Gonzalo Altozano es el mejor entrevistador de España. Voy a decirlo así en superlativo sin miedo a réplicas porque es algo fácilmente comprobable. Prueba de ello es su recién publicado Tipos de vuelta, la segunda joya que lleva a las librerías Ediciones Monóculo. El caso es que me encuentro con la enorme responsabilidad de entrevistar al entrevistador.

Muestras un gran conocimiento de los personajes que vas a entrevistar. Si yo fuera una de ellos incluso me hubiera asustado. Esto que canta Ussía al final: «¡Pero usted sabe más de mí que yo mismo!»

(Ríe) Esto es, en realidad, muy sencillo, y es que me documento muy bien sobre los personajes. Y cuando digo que me documento no me refiero a mirar en Google y ver las primeras entradas que aparecen o las entrevistas que les han hecho antes. Si tienen algún libro escrito sobre ellos, me lo leo. Cualquier biografía que se haya publicado sobre ellos, la leo. Ten en cuenta que las entrevistas que se recogen en Tipos de vuelta son biográficas. Son sus vidas. Te diré que para cada personaje, antes de entrevistarlo, me leí uno, dos o más libros. No sólo eso, sino que además son personas a las que he seguido a lo largo de los años, y que gozo de una muy buena memoria, que me ayuda a retener muchos datos de la gente. Es verdad que si algunos supieran la cantidad de cosas que sé sobre ellos se asustarían. Pero es simplemente porque recuerdo todo lo que han dicho o se ha dicho de ellos. ¡No soy un psicópata, eh!

¿Cuánto tiempo de media has dedicado a preparar cada entrevista?

Hay muchas horas detrás de cada una. Muchas. Porque además las hice compaginándolas con otros trabajos. Dedico ocho o nueve horas a leer sobre los personajes. Luego hago el cuestionario con mis notas. El trabajo de producción, localizar al personaje y fijar una fecha para la entrevista puede llevar varios días. Luego la transcripción. Calculo que por una hora de grabación hay unas cinco horas de transcripción. Intento que sean fluidas, les doy forma de conversación. Las edito minuciosamente para que sean agradables de leer. Que no sean un tostón.

Eso explica que tus entrevistas, siendo bastante largas, sean trepidantes y se lean del tirón.

Eso es trabajo de edición. Las entrevistas hay que editarlas, jugando limpio siempre, eso por supuesto. Siendo fiel a lo dicho por el personaje. Hay que ser consciente de que el lenguaje oral y el escrito son diferentes. Nadie habla como escribe. Hay gente con mucha labia y eso hay que saber plasmarlo luego en el papel.

A ti te abren todos la puerta. Consigues entrevistar a gente muy especial y de difícil acceso.

Antes de dedicarme al periodismo yo trabajaba en una correduría de seguros. Llamar a la gente y conseguir que se hicieran el seguro era francamente difícil. Sin embargo, cuando entré en el periodismo, vi que era todo lo contrario. Uno de mis escritores favoritos y que hizo entrevistas de relevancia mundial es José Luis de Vilallonga, marqués de Castellbell. Una vez le preguntaron que cómo conseguía entrevistar a esas personas y él respondió que acudiendo al recurso de la vanidad. Si le escribes a alguien diciendo que le quieres entrevistar porque estás preparando un reportaje sobre los diez personajes más influyentes de nuestro tiempo, raro será que te diga que no.

Qué tipo de vuelta fue más difícil de conseguir.

Alfonso Ussía. No le gustan las entrevistas y se me resistió bastante. Finalmente accedió y quedó encantado. Eso que dijiste antes, al final de la entrevista se reía diciendo que yo sabía más de su vida que él mismo.

Quién te ha dado un no rotundo.

José María García, al que llevo años persiguiendo, y él lleva años diciéndome: «la semana que viene, amigo mío». Se me resistió Quique San Francisco, que una semana antes de morir me dijo: «estoy muy ocupado, hablamos dentro de un mes». Me hubiese gustado mucho también entrevistar a Antonio Gasset, el que fuera director de Días de cine, que era todo un personaje, pero no fue posible. Luego hay personas a las que no les gusta hablar de sí mismas, como es el caso de Raúl del Pozo. Y estas entrevistas son biográficas. Soy muy respetuoso con esto. Nadie, por muy conocido que sea, está mínimamente comprometido a concederte una entrevista. No me gusta eso de arremeter contra gente que no se deja entrevistar.

Aparte de llevarla muy bien preparada, durante la entrevista se ve que navegas con «bandera de pendejo», que diría Vázquez-Figueroa. Es admirable como consigues que se vayan de la lengua, dicho en plata.

