Vargas Llosa, primer autor panhispánico

La obra de Mario Vargas Llosa se erige en un pilar de la literatura en lengua española del siglo XX y XXI. A lo largo de más de seis décadas, el autor hispanoperuano tejió un universo literario que abarca desde novelas de formación y crítica social hasta ensayos políticos, teatro, cuentos, memorias y biografías noveladas. Su bibliografía, vasta y diversa, reflejó la evolución de un pensamiento, el tránsito de una época y el pulso de Iberoamérica, incluida España.

Desde sus primeras obras, Vargas Llosa narró historias y renovó el español, transformó el idioma. Con una prosa rigurosa, precisa y ambiciosa, incorporó técnicas narrativas inspiradas en Faulkner, Flaubert y Sartre, pero adaptadas con singular maestría a nuestra lengua. Multiplicó las voces, rompió la linealidad temporal, experimentó con los puntos de vista y exigió al lector una participación activa. Su estilo fue una revolución formal que se convirtió en escuela y se consolidó como parte esencial del llamado boom iberoamericano.

Esa revolución tuvo un efecto principal en la homologación del idioma. Vargas Llosa contribuyó a crear un nuevo español literario, plenamente reconocible y legítimo de Madrid a Ciudad de México, de Buenos Aires a Lima. Su narrativa impulsó un español panhispánico, más cohesionado y compartido a ambos lados del Atlántico. «Creo que la novela no sólo entretiene, sino que nos ayuda a entender lo que somos», dijo en más de una entrevista. «La literatura no cambia el mundo, pero sí a los hombres y mujeres que pueden cambiarlo».

Primeras obras

Vargas Llosa debutó en 1959 con el libro de cuentos Los jefes, galardonado con el Premio Leopoldo Alas. Pero fue en 1963, con la publicación de La ciudad y los perros, cuando irrumpió con fuerza en el panorama literario internacional. La novela, una feroz crítica al autoritarismo en los colegios militares de Lima, fue prohibida en el Perú y consagrada en España, donde obtuvo el Premio Biblioteca Breve. Le siguió La casa verde (1966), con la que consolidó su estilo narrativo complejo, de múltiples voces y estructuras paralelas. Ambas novelas fueron determinantes para incluirlo entre los grandes narradores del siglo.

Con Conversación en La Catedral (1969), Vargas Llosa ofreció una de las obras más ambiciosas de la narrativa iberoamericana. Ambientada en los años del ochenio de Odría, la novela planteaba una pregunta que ha quedado grabada en la conciencia colectiva: «¿En qué momento se jodió el Perú?». Fue, además, una muestra de la capacidad del autor para vincular lo individual y lo político, lo cotidiano y lo histórico.

De la sátira a la historia

Durante las décadas siguientes, el escritor exploró distintos géneros y registros. En Pantaleón y las visitadoras (1973), combinó sátira y crítica militar a partir de un encargo insólito del Ejército peruano: organizar un servicio de prostitutas para las guarniciones del Amazonas. En La tía Julia y el escribidor (1977), se adentró en lo autobiográfico y lo humorístico, narrando su propio romance juvenil con Julia Urquidi y su paso por el mundo de las radionovelas. «No hay mejor escuela para escribir que vivir muchas vidas en la imaginación», afirmó en alguna ocasión. «Toda novela es un intento de alcanzar una verdad que no se puede decir de otro modo».

La guerra del fin del mundo (1981) fue una reconstrucción monumental del conflicto de Canudos, en Brasil. Ambientada en el siglo XIX, la novela exhibió un rigor histórico y una intensidad épica que deslumbraron a la crítica. Fue también una de las primeras obras donde Vargas Llosa abordó el fanatismo religioso y el caos social como una amenaza a la civilización. Mario Muchnik, editor argentino, escribió: «Publicar a Vargas Llosa fue como entrar en una catedral: cada novela es un universo cerrado y perfecto. Con él, el idioma se vuelve instrumento de precisión quirúrgica».

El erotismo adquirió protagonismo en obras como Elogio de la madrastra (1988) y Los cuadernos de don Rigoberto (1997), donde la estética sensual se volvió territorio de exploración filosófica y estética. En El hablador (1987) y Lituma en los Andes (1993), volvió sobre el mundo andino y los conflictos de identidad y violencia en el Perú, sin dejar de lado la crítica al racismo y al olvido de las culturas originarias.

¿Quién mató a Palomino Molero? (1986) y El héroe discreto (2013) introdujeron elementos de novela policial y realismo urbano. Vargas Llosa se mostró capaz de cambiar de registro sin perder su impronta, siempre combinando la crónica de lo social con la introspección moral.

