europea en 2019, prometió una «Europa más unida, más ecológica y fuerte». Cinco años después, el resultado es el contrario: un continente dividido, una economía debilitada y una ciudadanía cada vez más desconectada de sus instituciones. Lo que empezó como el sueño de una «Comisión geopolítica» ha terminado siendo un régimen tecnocrático dominado por la opacidad, la censura y la obediencia a intereses ajenos a los europeos.

1  Centralización y poder personalista

Bajo su liderazgo, la Comisión ha dejado de funcionar como un órgano colegiado para convertirse en una maquinaria dirigida desde un pequeño círculo de poder. Ni los vicepresidentes ni los comisarios tienen ya autonomía real: las decisiones se toman en el entorno más cercano de Von der Leyen, donde figuras como Björn Seibert o Stéphanie Riso (jefe del gabinete de la presidencia y directora general de presupuestos, respectivamente) controlan las líneas maestras de la política europea.

Esta concentración del poder ha vaciado de contenido el principio de transparencia y ha erosionado la confianza entre Estados miembros. Incluso los asuntos más sensibles —como la posición sobre Ucrania o los acuerdos comerciales— se deciden sin consulta previa, y los comisarios se enteran de las decisiones por la prensa. Europa ha pasado de un modelo de cooperación a un mando vertical sin control democrático. Algunos, especialmente el Partido Popular, lo celebra de manera entusiasta. En gran parte porque es el gran beneficiado de dicha absorción de soberanía al ser el mayor grupo parlamentario de la Eurocámara.

2  La censura digital y el control ideológico

El mandato de Von der Leyen también será recordado por el intento de instaurar una arquitectura de vigilancia digital sin precedentes. Bajo el pretexto de proteger a los menores, la propuesta de Chat Control amenaza con destruir el derecho a la privacidad y abrir la puerta al espionaje masivo de las comunicaciones (capítulo del virus aparte).

A ello se suma la creciente censura en redes sociales, donde la Comisión actúa como árbitro ideológico, presionando a las plataformas para eliminar contenidos considerados «desinformación». Lo que comenzó como una lucha contra las «fake news» ha derivado en un control político del discurso público. Bruselas ya no defiende la libertad de expresión: la regula, la restringe y la utiliza como arma.

3  El espejismo verde y la ruina del campo europeo

La joya de la corona del mandato de Von der Leyen, el Pacto Verde Europeo, se ha convertido en símbolo del fracaso de su gestión. En nombre de la transición ecológica, Bruselas ha impuesto cuotas, restricciones y burocracia que asfixian a los agricultores y ganaderos, especialmente en Europa central y meridional.

Mientras se cierran explotaciones familiares, los grandes conglomerados agroindustriales y energéticos se benefician de subvenciones y excepciones. El resultado: pérdida de competitividad, dependencia alimentaria y una ola de protestas rurales que recorre el continente. Lo que debía ser un proyecto de sostenibilidad se ha transformado en un mecanismo de empobrecimiento y despoblación del mundo rural.

4  Inmigración y fractura social

La gestión migratoria ha sido otro de los frentes más controvertidos. Von der Leyen ha impulsado un sistema de cuotas obligatorias que obliga a los Estados miembros a aceptar reubicaciones o pagar compensaciones. En nombre de la «solidaridad europea» se ha impuesto una política coercitiva que ignora las preocupaciones legítimas sobre seguridad, integración y soberanía.

El resultado es más que obvio: barrios conflictivos, comunidades desbordadas y un aumento de la desconfianza hacia las instituciones europeas. Bruselas no ofrece soluciones, sino moralismo. Ha convertido la crisis inmigratoria en una herramienta ideológica que divide a los pueblos de Europa en lugar de protegerlos. El problema no se soluciona tildando de «racista» a cualquier que discrepe. Más bien lo hace más difícil de resolver.

5  Servilismo ante Washington y pérdida de soberanía

En política exterior, Von der Leyen ha abandonado cualquier intento de construir una estrategia europea independiente. Bruselas es un eco de Washington, desde las sanciones contra Rusia hasta la política comercial con China o el rearme militar.

La presidenta ha adoptado la narrativa estadounidense sobre la guerra, el clima o la seguridad, arrastrando a Europa a una crisis económica y energética sin precedentes. Mientras las familias europeas pagan facturas disparadas y las empresas cierran, Bruselas celebra acuerdos que benefician a la industria norteamericana. La Unión Europea ya no es un actor global, es un satélite político. Cabe preguntarse si alguna vez no lo fue.

6  Escándalos, opacidad y pérdida de legitimidad

El episodio del Pfizergate resume el deterioro moral de la Comisión. Von der Leyen negoció personalmente los contratos millonarios de vacunas mediante mensajes privados con el CEO de Pfizer, mensajes que luego desaparecieron. Pese a las peticiones del Parlamento y del Tribunal de Cuentas, jamás ofreció explicaciones convincentes.

Ese desprecio por la rendición de cuentas ha minado su credibilidad y, con ella, la de toda la Unión. La Comisión se percibe hoy como una cúpula cerrada, desconectada de los ciudadanos, guiada por intereses económicos y por la supervivencia política de su presidenta.

7  Un proyecto agotado

Los europeos no se sienten representados por Bruselas, y menos aún por una dirigente que ha hecho de la propaganda su único argumento. Las encuestas muestran una caída de confianza en las instituciones, una polarización creciente y un auge de movimientos que reclaman volver a la soberanía nacional.

Von der Leyen ha dejado tras de sí un continente más débil y una Comisión desacreditada. Prometió liderazgo, pero ofreció caos; prometió transparencia, pero entregó opacidad; prometió unidad, pero sembró división.

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