Esto es fácil. Es dejar hablar al entrevistado. Hay periodistas que no dejan hablar, pues para qué haces una entrevista si sólo vas a hablar tú. Yo nunca hago una pregunta hasta que el personaje deja de hablar. Esto lo manejaba muy bien Jesús Quintero, los silencios. Aprovechaba los silencios incómodos para que el personaje siguiera hablando. Yo no juego con los silencios incómodos, pero sí a que el personaje tenga que hablar hasta que se agote.

Escohotado se dio cuenta de esto. Al final de la entrevista te dice: «Hay que ver cómo ha hecho usted que me vaya de la lengua». Y es que realmente te cuenta algo fuerte. Lo del libro que tendría que publicar después de morir.

Escohotado le contó esto a Ricardo F. Colmenero en su Los penúltimos días de Escohotado. La entrevista que le hice yo fue antes, hace unos años. Pero sí, el libro en el que contaría su dieta farmacológica de los últimos 35 años decía que lo tendría que publicar después de muerto o «una turba gris iría a su casa a matar a su familia». La verdad, no sé quién tendría interés en liquidar a Escohotado, que era un hombre muy entrañable. Las entrevistas se las preparaba con polvos de la Madre Celestina, que nunca supe lo que era. Se bebía no se cuántas cervezas y se fumaba no sé cuántos cigarrillos. Era un tipo estupendo, afable, cariñoso… te recibía en su casa en camiseta y calzoncillos; era muy divertido.

Tienes otros libros de entrevistas publicados, uno de ellos con ¡101 entrevistas! ¿Podrías ser uno de los periodistas actuales que más entrevistas tiene a sus espaldas?

No llevo la cuenta. Probablemente llevo más de mil entrevistas. Me gusta hacerlas. Soy muy preguntón. Las personas, en general, despiertan en mí mucha curiosidad.

Has escrito también un libro con y sobre Santiago Abascal. ¿Crees que Abascal, al que Dios le dé una larga vida, será de mayor un “tipo de vuelta”?

Santiago no está de vuelta, aunque tenga un discurso diferente. Pero Santiago Abascal es, ante todo, un político profesional. Esto no es una crítica, al contrario, pienso que no hay nada peor que un político amateur. Los políticos deben ser profesionales. Abascal lo es. Y los políticos son una raza aparte. En el libro hay dos políticos: Vestrynge y Vidal-Cuadras. Y aún cuando ya están de vuelta siguen queriendo controlar el mensaje, les preocupa su imagen. Incluso los más políticamente incorrectos cuidan su imagen y les gusta revisar lo que han dicho por si hay alguna cosa que es mejor rebajar.

Yo creo que Abascal, que es político desde que tiene 19 años, morirá siendo político. Y como tal, no va a estar del todo de vuelta nunca.

En un texto que escribí sobre la Ley de Memoria Histórica, tengo un párrafo que empieza así: «Y ahora, en un intento de suicidio social, voy a citar a Pío Moa». Y leyendo la entrevista que le hiciste, he alucinado mucho.

Pío Moa es un tipo muy interesante. Bastante antipático, por cierto. Pero ha tenido una vida apasionante, de clandestinaje, que para cualquiera puede resultar claustrofóbica por el hecho de estar siempre vigilante, escondido, mal de dinero, sospechando de todo el mundo, dedicándose a actividades de moral dudosa… Para él, sin embargo, fue divertidísima, me dijo. De la entrevista con Pío Moa no sales siendo amigo suyo como sí pasa con otros. Si no amigo, amigo, al menos buenos conocidos, con Pío Moa no es el caso. Es un tío con mucho mérito. Por sus propios medios clarificó una serie de hechos de la historia de España que estaban falseados. Y lo ha hecho en solitario. Eso hay que agradecérselo.

Amando de Miguel te dijo que a veces piensa que tiene mil años. No me extraña. Mi generación apenas ha vivido cambios más allá del euro y el internet. Pero tus tipos de vuelta lo han vivido todo. Una transformación radical de la vida que va desde vivir con gran escasez a tenerlo todo.

El peligro, ojalá que no nos pase, es que nosotros pasemos de tenerlo todo a no tener de nada. Mi padre fue un alto funcionario del Estado y ocupó cargos políticos con el franquismo, y mi madre era ama de casa con ocho hijos. Pues pudieron comprarse un piso en Chamberí en el que vivían ellos y sus ocho hijos. Esto con un sueldo de funcionario, la honradez de mi padre está fuera de toda duda. Quiero decir que antes esto era posible con un sueldo. Yo eso no lo puedo hacer ahora. Creo que es verdad que vivimos peor que nuestros padres. Eso es así. La gente empezaba a trabajar en un sitio y se jubilaba en ese mismo sitio. No quiero decir que no haya que cambiar de trabajo, pero creo que vamos hacia una precarización preocupante. No soy optimista con el futuro.

