Tal día como hoy hace años 175 nacía en Botoșani, en el nordeste de Rumanía, el gran poeta Mihail Eminescu (1850-1889). Conservador, patriota y humanista, sus versos representan una de las cimas de la alta cultura europea que Stefan Zweig describió en El mundo de ayer.

Vio la luz en un tiempo convulso y en una de las regiones donde Oriente y Occidente se dan la mano: Moldavia, que junto a Valaquia sería el germen de la Rumanía contemporánea. Dejemos para otro momento la explicación de por qué esta región está hoy dividida entre la República de Rumanía y la República de Moldavia. Baste señalar que, mientras Eminescu crecía en la aldea de Ipotești, el Imperio otomano, Francia, Austria y el Piamonte libraban contra el Imperio de los Zares la guerra de Crimea (1853-1856), una de cuyas consecuencias sería que Moldavia y Valaquia tuviesen constituciones y asambleas nacionales. Todavía seguirían integradas en el Imperio otomano, pero los pasos hacia la independencia estaban ya dados. La vida de Eminescu transcurriría en el tiempo heroico y dramático de la unidad nacional de Rumanía.

No ha de sorprender, pues, que la historia de los rumanos desempeñe en su obra poética un papel decisivo. De formación germánica, nuestro poeta estudiará en la National Hauptschule y en el Ober-Gymnasium de Cernăuți —la ucraniana Chernivtsí, la germánica Chernovtsy— en la actual Ucrania, territorio entonces del Imperio de los Habsburgo. No terminó sus clases, pero sí se examinó como alumno a distancia. Frecuentó la amistad de su profesor Aron Pummul (1818-1866), autor del célebre Libro de lectura rumano, una historia de la literatura con textos, y cuya biblioteca abrió la puerta de las humanidades al joven Mihail. Se introdujo pronto en los ambientes teatrales, donde se combinaba el arte dramático con el cultivo del folklore. La escena vibraba con el patriotismo rumano de aquellos años. Como —ya en el siglo XX— harán Brancusi (1876-1957) y Eliade (1907-1986), Eminescu bebe del torrente inagotable de la cultura rumana.

A la altura de 1866, ya escribe poemas como el publicado en un folleto en memoria de Pummul. Queda vinculado al teatro. Trabaja de traductor, asistente y apuntador. Viaja por Valaquia, Noldavia, Transilvania… Publica en revistas literarias. Asiste a los círculos intelectuales de la época como Orientul (El Oriente), fundado en Bucarest por Dimitrie Bolintineanu (1819-1872). Continúa estudiando. Va a Praga, a Viena, a Cracovia. Participa en los preparativos del cuarto centenario del monasterio de Putna, fundado por el Esteban III el Grande (1433-1504), príncipe de Moldavia. Rumanía, será, en efecto uno de los grandes temas de su poesía. En la Carta III, bellísimo poema histórico, por ejemplo, opondrá al sultán de los otomanos —«un sultán de esos que reinan sobre algún pueblo nómada/ que cambia de patria con el pasto de sus rebaños»— las figuras señeras de Mircea el Viejo (1355-1418), señor de Valaquia, y del voivoda Vlad IV el Empalador (1431-1476) conocido como Drácula. Hay una traducción preciosa publicada en Poesías (Cátedra, 2004) en una cuidada edición bilingüe de Dana Mihaela Giurcă y José Manuel Lucía Megías.

Junto a Rumanía, el otro gran amor de su vida fue la poetisa Verónica Micle (1850-1889), a quien conoció en 1872 y con quien mantuvo una relación tormentosa, larga y romántica; también prohibida, por cierto, poque ella estaba casada: su esposo era Ştefan Micle (1820-1879), rector de la Universidad donde trabajaba Eminescu. Todo muy atribulado, todo muy apasionado, todo muy romántico. Cuando fallece el marido, Mihail y Verónica piensan casarse, pero no se deciden. Su amor no está bien visto. Alternan rupturas y reconciliaciones.

Rumanía ya es imparable. En 1878, como consecuencia de la Guerra ruso-turca (1877-1878), se ha reconocido a los Principados Unidos de Moldavia y Valaquia la independencia. El patriotismo es el espíritu del tiempo. Sigue publicando poemas en revistas literarias. En 1882, con una salud ya deteriorada, lee su poema Luceafărul (El lucero) en varias veladas de la sociedad Junimea, animada por Titu Maiorescu (1840-1917): «Érase una vez, como en los cuentos,/ érase una vez, como nunca,/de una gran damilia imperial/ una muy hermosa doncella».

Pero Eminescu se muere. Su salud física y mental —algunos hablan de trastorno bipolar— se agravan por los problemas económicos. Sufre ataques nerviosos. Lo tratan con mercurio. Pasa 1882 sin publicar nuevos poemas. En 1883 se suceden ingresos hospitalarios, retiros terapéuticos, periodos de curas siempre insuficientes. Viaja a Florencia y Venecia desde Viena con la idea de mejorar con el cambio de aires. Se ingresa en Odessa en 1885. No mejora. En 1887 alterna estancias en Botoșani con ingresos en sanatorios vieneses. Todo en vano. Le falta dinero. Se le acaba el tiempo. En 15 de junio de 1889 muere en un sanatorio de Bucarest. A su entierro acudieron numerosas personalidades a despedir a uno de los grandes poetas de su tiempo.

Las letras de Rumanía —y las de toda Europa— están, pues, de gala por el cumpleaños de este poeta patriota que hizo de su tierra uno de los grandes temas de su obra. El otro fue el amor. No es un mal comienzo para un tiempo, como el nuestro, en que algunos niegan la importancia de la patria y otros niegan la existencia del amor.

Hoy nos ponemos, pues, en pie para honrar la memoria de Mihail Eminescu en el 175º aniversario de su nacimiento.