La Resurrección de Cristo ha sido uno de los grandes temas del arte occidental, y sin embargo, esconde un runrún curioso: en los Evangelios ese momento apenas se describe con detalle. No hay testigos del «instante» exacto en que Cristo vuelve a la vida. Eso ha obligado a los artistas, siglo tras siglo, a imaginarlo. Y eso es precisamente lo que hace fascinante este recorrido.

Un primer paso: los primeros cristianos, perseguidos en Roma, no podían pintar a Cristo saliendo del sepulcro. En cambio, usaban símbolos discretos: el pez (ictis en griego, y acrónimo de «Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador»), el pastor, el ave fénix (símbolo pagano del renacer, cristianizado tras la Resurrección). En las catacumbas no encontraremos ninguna imagen directa de la Resurrección, pero sí se esconde en las paredes de estos primeros cristianos algún mensaje de esperanza en clave visual.

Algunos siglos más tarde, en el arte bizantino, la imagen más cercana a la Resurrección es el descenso de Cristo al Hades, también llamado «Anástasis». Un ejemplo poderoso está en la Iglesia de Chora (Estambul): Cristo, revestido de una túnica blanca y dorada, rompe las puertas del infierno y saca de las tumbas a Adán y Eva. No se muestra el sepulcro vacío, sino la victoria sobre la muerte en sentido más espiritual. El arte de Bizancio nos devuelve a la primera mirada teológica.

Tercer peldaño de nuestro recorrido: en la Edad Media occidental, la Resurrección se volvió más reconocible. En muchos manuscritos iluminados y vitrales, Cristo aparece de pie sobre la tumba, con una bandera blanca con cruz roja, como símbolo de victoria. Encontramos un precioso ejemplo en un fresco del siglo XII en la Basílica de San Clemente (Roma), donde Cristo emerge con serenidad, mientras los soldados duermen abajo. El arte de la Gloria reflejó la solemnidad de una victoria sencilla.

Es más tarde cuando el Renacimiento le da cuerpo al milagro. Literalmente. Cristo ya no es un ícono estático, sino un hombre real, anatómicamente perfecto. El ejemplo más famoso es «La Resurrección» de Piero della Francesca (1450 aproximadamente). Cristo está en el centro, saliendo de la tumba con una fuerza serena. Lo rodean soldados dormidos en posturas realistas. No hay rayos ni ángeles. Solo una figura imponente, contenida, y una mirada fija que casi hipnotiza.

Pero no es el único. A nuestro recorrido por el arte de la Gloria se apunta ahora Tiziano. En su «Resurrección» (1540), usa la luz y el color para intensificar el drama. Cristo se eleva con movimiento, el manto rojo ondeando, el cielo abierto detrás. Pero poco dura esta contención del Renacimiento.

El Barroco convierte la Resurrección en espectáculo. Rubens, en su obra «La Resurrección de Cristo» (1611-12), pinta a Jesús irrumpiendo desde lo alto, con una energía desbordante, rodeado de ángeles. La piedra del sepulcro vuela. Los soldados se caen de espaldas, cegados por la luz. Rembrandt, más íntimo, retrata a Cristo con un aura suave, menos triunfante, más humano. Y si hablamos de dramatismo, Caravaggio, aunque no pintó directamente la Resurrección, dejó huella en cómo representar la tensión entre vida y muerte (lo sumamos a esta fiesta de la Gloria porque su estilo influenció muchas representaciones posteriores).

Más cerca de nuestros días —un nuevo paso en el recorrido—, los siglos XVIII y XIX escaparon de la mera representación: ya no se trata solo de mostrar el hecho. Ahora los artistas exploran el sentido de la Resurrección de Cristo. El arte se vuelve filosófico, si es que acaso no lo ha sido siempre. El famoso William Blake, por ejemplo, imagina a Cristo con un cuerpo casi etéreo, envuelto en visiones místicas.

En el siglo XX, Salvador Dalí pinta una «Ascensión de Cristo» (1958) desde un ángulo cenital: Cristo se eleva hacia el espectador, sin cruz, sin tumba, sin heridas. Es una resurrección surrealista, flotante, espiritual. Así llegamos a nuestros días. La Resurrección de Cristo ha sido durante siglos muchas cosas en el arte: una promesa silenciosa, un símbolo de victoria, un estallido de gloria, una pregunta sin respuesta.