Pocos escritores iberoamericanos mantuvieron una relación tan estrecha, fecunda y duradera con España como la que tuvo Mario Vargas Llosa. El Nobel de Literatura peruano no sólo estuvo presente en la vida cultural y literaria del país ibérico durante más de medio siglo, sino que forjó con él una identidad compartida que trascendió lo geográfico y lo político. España fue para Vargas Llosa un hogar, un refugio intelectual y una patria elegida, tanto en lo afectivo como en lo literario.
«España no es para mí un país extranjero. Aquí me siento en casa», solía declarar, dejando claro que su vínculo con la península no fue ocasional ni superficial. Desde su juventud, Vargas Llosa comenzó a construir su imaginario literario con referencias españolas. Aunque su formación intelectual y política se desarrolló principalmente en Lima y París, muy pronto dirigió su mirada hacia autores españoles como Benito Pérez Galdós, Pío Baroja y Miguel de Unamuno, quienes lo marcaron profundamente.
«Galdós me enseñó a narrar con la mirada puesta en la sociedad, en sus conflictos y contradicciones», confesó en más de una ocasión. Aquella influencia se hizo evidente en obras como Conversación en La Catedral o La fiesta del Chivo, donde el contexto social y político ocupó un lugar protagónico.
Barcelona: capital editorial y espiritual
Durante las décadas de 1960 y 1970, Vargas Llosa fue una figura clave del llamado boom iberoamericano, movimiento literario que tuvo a Barcelona como epicentro editorial. Allí, bajo la dirección de la influyente agente literaria Carmen Balcells y en el seno de la editorial Seix Barral, el escritor compartió espacio con Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y otros nombres esenciales de la narrativa en español.
Barcelona fue, para él, mucho más que un lugar de paso. Fue una ciudad viva, culturalmente abierta, en la que confluyeron exiliados políticos, artistas, periodistas y escritores. En ese entorno, Vargas Llosa publicó obras fundamentales como Pantaleón y las visitadoras (1973) y La tía Julia y el escribidor (1977). «En Barcelona viví años de una libertad y una efervescencia intelectual extraordinarias. Era una ciudad en plena ebullición cultural», recordaba con afecto.
España como escenario narrativo
A lo largo de su obra, España es un espacio literario propio. En novelas como Los cuadernos de don Rigoberto o Travesuras de la niña mala, no faltaron las referencias a ciudades como Madrid o Barcelona. La cultura, la historia y la política españolas impregnaron su obra narrativa y ensayística.
En El pez en el agua (1993), su libro autobiográfico, España ocupó un lugar destacado. Y en ensayos como La civilización del espectáculo (2012), el análisis crítico de la sociedad contemporánea incluyó numerosas referencias al contexto cultural español.
Nacionalización, reconocimiento y compromiso
En 1993, Mario Vargas Llosa dio un paso definitivo en su relación con España al obtener la nacionalidad española. Lo hizo, como explicó entonces, «por amor a este país, por agradecimiento y por afinidad con su cultura y su historia». Desde ese momento, su participación en el debate público español fue constante, especialmente a través de sus columnas en el diario El País.
La obtención de la nacionalidad no fue un mero gesto formal. Representó un compromiso profundo. «España es una de las grandes democracias del mundo moderno, y siento que formo parte de ese proyecto común», declaró.
Tres años más tarde, en 1996, fue elegido miembro de la Real Academia Española. En su discurso de ingreso, pronunciado en 1997, subrayó el valor de la lengua como nexo entre pueblos y generaciones: «La lengua española es nuestra patria, el lugar en que viven nuestros sueños y nuestras pesadillas», expresó en una intervención que quedó como testimonio de su pasión por las letras.
El Nobel, una celebración compartida
En 2010, cuando Vargas Llosa recibió el Premio Nobel de Literatura, España celebró el galardón como si se tratara de uno de sus hijos literarios. No era para menos: el autor llevaba décadas residiendo en Madrid, escribía desde allí y participaba activamente en su vida cultural.
Durante su discurso en Estocolmo, titulado Elogio de la lectura y la ficción, recordó con gratitud su vínculo con España, evocó sus años en Barcelona y su contacto con los escritores españoles, así como su identificación con los valores democráticos del país. «No hubiera sido el escritor que soy sin la influencia de España, de sus autores, de su historia», dijo.
Un legado entre dos mundos
Hasta el final de sus días, Mario Vargas Llosa mantuvo una presencia constante en la vida cultural española. Madrid fue, en sus últimos años, mucho más que una residencia, su casa. Desde allí escribió buena parte de su obra más reciente y recibió a amigos, lectores, periodistas y académicos.
«España me dio lo que Perú no pudo en ciertos momentos: estabilidad, libertad y una comunidad literaria sólida», dijo en más de una ocasión. Su legado no perteneció sólo a una nación o una lengua, sino a todos los que encontraron en la literatura una puerta para entender el mundo.
Mario Vargas Llosa pasa a la historia y su obra permanece como puente entre continentes, entre lenguas, entre generaciones. Y en ese puente, España es uno de los pilares más sólidos de su vida y de su literatura.