«El ejercicio de la caza de monte es el más conveniente y necesario para los reyes y príncipes que otro alguno. La caza es una imagen de la guerra, hay en ella estratagemas, astucias, insidias, para vencer al enemigo; padécense en ella, fríos grandísimos y calores intolerables; menoscábase el ocio y el sueño, corrobórase las fuerzas, agítanse los miembros del que la usa y, en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin prejuicio de nadie y con gusto de muchos».

Con estas palabras, describió Miguel de Cervantes la Montería. Sólo los que estamos enamorados de esta práctica de caza podemos comprender a lo que el escritor más insigne de la Hispanidad se refiere. Las estrategias para dar con las reses, las condiciones climáticas, todo para conseguir el trofeo. El frío, el calor o la lluvia no pesan cuando la tensión y la adrenalina se disparan al crujir de una rama, el estruendo de un animal rompiendo la jara o la ladra de un perro que rompe el silencio del monte. La Montería es la más ancestral de las modalidades de caza que se practican en España.

Comienza la temporada de caza mayor en Andalucía, una de las tres grandes con Castilla-La Mancha y Extremadura en lo que a monterías se refiere. Volverán a resonar en Sierra Morena las caracolas y los cantos de los perreros, el estruendo de la fusilería montera y las ladras de nuestros eternos compañeros de caza. Vuelven los nervios que no dejan dormir las noches previas y que sólo los años calman, el ritual de los preparativos. Vuelven los desayunos y las comidas robadas el curso pasado, donde amigos de toda la vida se encuentran para hablar de aquel lance primero, de los que nos inculcaron este veneno y de los que comienzan a impregnarse de él, del macareno que nos quita el sueño, de miles de anécdotas que por tantas veces que las contemos nunca nos cansaremos de oír.

La montería es una modalidad de caza en batida, englobada en la caza mayor, que únicamente se da en España y algunas zonas de Portugal. Consiste en situar un número indeterminado de cazadores en los puestos o puertas (lugares fijos) integrados en líneas imaginarias situadas en el monte, estas líneas son denominadas armadas. Los animales o reses a batir por los monteros, son acosados por jaurías llamadas rehalas, cuya función es la de olfatear y localizar dichas reses y acosarlas hacia las mencionadas armadas donde aguardan los monteros en sus puestos. Las presas que se cazan en la actualidad en esta modalidad son venados, jabalíes, gamos y muflones. Siglos atrás cuando la variedad de la fauna de nuestros bosques era mayor, las especies cinegéticas se ampliaban a lobos, corzos e incluso osos.

Caza ibérica

La montería en España data de mucho tiempo atrás. Es una seña de identidad de la nación. Los primeros documentos oficiales de este tipo de caza en nuestro país son del siglo XII, cuando Sancho VI de Navarra mandó redactar el Códice de la montería. Esta suerte cinegética siempre fue practicada por los Reyes y la nobleza española, como entrenamiento para la guerra en tiempos de paz.

Hasta la aparición de las armas de fuego, se usaban ballestas, arcos, espadas, dagas y picas, éstas últimas para lancear a especies peligrosas como jabalíes y osos desde el caballo. Con la aparición, en época moderna, del arcabuz y el mosquete, el resto de las armas fueron cayendo en desuso y la práctica de la montería paso de ser una actividad preparatoria para la guerra a una actividad deportiva, hasta llegar a lo que hoy día conocemos.

En la historia de España numerosos monarcas aficionados a la caza elaboraron decretos y leyes para poder legislar la práctica de la Caza en sus Reinos, como Alfonso X o los Reyes Católicos. Fue durante la época de los Austrias cuando se redactó la mayor parte de la legislación cinegética (entre ellas para la montería) y de protección de la naturaleza. Felipe III encargó la organización real de la montería, que creó distintos cargos para su mejor funcionamiento:

Montero mayor. Ejercía la jefatura de la caza en Montería. Durante Felipe III este puesto quedó desierto, aunque fue ejercido por el caballerizo mayor, el Duque de Lerma.

