A estas alturas yo sólo espero que el nuevo presidente de los Estados Unidos no haya hecho una promesa vacía de esas que lamentablemente son tan frecuentes en política. Y que, en cambio, cumpla con ese gran compromiso de su discurso de investidura: extraer el oro líquido de color negro que puede llegar a salvar el mundo. Sí, ¡salvar el mundo!
Comparto su interés en que Estados Unidos aumente su producción de petróleo y gas natural con nuevas perforaciones, aun siendo consciente de que ya se encuentran en máximos históricos, por algunos motivos estratégicos que ahora expondré. Pero he de añadir que lo tiene muy complicado, partiendo de la base de que la principal forma de extracción aplicada en el gigante americano es el fracking (fracturación hidráulica), un método especialmente caro en comparación con otros, como las perforaciones convencionales, en las que el petróleo o bien sale directamente del yacimiento a la superficie o se bombea. Este hecho dificulta su principal objetivo de bajar el precio, porque las grandes petroleras no están dispuestas a aumentar la oferta hasta el punto de reducir drásticamente los precios, como desearía el presidente, corriendo el riesgo de entrar en pérdidas —cualquiera que tenga un poco de memoria sabrá que esto ya ha ocurrido en el pasado—.
El papel de la Unión Europea
La Unión Europea será la principal beneficiada de una bajada del precio del petróleo. Se puede decir que la economía rusa depende de sus exportaciones de petróleo y gas natural, ya que representan el 50% de su economía. Desde el inicio de la guerra en Ucrania, la UE ha impuesto ineficientes sanciones económicas al régimen del tirano Vladímir Putin; sanciones que ha evitado con notable facilidad, ya que los europeos seguimos de facto comprándole materias primas y ha desviado además el exceso de su oferta a China, su nuevo aliado estratégico, que no deja de ampliar sus reservas.
Con un crudo más barato mataríamos tres pájaros de un tiro. En primer lugar, heriríamos de gravedad a la economía rusa, que no pasa por su mejor momento desde el inicio de la invasión. Esto, además, sí sería un apoyo efectivo a Ucrania, cumpliendo con nuestra palabra de imponer verdaderas sanciones económicas a Moscú. Todo ello, sumado al apoyo tecnológico y militar, nos permitiría dar un respaldo eficaz a una heroica nación que lucha contra la invasión de un tirano. Pero ese es otro tema.
El segundo beneficio sería que mejoraríamos las relaciones con la administración Trump, que en materia de comercio internacional mantiene una visión cortoplacista que tarde o temprano traerá consecuencias. Deberíamos ser los principales compradores de ese excedente de materias primas y así revertir la percepción que tiene el presidente estadounidense sobre Europa, a la que acusa de aprovecharse de su nación.
El tercer y último beneficio, en relación directa con Europa, es que si el precio de las materias primas baja, la inflación también lo hace, lo que ayudaría en cierta medida a nuestra economía, gravemente debilitada. Esto permitiría al BCE bajar los tipos de interés —esperemos que no a niveles negativos, como ya ocurrió, pues sería un suicidio económico— y revertir esta crisis, sobre todo en las potencias más fuertes: Francia y Alemania.
Debilitar a Rusia y sus aliados
Si logramos debilitar el régimen de Putin, el efecto sería doble: también debilitaríamos a sus aliados en el tablero geopolítico, como Venezuela e Irán. No es imposible, dada la alta inestabilidad de sus regímenes y la gran dependencia que tienen del precio del barril. Ahora mismo subsisten gracias a su petróleo, cierto, pero si el precio cae, su situación se tornará insostenible.
Además, esto contribuiría a calmar el panorama en Oriente Medio, otra razón más para reducir el precio del crudo. La dependencia militar de Rusia respecto a Irán y Venezuela es vital para su continuidad. Dando golpes estratégicos a Moscú, podemos alentar un cambio, como ya ocurrió en Siria —claro indicio de la saturación de Putin—.
Aunque esto pueda parecer un sueño, dichos países, en buenas manos, son grandes productores de petróleo. Occidente debería reforzar además sus alianzas con los principales países productores de la OPEP, como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait, e incluso con los que no forman parte del cartel, como Brasil, la República de Guyana o Argentina.
Arabia Saudita y EAU son ejemplos del camino a seguir: pactar aumentos controlados en la producción para no desplomar el precio —pues algo así nos hundiría a todos—. Con políticas así, también ayudaríamos a nuestro aliado natural en Oriente Medio, Israel, que fue atacado por los terroristas de Hamás poco después de haber cosechado los frutos de acuerdos históricos como los de Abraham, impulsados por la primera administración Trump. Como ya he mencionado, llevar paz a Oriente Medio se traduce en la bajada del precio del barril.
El gran rival: China
Por último, el argumento más a largo plazo —como también el más importante— de reducir el precio de las materias primas tiene que ver con el gigante chino. Nos beneficiaría a todos, pero especialmente a Estados Unidos, ya que es su principal enemigo y contra el que tarde o temprano tendrá que enfrentarse.
Si logramos asestar un golpe casi letal a Rusia que ponga fin a la invasión en Ucrania, estaríamos enviando un claro mensaje a cualquier dictador del mundo: no sale rentable ejercer la fuerza para conseguir resultados políticos. El presidente chino, Xi Jinping, se pensaría dos veces antes de atacar Taiwán, algo que ocurrirá en un plazo de quince años, pues no va a renunciar a su ambición de convertirse en el mayor líder chino desde Mao Zedong.
Lo mismo ocurriría con el régimen norcoreano, gran dependiente del petróleo ruso y aliado estratégico de Putin, que se vería desbordado si tuviera que prestar apoyo a Moscú. Si esta política ayudara a evitar nuevos conflictos, ya sería un gran logro. Pero si llegara a prevenir una tercera guerra mundial, no hace falta remarcar la importancia de luchar por ella.
Ahora bien: antes de que los ecologistas me lancen sus críticas, diré que reconozco la necesidad de desarrollar las energías renovables, y más en un país como España, donde parecen la única manera de alcanzar la independencia energética. Esta independencia es de vital importancia en el marco de este nuevo orden mundial y pilar fundamental del crecimiento económico.
Puedo pecar de optimista, pero creo que estamos en condiciones de cambiar el mundo. Y si, de paso, Occidente cumple con su deber moral de derrocar a asesinos y dictadores, tanto mejor. Me disculparán quienes no compartan mi teoría, pero God bless a los encargados de que esto ocurra.