La nueva película de Alejandro Amenábar me tiene entusiasmado porque siempre he sido un vehemente defensor del cine como entretenimiento. La receta que nunca fracasa, como un binomio de éxito asegurado, es esa de pocas monsergas y buenos personajes. Woody Allen aprendió a aderezar este tándem con un jazz irresistible y todas sus cintas son trípticos maravillosos. Pero volvamos a Amenábar.
De entre todas sus ocurrencias, Enrique San Francisco tiene una particularmente brillante: hay cuerpos que son para donarlos a la ciencia ficción. El suyo lo era, sin duda, como El Cautivo también lo es para donarlo a la ciencia ficción. La propuesta provocadora de Amenábar pasa por explorar los años de Miguel de Cervantes en Argel antes de convertirse en el autor del Quijote, aunque no tendría por qué ser provocadora esta exploración suya. Le ha salido una película amena e interesante.
Hasta aquí, todo bien. De hecho, ese episodio de su biografía —su cautiverio en manos de corsarios berberiscos entre 1575 y 1580— es de los que más pólvora narrativa tienen. Yo imagino que una película de pericias y vericuetos habría sido una gozada. Imaginad un Cervantes gallardo, forjando su espada y su pluma para luego volcar esa vida misma en el Quijote. Pero nuestra imaginación tiende al conservadurismo y eso es poco convencional para Amenábar, claro.
El Cautivo viene a explorar, entre algunas luces, la homosexualidad de Cervantes. Evidencias no hay ninguna, como tampoco hay testimonios, cartas o diarios de la época. Nada de nada. Si otros hicieron su particular Ana Bolena negra, ¿por qué no iba a poder Amenábar hacer su Cervantes gay? Bajo el recurso manido de la insinuación, del «quizás», el «por qué no», el «acaso» y el «y si…», la película millonaria —en su producción; veremos su recaudación— abre una rendija por la que se cuela la imaginación de un guionista ansioso por firmar no ya un retrato histórico, sino una fantasía con ropajes de biopic.
Es la explicación que ha dado Amenábar: «Quería explorar esa posibilidad. Primero, porque me parecía la más plausible; segundo, porque desde un punto de vista dramático era más interesante; y tercero, porque yo soy creador, soy gay, y quería encontrar la conexión ahí». La fortuna ha hecho que la película lleve la firma de Amenábar, así que nos hemos librado de un Cervantes tuerto —de haberla dirigido Trueba—, un Cervantes calvo —de haberla filmado Santiago Segura—, y un Cervantes como tantos hay en el mundo. ¿No era esa la cuestión?
Lo curioso de esta rareza del joven director chileno es que, en su particularísima novedad, forma ya parte de un fenómeno cada vez más habitual en el mundo del entretenimiento: el de tomar personajes reales y reescribirlos con un giro contemporáneo que responde más a las inquietudes de hoy que a los datos de ayer. Ahí tenemos a Ana Bolena convertida en reina negra; a Cleopatra, lavada de toda complejidad y erigida en icono multicultural; o a Juana de Arco reinterpretada como adalid queer. Lo mismo da. Lo importante ya no es el rigor histórico, sino la exploración emocional del guionista.
Más allá de las libertades creativas, el problema es que esa exploración acaba confundiendo. El Cautivo se promociona en marquesinas y ruedas de prensa como cine histórico y lo único histórico que queda al final es el vestuario —a veces incluso exagerado en sus pretensiones—. Me hacen falta pocos argumentos para defender una película entretenida (¡lo es!), pero la indagación fantasiosa de quien juega con el pasado para amoldarlo a anhelos presentes basta para rechazar la cinta. No es que tengamos pavor a que Cervantes resulte ser homosexual, corsario encubierto, amante secreto del sultán o drag queen de carroza. Es que, si no hay evidencias, lo que tenemos delante es literatura, ciencia ficción.
Muchos de nuestros guionistas han convertido la historia en un parque temático donde volcar sus antojos. Cervantes queda en la película de Amenábar como aquel Ecce Homo de Borja: desfigurado por el orgullo de una artista que resultó ser miope. El Cervantes que nos presenta El Cautivo no se está preparando entre moriscos para escribir su gran obra, sino sencillamente para ser el personaje maleable que nuestro mundo desea.