Hay una parte del ser humano que «cuanto peor, mejor». Esa parte tiene la mentira como su principal herramienta. A la envidia le llama «justicia». A claudicar con el crimen, «paz». A saltarse la ley, «diálogo». A ser inflexible, «moralidad». A retorcer el lenguaje, «libertad de expresión». A la extorsión, «protección». A expropiar indiscriminadamente, «democracia». A obligar a hacer a los demás lo que uno quiere, «libertad». Al escapismo, «alegría». Al mal gusto, «creatividad». Y ahora al reduccionismo materialista le llama «ciencia».

Hay que reconocer que esta última es una obra maestra del engaño. Y como toda buena mentira tiene apariencia real y hasta un poco de verdad. ¿Y es que si la mentira no pareciese verdad, qué sentido tendría mentir?

La verdad, dentro de todo lo que se repite, es que hay un virus. Las personas se pueden contagiar por el contacto, pueden enfermar y pueden morir. Lo cual es un hecho indiscutible. Y en la medida en que se descubre la dinámica de la infección (o de tantísimas otras cosas), la ciencia ofrece unas herramientas con unos beneficios impresionantes para la salud (o para tantas cosas).

Sin embargo, en el momento en que se le da una vuelta de tuerca más de la cuenta y se niega la preexistencia de la conciencia humana, la ciencia deja de ser ciencia y se convierte en cientismo, con consecuencias nefastas para la salud (o para lo que sea). La mentira: es sólo una guerra de virus contra células.

La conciencia humana es primordial en todo esto. No, el ser humano no es un robot. Y obligar a la gente a estar en su casa para evitar morir en el nombre de la ciencia —del cientismo, realmente—, no deja las cosas en un statu quo en el que lo único que varía es que hay distanciamiento social. Tiene consecuencias, y muy graves. Millones de personas con buena intención tienen puestas su fe y su confianza en los gobiernos, en los medios y en la ciencia. ¿Cómo no va a influir sobre las conciencias la visión del mundo que ofrecen? ¿Y cómo las conciencias no van a afectar a la salud? El estado mental puede ser el contexto para la salud o para la enfermedad.

Como ejemplo, la portada del Washington Post del 2 de abril: «Contagion could crush developing world» («El contagio podría aplastar al mundo en desarrollo»). Es espurio y contrario a toda práctica periodística respetable el uso de un condicional en el titular de una portada, es un llamamiento al pánico y parece un deseo o una declaración de intenciones. Una profecía autocumplidora. «Cuanto peor, mejor».

Negar que existe algo más que lo material en la salud está siendo un error mayúsculo e increíble, con unas consecuencias atroces. Cuando se ve, no hay conflicto entre el mecanismo de infección y la influencia mental. No son incompatibles.

Tampoco es incompatible, en la coctelera de esta historia, el efecto de las actuaciones de muchos gobiernos del mundo.

Muy en especial las actuaciones del gobierno de España apoyado por los medios de comunicación más corruptos de occidente. El bloqueo de aduanas, el cierre de fábricas o las medidas para destruir empresas lo evidencian. El blanqueamiento de los medios lo tapa o lo justifica. Este comportamiento tiránico y criminal sólo se explica porque las élites gubernamentales y mediáticas estén movidas por el beneficio egoísta. Unos mantienen un sistema de impuestos y otros lo defienden a cambio de subvenciones en monedas de plata. Y es que la libertad y la prosperidad de los demás son despreciables para el «cuanto peor, mejor».

¿Cada vez que haya algo así transferiremos todo, incluida nuestra libertad, a los gobiernos? Vaya precedente.

Por los frutos los conoceréis no puede ser más relevante hoy. El «cuanto peor, mejor» utiliza el buen nombre de gobierno, comunicación y ciencia, mientras esconde despotismo, propaganda y cientismo. Un lobo con piel de cordero. Al que, de buen corazón, la sociedad española obedece. Lamentablemente, como lemmings, les seguimos hacia el acantilado de la pobreza material y moral.

La propaganda estatalista y reduccionista lleva muchos años siendo feroz en España. Es más probable que este texto genere rechazo que influya positivamente. Pero, de todos modos, lo escribo, con la esperanza de que algo quede.

Así que, siendo realista, lo más práctico que puedo hacer es rezar. Rezar porque sea lo mejor para mi país y para el mundo, y porque muera el menor número de personas posible y que el impacto en la prosperidad sea el menor. Pero, bueno, ¿quién soy yo para decir que tal cosa no tenga que venir? Venga lo que venga, diré: los juicios del Señor son correctos y verdaderos por completo.

Que Dios bendiga a España.