Me he emocionado leyendo la entrevista a Alberto Vázquez-Figueroa. Porque además de ser uno de los nombres que llena las estanterías de libros de mi madre, para mí era también el hombre que intentó traernos agua potable a los lanzaroteños.

Maravilloso. Es un personaje fascinante, simpatiquísimo. A mí me gustaría ser Vázquez-Figueroa de mayor. O haber tenido su vida, es una vida que envidio. Ha tenido éxito en todo lo que ha hecho: con los libros, las mujeres, la ingeniería, como periodista no ha pisado una redacción en su vida, ha vivido muchas aventuras, vive en el edificio en el que a mí me gustaría vivir en una casa espectacular, llena de recuerdos, muy setentera… me encanta. Se la compraría si pudiera. Ya te digo, ojalá ser Alberto Vázquez-Figueroa.

Te gustaría también no querer responder a la pregunta de “¿Cuántos hijos tienes?”, como te hizo en la entrevista.

(Ríe) Yo tengo una hija y lo sé perfectamente porque sólo tengo una. No me voy a inventar un pasado seductor ni un pasado crápula porque desgraciadamente no lo he tenido. Siempre he sido muy formal dentro un ligero desorden. De todas maneras, Alberto no dice no saber cuántos hijos tiene, simplemente no quiere decirnos cuántos tiene.

A mi hija Pía le dedico el libro, algo que me ha hecho mucha ilusión. Y se lo dedico también a mi sobrino Gonzalo, que se llama como yo, Gonzalo Altozano, un tipo con un futuro prometedor en lo suyo, y me encanta que haya otro Gonzalo Altozano por ahí.

Hablando de tipos disfrutones… Dragó.

De Dragó me quedo con su facilidad para hablar como escribe o para escribir como habla. Con él hay que editar poquísimo. Se expresa muy bien, no titubea; es muy rotundo. Es un tipo encantador al que no me termino de creer del todo en su faceta de disfrutón o seductor, lo cual le hace todavía más simpático, porque se ha creado un personaje genial. Lo que sí admiro muchísimo de Dragó, y es algo de lo que curiosamente no presume, es que es un profesional como la copa de un pino. Se prepara muchísimo cuando le pides alguna colaboración o conferencia, se lo toma muy en serio. Me encantaría llegar a su edad con ese nivel de exigencia conmigo mismo.

¿Alguna vez has tenido miedo de publicar una entrevista? Volvamos a Pío Moa y como el tipo de cuenta tranquilamente y con detalle su etapa como terrorista. Pero es que la entrevista a Mario Conde también tiene tela.

La de Mario Conde es tela, sí. Es que Mario Conde cuenta mucho. Quisiera destacar algo sobre él, y es que cuando yo quise reutilizar esta entrevista para una revista, se lo consulté y me pidió que eliminara las referencias que hacía al Rey Juan Carlos. Eran unas referencias duras y me lo pidió en un momento en que el rey emérito estaba de capa caída. Me pareció un gesto muy noble por parte de Mario Conde, que no le hizo la pelota al Rey cuando todos lo hacían, sino que ya él dejaba caer sus críticas.

Aunque yo para el libro he recuperado la entrevista original con las alusiones al Rey Juan Carlos.

Uno de tus personajes más basados, como diría la chavalada hoy, es Boadella. El tipo coge y te dice que pondría el Cara al sol como himno nacional porque le parece precioso.

A Boadella le importa muy poco lo que digan de él. Ha sido así desde siempre. Es un tipo encantador, educadísimo, nada histriónico. Da mucho juego en las entrevistas porque es muy divertido. Es absolutamente genial y da gusto hablar con él. Recuerdo que en una entrevista que le hice hace años acabó recitando el Padre Nuestro en latín, sin ser él creyente.

Creo que es una de las entrevistas más divertidas del libro, efectivamente. Hablemos de Garci. Con su delicadeza habitual, te dice que el problema de los españoles es que no nos queremos.

Yo no me creo el mito de la España cainita, ni de las dos Españas. ¿Hubo dos Españas enfrentadas? Sí. Pero creo que el enfrentamiento viene más de la clase política que de la gente en general. Los españoles convivimos y nos respetamos cordialmente con gente que vota lo contrario que nosotros. No hay un problema de convivencia entre los españoles. Yo creo que nadie le pregunta a nadie en qué bando de la guerra luchó su abuelo. Es verdad que hay una polarización y un enfrentamiento, sobre todo en la clase política y periodística y eso acaba llegando abajo, pero no es un problema de los españoles. Sí creo que hay un problema de convivencia en Cataluña, de familias enfrentadas y amigos que sólo quedan con la condición de no hablar de política. Lo que también se ha podido vivir en el País Vasco. Pero, insisto, no creo en la España cainita, ni en que no nos queramos. Sin ser esto tampoco la arcadia feliz, España es un país muy respirable para vivir.

