Hace poco estuve en una charla de María San Gil. María es una mujer valiente que luchó contra ETA en los tiempos más duros del terrorismo. El motivo de la charla era el nuevo documental sobre Gregorio Ordóñez, producido 30 años después de su asesinato. María explicó que el ambiente en el País Vasco es agobiante para los que piensan distinto. Mucha gente joven sale y descubre otros lugares donde da igual tu opinión política. Donde la gente no piensa mal de ti porque no piensa nada.
Me acordé de los meses que pasé en Bilbao hace un par de años. Yo nací y crecí en Bilbao. Pero cuando eres pequeño no te enteras. Cuando volví después de la carrera y de trabajar una temporada en Madrid sí que noté algo. Recuerdo, por ejemplo, una noche en Pozas, una calle de bares del centro. Yo iba con una gabardina y alguien gritó: «Cayetanos go home!». Al instante supe que lo decían por mí y me hizo gracia.
En la misma calle, pero otro día, Jaime y yo entramos a un bar a pedir. Un grupo de chicas nos preguntó de donde éramos. Les dijimos que del mismo Bilbao. Pues oye, no se lo creían. Yo me había tomado dos cervezas y les dije que parecía que no podía uno ir elegante y ser de Bilbao. «Si no te vistes como para ir al monte piensan que eres de fuera». Ellas se picaron, pero a mí me daba un poco igual.
Otro día fui a Misa y me pareció ver a un chaval joven. Me sorprendí porque siempre estaba rodeado de ancianos. Miré mejor y comprendí que era mi hermano. Ir a Misa y ser el más joven es algo que me ha pasado siempre… hasta que vas a otras ciudades y ves que hay más gente como tú. Chicas guapas, incluso. Y de pronto sientes que no eres un extraterrestre.
Durante aquellos meses trabajé en un colegio. Me pidieron que ayudase a un chaval con mucha iniciativa. El muchacho quería invitar al equipo de discapacitados del Athletic. Al final aquello no fue posible. El chico con iniciativa dijo que el año siguiente lo haríamos. Yo, que tenía un mal día, dije que el año siguiente me iba a Madrid, lejos de ese pozo de mierda. Al chaval, que tendría dieciséis añitos, se le abrieron mucho los ojos. Al día siguiente le saqué de clase, le expliqué que el día anterior yo tenía un mal día y que no tendría que haber dicho eso. Le dije que Bilbao tiene cosas muy buenas.
Es cierto que Bilbao tiene cosas buenas. Dicen que la gente de Bilbao es muy fiel: cuando haces un amigo de Bilbao, tienes un amigo para siempre. Es cierto que Bilbao está bien bonita con la ría limpia, el paseo del Guggenheim y el Nuevo San Mamés. Es cierto que puedes ir caminando de punta a punta de la ciudad y no tardas media hora en metro a cualquier sitio.
Puede que, en algunos aspectos, Bilbao sea un poco pueblo. Pero es un pueblo que me lo ha dado todo. Mis padres son de allí, mis amigos de la infancia y alguna persona importante que he añadido a mi biografía últimamente.
Todo esto me rondaba la cabeza. Así que al final de la charla me acerqué a María San Gil y le conté que soy de Bilbao, pero vivo en Madrid. Me dijo que es comprensible que me guste Madrid. Y añadió que tengo que volver a Bilbao en algún momento: «Vosotros tenéis que volver para hacer el nuevo País Vasco». ¿Volveré? Supongo que solo Dios lo sabe. Mientras tanto, me queda pronunciar fuerte las erres, comer con apetito y ver al Athletic.