Mike González, investigador principal de la Fundación Heritage y miembro del Consejo Asesor Internacional de la Fundación Disenso, ha presentado este jueves en Madrid Marxismo de nueva generación: qué es y cómo combatirlo, su último libro, traducido al español y editado por la institución que dirige Jorge Martín Frías. Lo ha hecho junto a Hermann Tertsch, miembro del Parlamento Europeo y vicepresidente de Patriotas por Europa.
Para Tertsch, la obra de Mike González y Katharine Gorka es «una clara advertencia del inmenso éxito que ha tenido un proyecto totalitario como el marxismo a pesar de los millones de muertos que ha provocado». En el texto recorren la historia de la implantación social, cultural y política del marxismo en Occidente. Ambos señalan que el punto de ruptura del marxismo de «vieja generación» tuvo lugar en 1989, con el colapso del comunismo soviético y el tan proclamado «fin de la historia» que narró Francis Fukuyama.
En ese momento, el marxismo mutó y dejó de vestirse con monos de trabajo (los tan apelados en las anteriores elecciones estadounidenses blue collar workers, que se decantaron por la candidatura de Trump y Vance) para portar trajes de profesor que reeducaría a los hijos de las clases medias en colegios, institutos y universidades. El sujeto al que apelaría ya no sería el proletario. El objetivo era el control de la cultura y la búsqueda de «nuevos oprimidos», reflejados en las minorías.
La raza, el sexo, el género, la inclinación sexual y el cambio climático son los elementos que ha utilizado este nuevo marxismo para imponer su hegemonía sociocultural. Lo hicieron a través de esa revolución permanente a la que apeló en el pasado León Trotski y que no tardó en tomar tintes internacionalistas, en una acción política cuyo objetivo, en palabras del pensador conservador Olavo de Carvalho, era la remodelación de toda la sociedad y de la propia naturaleza humana. De hecho, en esta nueva utopía, Dios, la patria, la familia, la propiedad privada —e incluso el disenso o la libertad de expresión— no solo no tienen cabida, sino que son el enemigo.
Black Lives Matter y la fractura social
Esta nueva dinámica de la ya vetusta «lucha de clases», pero aplicada a las ideas del marxismo de nueva generación tuvo su punto álgido en el verano de 2020 con el movimiento Black Lives Matter. Aprovechando la muerte de George Floyd, los líderes de BLM lograron organizar una oleada de protestas que movilizaron entre quince y veintiséis millones de personas en más de seiscientos disturbios. Las calles quedaron inundadas con las palabras Blacks Lives Matter y de carteles del desdichado mártir de la causa George Floyd. También desataron una oleada de vandalismo y destrucción: se incendiaron vehículos, se asaltaron comercios y se derribaron estatuas.
Sin embargo, ese no fue el primer intento revolucionario de los líderes de Black Lives Matter, como bien señalan Mike González y Katherine Cornell Gorka. BLM, puesto en marcha en los Estados Unidos en 2013 por la activista afroamericana Alicia Garza, aprovechó otro caso de violencia para sacar la bandera de lo que ellos consideraban como otro ejemplo de «racismo sistémico» en el país. Así, cuando el 13 de julio de ese año un jurado de Florida absolvió al vigilante George Zimmerman del asesinato del joven de 17 años Trayvon Martin en la localidad de Sanford. También con el asesinato policial de Michael Brown en 2014 en Ferguson (Missouri). No obstante, pese a que hubo movilizaciones y disturbios, no lograron alcanzar los niveles del año 2020.
La Teoría Crítica de la Raza y la reescritura de la Historia
González y Gorka sitúan el referente ideológico de estos movimientos neomarxistas en la Teoría Crítica de la Raza, surgida también de las ruinas del Muro de Berlín. En 1989, juristas negros, asiáticos y mexicano-americanos fundaron la Teoría Crítica de la Raza, muy conscientes de que era una estrategia revolucionaria. Dicha teoría sostiene que el racismo es un elemento estructural en los Estados Unidos y, por lo tanto, se ha de llevar una revolución en la cultura, lo cual conlleva su evaluación radical.
Lo que podría parecer una corriente más de interpretación histórica, fue permeando en los ámbitos académicos estadounidenses. Desde ellos, se propuso una revolución de la historia del país, llegando a plantear sus adalides una nueva fecha de fundación de los Estados Unidos: en lugar del 4 de julio de 1776 con la Declaración de Independencia, pasaría a ser agosto de 1619, momento de la primera llegada de esclavos negros a Virginia.
De la Teoría Crítica de la Raza al marxismo de nueva generación
A esa teoría de la desigualdad estructural de la TCR se acabaron adhiriendo el resto de elementos revolucionarios izquierdistas: el feminismo, las diferentes orientaciones sexuales e identidades autopercibidas, recogidas en unas siglas que van en aumento, o las minorías religiosas. Todo ello ha acabado degenerando en la monstruosa corriente cultural que ataca la familia, promueve la sexualización de menores (como incluyendo sexo gráfico en libros o horas dedicadas a la lectura de cuentos en colegios por drag queens), castiga la disidencia, reniega de la libertad de expresión y tiene una concepción sociopolítica totalitaria.
González y Cornell Gorka analizan y profundizan en todas estas cuestiones en una obra indispensable para entender el origen y la estrategia de este marxismo de nueva generación. Así, el libro es uno de los que ha de estar en la biblioteca de quienes tengan la preocupación del lugar al que los movimientos woke están llevando a la sociedad.