Sobre Cataluña te habla muy clarito Vidal-Cuadras.

Sí, es muy interesante lo que Vidal-Cuadras tienen que decir sobre la hoja de ruta del nacionalismo, que no se explica sin Jordi Puyol, y que ha sido exitosa. El plan se ha cumplido a rajatabla. Creo que, en cierto modo, se puede decir que han ganado.

Rafael Vera, qué bombazos (con perdón) te suelta en la entrevista. ¿Tú crees que, por lo general, te cuentan la verdad o hacen como hacemos todos con el médico?

Pues más bombazos me soltó fuera de la entrevista. Nadie cuenta toda, toda la verdad. La gente cuenta «su verdad» o su versión de los hechos. Vera cumplió cárcel por lo que hizo y no soy yo quien para exigirle que responda si ordenó o no el código rojo. Aunque si te fijas en su respuesta, no la elude del todo, dice que rojo no, pero naranja fuerte sí.

Sobre el papel de Occidente en el mundo árabe, Vestrynge se muestra tajante: «La democracia balística de o eres demócrata por cojones o te meto un cohete por el culo no funciona». Ahí están los talibán en Afganistán después de 20 años de ocupación occidental.

Vestrynge es un tipo muy inteligente y muy interesante. Es un maldito, un tipo de vuelta de verdad que suelta todo lo que piensa. Tiene una anécdota muy simpática con Iván Espinosa de los Monteros cuando aún no era tan conocido. Iván y Rocío eran vecinos de Vestrynge. Un día les saltó la alarma de su casa y éste los llamó para decirles si necesitaban que fuera con la pistola. Es una buenísima persona y muy generoso. Es un gran tipo que se preocupa por la gente de verdad. Si sabe que estás pasando una mala racha te llama, te pregunta. A mí la primera vez que le entrevisté me preguntó si tenía novia. Le dije que sí y entonces me ofreció su apartamento en París con vistas a la Torre Eiffel.

Escuché en tu podcast La mesa de la cocina el homenaje que le rendiste a tu padre, cuya vida fue espectacular. Como las de tus personajes del libro.

Me hubiera encantado conocerle. Murió cuando yo tenía cinco años. Guardo unos pocos recuerdos suyos. Pero sé de su vida por lo que me contaba mi hermano mayor, mi tío y un periodista amigo suyo, que son los que participan en el podcast que dices. Mi padre tuvo una vida fascinante. Me hubiese gustado contar su historia durante la guerra y que me la contara él. Aunque estoy seguro de que como toda persona que hace algo heroico, no le habría gustado entrar en demasiados detalles, no se habría regodeado ni le gustaría hablar de ello. Probablemente, incluso se quitaría importancia.

Por cierto, y para terminar, te cuento que uno de mis libros favoritos es Mis almuerzos con gente importante, de Pemán. Donde éste dice que es en esos almuerzos sin compromiso donde se refugia la verdad última en tiempos de verdades dirigidas. Algo así pasa con tus Tipos de vuelta. No sé si les pondrías algo de picar.

Curiosamente en ese libro aparece mi padre. Mi padre era amigo de Pemán, ambos eran consejeros del conde de Barcelona, de don Juan de Borbón. Me encanta que me hayas nombrado ese libro porque me hubiese gustado titular el mío Mis almuerzos con gente inquietante, pero me lo pisó Manuel Vázquez Montalbán. Me parece un título insuperable.

(Ríe) La verdad es que he hecho muy pocas entrevistas comiendo. No suelo atacar por el lado del estómago. No sé de vinos porque no bebo, no soy un sibarita, ni un cocinillas… así que nunca he atacado por ahí. Lo mío es dejarles hablar; conocerme bien su historia, cosa que agradecen mucho; respetar siempre su integridad, si no se quiere hablar de un tema no se habla; no me gusta meterles el dedo en el ojo; me gusta respetarlos y cuidarlos; no les llevo la contraria, aunque no piensen como yo; no me gusta ir ni de Oriana Fallaci ni sus versiones más caricaturizadas. Un tío que me gusta mucho como entrevista es Jordi Évole, me parece un gran entrevistador y se lo trabaja mucho con su equipo, y si te fijas ha entrevistado a casi todos, por algo será.