El próximo 31 de diciembre se cumple el aniversario de la muerte de Miguel de Unamuno, uno de los principales representantes de la generación del 98. Filósofo, escritor y rector de la Universidad de Salamanca. Cuando hablamos de Unamuno lo estamos haciendo de uno de los mayores intelectuales de los siglos XIX y XX.

Sin embargo, la figura de Unamuno, como la de otros tantos como él, ha trascendido de lo cultural y ha entrado en el terreno político, siendo en no pocas ocasiones objeto de apropiación por parte de la izquierda española.

Curiosamente, cuando la izquierda se apropia de la figura de Unamuno (Rufián lo utilizó en 2019 para atacar al PP, Ciudadanos y Vox), orillan una serie de datos y circunstancias que rodearon los últimos años de su vida, así como su actitud beligerante contra los nacionalistas vascos y catalanes.

Unamuno fue protagonista de un episodio que, a pesar de carecer de importancia histórica, ha pasado de generación en generación hasta llegar a nuestros días, formando ya parte de la mitología española. Un episodio que se ha repetido hasta el infinito, quedando así grabado a fuego en la memoria de millones de españoles del último siglo. Me refiero a su famoso enfrentamiento con José Millán-Astray ocurrido en el paraninfo de la Universidad de Salamanca.

El enfrentamiento entre Unamuno y Millán-Astray

En los últimos años, gracias a la investigación del historiador Severiano Delgado, bibliotecario de la Universidad de Salamanca, hemos conocido una serie de datos que desmotan por completo uno de los mitos más famosos de nuestra trágica guerra civil.

El 12 de octubre, con motivo de la celebración del día de la Raza, se reunieron en el paraninfo de la mítica universidad salmantina los principales representantes de la España franquista. Entre los presentes, en representación del mismísimo caudillo, se encontraba Miguel de Unamuno. Al acto acudieron militares, destacados falangistas, escritores, y la propia mujer de Franco, Carmen Polo.

Tras comenzar la ceremonia, la mesa presidencial fue ocupada por Unamuno, Carmen Polo, el cardenal Plà y Millán Astray. El resto de los asistentes ocuparon los asientos destinados al público.

Fueron varios los invitados que realizaron intervenciones, desarrollándose la sesión con aparente normalidad. Hasta que tomó la palabra Francisco Maldonado de Guevara.

El catedrático de literatura, en un acto ciertamente desafortunado, realizó un encendido discurso contra vascos y catalanes, a los que llegó a tildar de “anti-España”. Al escuchar las palabras de Maldonado, Unamuno, indignado, tomó la palabra para responder al que fuese su compañero de claustro. Fue entonces cuando dijo: “Yo, como sabéis, nací en Bilbao, soy vasco y llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no sabéis”. Ciertamente un hombre que durante toda su vida había combatido con su pluma a los nacionalismos de distinto pelaje no podía pasar por alto las palabras de Maldonado.

Tras las palabras de Unamuno, Millán-Astray dio un salto de su asiento para gritar los míticos “Muera la inteligencia” y “Viva la muerte”.

Al oír las palabras del mutilado militar, Unamuno pronunció su mítico y archiconocido discurso: “Éste es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.

Durante décadas, se ha otorgado al suceso un tono novelesco para dejar en mal lugar a los militares. Aquel hecho se convirtió en el paradigma del bien contra el mal; la intelectualidad contra la brutalidad militar; la libertad contra el fascismo. Unamuno, sin pretenderlo, se convirtió en todo un símbolo para la causa republicana.

Lo que realmente ocurrió. Y lo que no

Sin embargo, lo más llamativo de este suceso es que nunca se produjo. Con las investigaciones de Severiano Delgado en la mano, puede afirmarse que uno de los mayores mitos de nuestra guerra civil fue en realidad una gran mentira.

La versión oficial de todo aquello fue elaborada por una persona que no estuvo presente en el acto y que, además, era un ferviente republicano. Se trata de Luis Portillo, viceministro de Justicia en los gobiernos de Azaña y miembro de Izquierda Republicana.

En su exilio en Londres, Portillo publicó en 1941 Unamuno’s last lecture, un artículo lleno de inexactitudes basado en las informaciones publicadas por la prensa republicana y francesa, pero nunca en el testimonio de los que presenciaron el acto. En el artículo de Portillo se relataba el suceso del paraninfo como lo hemos oído siempre.

Dos décadas después, en 1961, el famoso hispanista Hugh Thomas, publicó su obra The Spanish Civil War, libro que se convertiría en todo un clásico sobre la Guerra Civil Española y que cosechó un notable éxito, llegando a vender un millón de ejemplares. En su obra, Thomas recogió el artículo publicado por Portillo sin ningún tipo de modificación. Así fue como se construyó el mito del enfrentamiento entre Unamuno y Millán-Astray.

