Desde la ya histórica intervención de Felipe VI en la ONU, mucho se ha dicho y escrito y, en general, en términos poco elogiosos. En ese discurso, el rey lamentó la falta de cumplimiento de los objetivos de la Agenda 2030, expresó su aspiración de seguir siendo referente global, según dijo, «en temas como la lucha por los derechos sexuales y reproductivos, contra la violencia sexual y de género», asumió sin discusión el credo climático, sostuvo una concepción positivista de la dignidad humana —basada en normas, las de las Naciones Unidas remarcaba—, lo que significa la negación del Derecho Natural, celebró el acuerdo sobre pandemias, apoyó el Pacto Mundial Migratorio y el Pacto Mundial de Refugiados.
En lo referente a política internacional, mucho se ha hablado de Gaza. No demasiado, en cambio, de la frase en la que el rey se refirió a «la especial relación de vecindad que nos une con Marruecos». España es también vecina de Portugal y Francia, pero ambos se quedaron sin mención. Y si España es vecina de Marruecos lo es porque hace frontera con el reino de Mohammed VI en los españolísimos territorios de Ceuta y Melilla, amenazadas por las ansias expansionistas de Marruecos, que son las únicas ciudades de España a las que el rey no ha ido en los diez primeros años de reinado.
Un español no puede considerar como vecindad, en cambio, la ocupación británica de Gibraltar. Por eso resulta extraño que el rey califique de pacto histórico el alcanzado entre la Unión Europea y el Reino Unido sobre el peñón, añadiendo que «es respetuoso con la posición de mi país con respecto de la soberanía y jurisdicción sobre Gibraltar». Hasta ahora los españoles pensábamos que nuestro país tenía que resolver por sí mismo sus cuestiones de soberanía y en tal caso solicitar de instancias supranacionales el apoyo a nuestra postura. Así ocurrió en la Resolución 2.429 de 18 de diciembre de 1968, en la que la ONU declara que el mantenimiento de la situación colonial de Gibraltar es contrario a los propósitos y principios de la carta de las Naciones Unidas. Los españoles no hemos aceptado bien que una instancia supranacional acordase nada sobre un territorio español con su okupante. La posición española histórica (rota por Zapatero con el Foro Tripartito) ha sido, que se sepa, reivindicar sin intermediarios la soberanía sobre el peñón y no aceptar la bilateralidad con Gibraltar, que eso es lo que dice el acuerdo que tan histórico y digno de celebrar le parece a S.M.
Aquel 3 de octubre
Felipe VI hacía su discurso más woke, decían las crónicas tuiteras; y para algunos sepultaba el prestigio ganado aquel 3 de octubre de 2017 cuando se dirigió a la nación. El rey salió a hablar al pueblo. Pero analicemos con detalle cuáles han sido las posiciones políticas del rey, aquel crítico momento incluido, a partir de varios de los discursos más relevantes desde aquella fecha hasta ahora.
El 1 de octubre de 2017 se celebra en Cataluña la consulta independentista como colofón de un mes de despropósitos por parte de la Generalidad y el Parlamento de Cataluña, que culminarían con la declaración de independencia del 27 de octubre. El rey comparece ante la nación el 3 de octubre y subraya la gravedad de la pretensión, de determinadas autoridades de Cataluña, porque según su augusta persona «han quebrantado los principios democráticos de todo Estado de Derecho y han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando desgraciadamente a dividirla. Hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada». Es decir, lo grave no es que los independentistas hayan pretendido romper la continuidad histórica de España, sino que no han respetado los principios democráticos.
Continuó el rey: «Esas autoridades, de una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común». Es decir que la soberanía nacional, cuya defensa ha exigido el sacrificio de tantas vidas de españoles —la democracia de los muertos lo llamaba Chesterton— queda convertida en algo que decidir democráticamente, por lo que ante una mayoría de socialistas e independentistas que eventualmente quisieran trocear España poco habría que decir si han respetado los principios democráticos para ese troceo. De nuevo se trata de la consideración como máxima instancia, la legalidad, como respeto a la norma constitucional, que, se pone por encima de la legitimidad de la continuidad histórica de España que está por encima de cualquier norma actual y de cualquier principio democrático.