Del compromiso político a la crítica

Vargas Llosa no sólo fue novelista. Fue también un ensayista agudo y comprometido. En obras como La orgía perpetua (1975), dedicada a Gustave Flaubert, Contra viento y marea (1983–1990), La verdad de las mentiras (1990) o La tentación de lo imposible (2004), sobre Los Miserables de Victor Hugo, reflexionó sobre literatura, política y libertad individual. «La literatura es fuego», escribió en 1966, en su discurso de ingreso a la Real Academia Peruana de la Lengua. Años más tarde, sostuvo: «Una sociedad sin literatura es una sociedad muda, sin voz, sin memoria, sin conciencia».

Su pensamiento político pasó por una transformación fundamental. Tras militar en la izquierda marxista en su juventud, adoptó posiciones liberales en las décadas de los ochenta y noventa, lo cual quedó plasmado en El pez en el agua (1993), su autobiografía política y personal. Ahí narró su infancia, su relación con el padre, su carrera literaria y su candidatura a la presidencia del Perú en 1990, una experiencia que marcó un antes y un después en su vida.

En La civilización del espectáculo (2012), Vargas Llosa lamentó la banalización de la cultura, el auge del entretenimiento como valor supremo y la desaparición del pensamiento crítico. En La llamada de la tribu (2018), presentó una defensa de los pensadores liberales que moldearon su ideario: desde Adam Smith hasta Isaiah Berlin. El filósofo Fernando Savater dijo de él: «Mario ha hecho de la literatura una forma de combate, pero también de goce. Su obra es un llamado constante a la lucidez y a la libertad».

La novela como instrumento de memoria

En el siglo XXI, Vargas Llosa siguió publicando con una lucidez que no menguó con los años. La fiesta del Chivo (2000), sobre la dictadura de Rafael Trujillo en la República Dominicana, fue considerada una de sus mejores novelas. Con ella, combinó investigación histórica y estructura de thriller, abordando los mecanismos del poder y la sumisión ciudadana. «Las dictaduras temen a la novela porque en ella no pueden controlar todas las voces», explicó en una conferencia en Madrid. «Por eso la ficción es más libre que la historia oficial».

El Paraíso en la otra esquina (2003) unificó dos biografías aparentemente opuestas: la de Flora Tristán, feminista y socialista del siglo XIX, y la de su nieto Paul Gauguin, pintor exiliado en Tahití. Travesuras de la niña mala (2006) narró un amor intermitente, obsesivo y transcontinental, mientras que El sueño del celta (2010) relató la vida de Roger Casement, diplomático irlandés en el Servicio Exterior britántico, importante en la independencia de su país del Reino Unido.

En Cinco esquinas (2016), Vargas Llosa construyó una novela negra ambientada en los últimos años del fujimorismo. Tiempos recios (2019) reconstruyó la caída del gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala, fruto de una operación de la CIA en plena Guerra Fría. Su última novela, Le dedico mi silencio (2023), rindió homenaje a la música criolla y al sueño de una identidad nacional armoniosa a través del arte.

El teatro, una pasión paralela

Aunque menos conocida, su producción teatral fue constante. Obras como La señorita de Tacna (1981), Kathie y el hipopótamo (1983), La Chunga (1986), Ojos bonitos, cuadros feos (1996) o Los cuentos de la peste (2015) confirmaron su interés por la representación escénica y el diálogo directo con el espectador. El teatro fue para Vargas Llosa un laboratorio de lenguaje, una extensión de su vocación narrativa y también un juego de espejos entre realidad y ficción.

Un legado inconmensurable

Mario Vargas Llosa deja una obra que, más allá de los gustos o posturas ideológicas, resultó esencial para comprender la literatura en español en los últimos sesenta años. Con más de 20 novelas, una decena de ensayos mayores, obras teatrales, cuentos, crónicas y memorias, su producción trazó una cartografía ética, política y estética que sigue interpelando al lector. Mario Benedetti sostuvo que «Vargas Llosa ha tenido el coraje de enfrentarse a los grandes temas de nuestra historia sin perder de vista la condición humana de sus personajes. Su literatura se alimenta tanto del pensamiento como de la sangre».

Gabriel García Márquez, antes del distanciamiento entre ambos, afirmó sobre su prosa: «Vargas Llosa escribe como un reloj suizo, con precisión, ritmo y exactitud. Su literatura es una arquitectura en movimiento». José Miguel Oviedo escribió: «Con Vargas Llosa, la novela en español adquirió una complejidad estructural y una conciencia moral que la igualaron con las grandes literaturas del mundo».

A través de sus páginas, defendió la ficción como una forma de verdad y la libertad como el valor más alto de la condición humana. Y lo hizo con una prosa exigente, elegante y renovadora. Vargas Llosa no sólo escribió sobre el mundo: ayudó a entenderlo y a decirlo mejor. «Mientras haya lectores dispuestos a soñar con las novelas, la literatura seguirá viva», afirmó en su discurso de aceptación del Nobel. Y mientras se siga leyendo su obra, también seguirá vivo su legado.

El escritor español Javier Cercas resumió su influencia así: «Vargas Llosa nos enseñó que la literatura puede ser al mismo tiempo arte, pensamiento, historia y vida. Su legado es tan vasto como el idioma en el que escribió».