Lo cierto es que resulta imposible conocer con exactitud cuáles fueron las palabras de Unamuno. No quedó registro escrito ni sonoro, por lo que la única fuente fiable con la que contamos es con el testimonio de las personas que estuvieron allí presente. Y todos difieren enormemente de la versión de Portillo.

En su investigación, Severiano Delgado ha tenido en cuenta el testimonio de los allí presente. Aunque no todos coinciden con exactitud en las palabras, todos rechazan la versión de Portillo. Según varios testigos, Unamuno debió decir algo así: “Debéis tener en cuenta que vencer no es convencer y conquistar no es convertir”. Desde luego, no es lo mismo proponer a modo de consejo, que decirlo de manera altanera y desafiante.

Entre quienes presenciaron lo sucedido en el paraninfo se encontraba José María Pemán. El afamado escritor publicó en los años 60 una columna en el diario ABC en la que narraba lo sucedido entre Unamuno y Millán Astray: “Recuerdo que combatió el excesivo consumo de la palabra “Anti-España”; que dijo que no valía sólo “vencer”, sino que había que “convencer” (…) Cuando terminó y se sentó, se levantó, como movido por un resorte, el general Millán Astray, inesperada y para mí innecesariamente. Su pasión era justificable en la atmósfera bélica que nos rodeaba; y no había que exigir al general que se comportase en aquel instante como un pulcro universitario. No fue discurso. Fueron unos gritos arrebatados de contradicción a Unamuno. No hubo ese “muera la inteligencia” que luego se ha dicho”.

Otro de los allí presente fue Eugenio Vegas Latapié, monárquico y dirigente de Renovación Española. Sobre el suceso, en sus memorias dijo: “Insisto en que me encontraba muy cerca de Millán Astray; puedo por ello negar, rotundamente, que lanzase después ningún otro grito similar, ni mucho menos el famoso ¡Viva la muerte!, que es el grito de la Legión”.

Sea como fuere, resulta verdaderamente asombroso que durante 80 años se haya otorgado categoría de verdad absoluta al testimonio de alguien que no estuvo allí presente, marginando por otra parte testimonios como el de Pemán o Latapié, ambos de infinito valor histórico.

Las consecuencias de aquel encuentro

Dejando a un lado las invenciones de Portillo, lo cierto es que aquella intervención de Unamuno despertó el recelo de algunos cuadros franquistas, provocando el posterior enfriamiento de la relación entre el escritor y el nuevo régimen. Así, tras aquel suceso, Unamuno fue destituido como concejal del Ayuntamiento y rector de la Universidad de Salamanca.

Durante los últimos meses de su vida, Unamuno vivió en un auténtico estado de desolación, incapaz de comprender la furia colectiva que se había desatado en ambos bandos y que estaba desgarrando España por la mitad. En agosto de 1936, perdió a su gran amigo Prieto Carrasco, fusilado por los sublevados; en noviembre del mismo año, los republicanos acabaron con la vida de Román Riaza, también amigo del bilbaíno.

A pesar de tener el alma quebrada, el escritor vasco siguió apoyando al bando sublevado, por considerar que era la única forma de salvar a España. Rechazaba la represión y las formas de algunos militares, pero lo consideraba un mal necesario para que España superara los años de oscurantismo que había traído la República.  Una semana después del suceso del paraninfo, fue entrevistado por el periodista griego Nikos Kazantazkis. En dicha entrevista, afirmó lo siguiente: “En este momento crítico que está atravesando España, yo sé que debería estar junto a los soldados. Son ellos los que nos salvarán, los que impondrán el orden. Los otros nos han traído la anarquía y la barbarie. Franco y Mola son prudentes y tienen rectitud moral. Quieren el bien del país, son sencillos y equilibrados. Saben lo que significa la disciplina y saben imponerla. No haga caso no me he vuelto de derechas, no traicioné la libertad. Pero, por ahora, es absolutamente necesario imponer el orden… No soy ni fascista, ni bolchevique. Estoy solo”.

A principios del mes de noviembre de 1936, casi un mes después del suceso del paraninfo, escribió un manifiesto a los hermanos Tharaud, en el que reiteraba su apoyo al bando nacional: “Insisto en que el sagrado deber del movimiento que gloriosamente encabeza Franco es salvar la civilización occidental cristiana y la independencia nacional ya que España no debe estar al dictado de Rusia ni de otra potencia extranjera cualquiera puesto que aquí se está librando”.

Estas declaraciones realizadas por Unamuno desmontan por completo la falacia de que finalmente el escritor estuvo arrepentido de haber apoyado al bando nacional, mentira repetida también durante décadas. Si bien es cierto que su apoyo a los sublevados fue disminuyendo a medida que pasaban los meses, no es menos cierto que siempre consideró la sublevación militar como la única solución posible para aquella convulsionada España.