Es cierto, y menos mal, que el rey lamenta en su alocución que los secesionistas hayan pretendido quebrar la unidad de España. Se agradece que en todo el texto no menciona la palabra diálogo, como era de esperar. Es digno de mención que al final del discurso se refiera a la unidad y permanencia de España —frase más retórica que real—. Y probablemente no haya que hacerse muchas ilusiones con el concepto de unidad de España que aplica el rey en este texto según los acontecimientos anteriores y posteriores a esa fecha. La unidad de España exige de símbolos y el símbolo nacional que es la bandera no ondea en el 83% de los ayuntamientos catalanes. Y eso ya ocurría en antes de 2017. Y no sólo la bandera; numerosos artículos y estudios constataban que el Estado español había desaparecido de Cataluña, de manera que el ciudadano veía que su única administración era la autonómica. ¿De qué unidad de España estaba hablando el rey entonces que ni los mismos símbolos son unos?
El rey no se dirigió a la nación como un capitán general de los españoles que se rebela ante la injusticia e insurrección de las instituciones de un territorio en su reino, sino como un notario mayor del reino que ha visto incumplida una norma, la Constitución, que él entiende norma suprema y que está por encima de todo. Los patriotas sabemos que eso no es así, es la Unidad de España lo que da sentido a las constituciones y no al revés.
Trayectoría woke
Andado el tiempo, la Casa Real tomaría posturas que podríamos adjetivar también como woke. La Reina Letizia hablaba en 2023, en un seminario sobre periodismo y cambio climático, sobre «reducir drásticamente el consumo de energía» y los «bioeconomistas», todo ello en apoyo de la teoría del decrecimiento.
El 29 de mayo de este año, Felipe VI entregaba el Premio Carlomagno a Úrsula Von Der Leyen en Aquisgrán. Ya resulta sorprendente conceder a la defensora de los pactos migratorios el premio que lleva el nombre del nieto del vencedor de la batalla de Poitiers (732) que impidió el avance del califato Omeya por Europa Occidental. Si Felipe pasó por encima de esta singular contradicción, cómo extrañarnos que hablara ante la ONU de los orígenes sefardíes de España o que ignorase, presuntamente, la existencia del Fuero Juzgo (654) cuando decía, casi a renglón seguido, que «un tiempo sin normas es una Edad Media».
Los fervores democráticos que tanto afloraron en la alocución del 3 de octubre del infausto 2017 disminuyeron claramente de intensidad en el discurso de la entrega del premio de Aquisgrán. La Casa Real sólo ofrece versión en inglés de su discurso, pero se entiende todo bastante bien.
Se dirigía S.M. «a las voces que buscan explotar esa incertidumbre para cuestionar aún más la integración de la UE. Voces que resuenan en toda Europa y que todos deberíamos desafiar… ¡Tenemos que enfrentarlas! Voces peligrosas y equivocadas que argumentan que los europeos serán más libres, independientes y soberanos si habitan comunidades políticas nacionales separadas y trabajan solos para abordar los desafíos globales». Parece ser que a su augusta persona no le han gustado los resultados, democráticos, se entiende, que en muchos países de Europa tienen los partidos soberanistas opuestos a lo que entienden sus votantes como una deriva cada vez más intervencionista de la UE Ante lo cual, el rey toma partido por las formaciones políticas que sí son partidarias de la cesión de toneladas de soberanía a la UE No parece ni muy neutral ni muy democrática la toma de postura del decimoprimer Borbón reinante en nuestra avasallada España
En un claro ejercicio de incoherencia, el mismo monarca que se deshace en elogios sobre el Estado de las Autonomías que tiene 17 normativas distintas sobre extintores, turismo y tantas cosas más, advierte que «en un contexto donde el acceso a los mercados internacionales es cada vez más difícil, la respuesta no puede venir de una mayor autolimitación, de erigir barreras en nuestras 27 jurisdicciones. Nuestros productores, exportadores y empresarios no se beneficiarán de un espacio económico europeo más fragmentado».
Se ve que el rey asume como como un beneficio la disolución de la soberanía española en la europea —entiéndase Unión Europea— aunque esa disolución conlleve el fin de la soberanía de las naciones a la que se refería el 3 de octubre. Ahora España pertenece «al proyecto europeo, en toda su dimensión —la de una comunidad económica y política integrada—, refuerza la soberanía de los ciudadanos europeos. Los españoles somos más libres porque formamos parte de Europa». La pregunta sería qué papel ha de tener un rey en España en una Europa de unión de ciudadanos, pero no de naciones, cuando la permanencia de las monarquías tiene sentido en virtud de la preservación de la soberanía de las naciones.
A la vista de todo lo anterior, el discurso del rey ante la ONU ha de ser interpretado como resumen y declaración pública de sus afinidades globalistas. Y son suyas, porque no tiene la obligación constitucional de leer lo que le pongan. Si lo hace es porque quiere. Pensar otra cosa es considerar al rey una persona sin criterio propio, un portavoz más del gobierno.