Sotamontero. Debía reunir al personal de la montería con sus sabuesos y lebreles y en el lugar y tiempo que ordenaba el Montero Mayor. Se encargaba también de supervisar que cada montero tuviese los animales (perros) que debía mantener.

Capellán. Al contrario que con la Volatería, la Montería no tenía un capellán que diese asistencia religiosa a sus miembros.

Alguacil de Telas. A su cargo estaban las telas y demás accesorios.

Monteros de Traílla. estaban obligados a tener una serie de sabuesos para cuyo sustento recibían una ración. Debían tenerlos bien tratados bajo pena si llegaran a morirse o perderse.

Monteros de Lebreles. Debían tener a cargo varios perros en las mismas condiciones que los de traílla. Tenían que acudir a todas las cacerías que se les ordenase, ya que debían mantener a los lebreles que corriesen los venados.

Monteros de Ventores. Eran los más numerosos, ya que llevaban el peso de toda la cacería, tenían como perros a sabuesos, cada mozo debía tener cuatro, y debían estar bien tratados y mantenidos.

Criadores de Perros. Tenían la obligación de criar los perros que fuesen menester para el servicio de la montería: Sabuesos de suelta (ventores), lebreles, perrillos raposeros y de agarre. Los lebreles (podencos y galgos) eran aquellos perros que, una vez los ventores daban con la pieza, se encargaban de perseguir al animal por el monte debido a su agilidad y rapidez. Una vez los lebreles acorralaban a la res los perros de agarre (mastines y alanos) debido a su fuerza y corpulencia la doblegaban para que el cazador pudiera rematarla.

Nombramientos, Salarios y Mercedes de la caza en montería estaban refrendados por el secretario de la caza y la Junta de Obras y Bosques, señalados por el jefe de la sección, el Caballerizo Mayor.

La afición por la caza, y en especial por la montería, por parte de los reyes llegó a ser en algunos casos desmedida. Es sabido que Felipe III y Felipe IV eran grandes aficionados a la caza, hasta el punto de delegar sus tareas de gobierno a sendos validos (Duque de Lerma con el primero y el Conde-Duque de olivares con el segundo) para poder dedicarse a ella y al resto de sus aficiones. Son conocidos los cuadros de Velázquez en los que se retrata a Felipe IV y a su familia practicando el noble arte de la caza. Del rey Planeta, como se conocía a Felipe IV, decía Juan Mateos, su ballestero principal, que “de tierna edad alanceaba los jabalíes con tanta destreza, que era admiración de los que lo veían, y de tal suerte le ha adelantado S.M., que ha mandado que, cuando los corre, no suelten perros que no los apiernen, sino buscas que lo sigan. Por esto, como sus antecesores gloriosos le hicieron monarca de tantos imperios, su destreza con la lanza y con la pólvora le hacen monarca de las poblaciones del viento y del pueblo de los bosques”.

Con la llegada de los borbones no decaería la afición por la caza y la montería, practicada por todos los reyes y en especial por Carlos III, quien la practicaba todos los días del año, para evadirse así de las tremendas cargas de gobierno y no caer en depresión como le pasó a su padre el rey Felipe V.

Más que un deporte milenario

Apenas ha cambiado esta práctica de caza desde los tiempos de los Habsburgo hasta hoy. La montería es la modalidad cinegética más extendida en España. Es, junto con el ojeo de perdiz, el tipo de caza más característico de nuestro país, siendo incluso un reclamo para cazadores del resto de Europa. La riqueza cinegética española hace que la montería —la caza en general— sea un motor económico fundamental en las regiones donde se practica. Este deporte, practicado según la legislación vigente, es fundamental para el equilibrio de la fauna y la flora de nuestros bosques, por lo que su conservación es indispensable. Los cazadores, estigmatizados por el pensamiento imperante de una sociedad decadente, somos los principales conservacionistas de nuestros montes, ya que nadie mejor que nosotros para de cuidar la naturaleza y el medio ambiente, demostrado está con el lince ibérico y sus zonas de expansión. El cazador respeta a sus perros y cuida el campo, aquel que no lo hace no es considerado como tal.